RENACIMIENTO EN SILENCIO.

Abordamos el carro y la abuela sujeta mis manos con fuerza, como si intentara impedir que me aleje. Solo lo haré con Ronán.

—Mientras Ronan está de viaje, ¿por qué no te quedas en la mansión conmigo? Fue una idea de el—dice con ternura, con esa preocupación en la mirada de siempre pero lo que dice ahora no me conmueve.

Le sonrío por respeto. Porque ella no tiene la culpa.

—Voy en la tarde, tengo unas cosas que hacer —respondo, intentando sonar natural.

Ella asiente complacida, pero no tarda en mirarme las manos vendadas con una mezcla de dolor y ternura.

—No puedes planchar la ropa de Ronan, estás lastimada…

Y esa frase, tan simple, me golpea como un balde de agua helada. Siento un nudo en la garganta. Una imagen clara viene a mi mente: yo entre vapores y silencios, alisando cuidadosamente cada camisa suya, oliendo su perfume en las telas como si eso fuera lo más cerca que podía estar de él. Esperando… algo. Un "gracias", una mirada. Algo que nunca llegó.

Trago saliva con dificultad.

—No te preocupes, abuela. No lo haré —le digo con voz firme.

El auto se detiene frente a la casa que un día llamé “hogar”. La observo con nuevos ojos. Ya no veo la casa de ensueño. Veo el escenario de mi propia negación. Un teatro que yo sola monté… y en el que actué como la protagonista de un amor nunca correspondido.

Entro. La puerta se cierra detrás de mí con un sonido seco. Lo primero que me recibe es el enorme cuadro en la sala: Ronan serio, altivo, y yo… yo sonriendo como una niña ingenua que ganó un premio. Vestido blanco con una corona y la mirada enamorada.

Qué ridículo.

Cada rincón es un eco del pasado. Cuadros de Ronan en su adolescencia. Algunos los edité yo, uniendo nuestras fotos, como si con eso pudiera fabricar recuerdos compartidos. Me río con amargura. “Qué terca era”, murmuro, negando con la cabeza.

Subo a la habitación. El olor me golpea primero. Ese aroma tenue a su loción. No sé cómo si tiene días, semanas que no viene. Luego, los detalles: almohadas en forma de corazón con nuestras iniciales bordadas, su bata aún tendida en su lado de la cama, su ropa colgando junto a la mia.

Respiro hondo. Cierro los ojos. Y me doy cuenta: si viera a la Alejandra del pasado, le daría una cachetada por permitir tanto.

Salgo de la habitación.

Afuera, Iván me espera en el auto, algo incómodo, como que presencia que algo está por suceder.

—Iván —digo al acercarme—, ¿puedes conseguirme a una empleada de confianza? Para hacer limpieza.…

Él asiente, aunque duda

—Otra cosa. Abre la habitación de huéspedes.

Sus cejas se fruncen, pero obedece. Minutos después, una joven sube conmigo. Se presenta con voz suave.

—Soy Ana.

—A partir de hoy trabajarás para mí. —Le doy la cifra. Sus ojos se abren sorprendidos—.Te estoy contratando yo.

—Claro, señorita.

—Empezamos bien —digo con una sonrisa.

Camino al closet y saco la ropa de Ronan. Sin titubear, la tiro al suelo.

Ana se sobresalta.

—Señorita… esa es la ropa del joven Ronan.

—¿Cómo me dijistes que te llamas?

—Ana.

—Bien, Ana. No olvides lo que te dije. Y además el no necesita esta ropa. Yo se la compré. La mayoría nunca la usó. yo puedo hacerlo lo que quiera.

Comienzo a separar las prendas que le regalé de las que él ya tenía. Las que son mías, las que costaron tiempo, dinero… y esperanzas. Todo eso va en una maleta que encuentro en un rincón del closet. No sé de quién es, pero no importa.

—Llévala al cuarto de huéspedes. Acomódala ahí. Solo avientalas.

Le digo dándole la ropa que el ya tenía. Ana me obedece. Cuando regresa, la veo dudosa viendo la ropa que está en la maleta.

—Esa ropa yo la compré llévatela.

Le digo pero antes hecho toda la ropa que era mía también.

—Señorita… esta ropa es de diseñador.

—Y está empolvándose, el nunca la uso. Que la use quien la necesite. Y la otra es mia ¿No te gusta?

—Sí… sí me gusta. Pero no quiero causarle problemas.

—Tranquila. Estoy cansada de tratar de usar ropa para encajar ahora solo usaré la ropa con la que yo me sienta cómoda. Si gasté en él, ahora también gastaré en mí.

Voy al baño. Tomo su cepillo, su jabón, su shampoo… sonrío con sarcasmo. No niego que tengo la tentación de meter su cepillo en la taza del baño. Ganas no me faltan. Pero no, contengo mis ganas de hacerlo.

Pongo todo en una bolsa y lo dejo en el baño del cuarto de huéspedes "La nueva habitación de Ronan". Regreso al cuarto principal y veo las almohadas con nuestras iniciales… y sin remordimiento, las tiro a la basura. Cambio las sábanas. Abro ventanas. Dejo que el aire entre.

Regreso a la sala. Quito todos los cuadros que la abuela me regaló, los envuelvo y los guardo en una caja.

Cuando vea a la abuela se las devolvere.

Las fotos editadas… esas las rompo sin pensar. No más mentiras. No más intentos por encajar donde nunca seré bienvenida. Me cercioro que no quede ningúno y se ve diferente, mucho mejor.

Bajo con Ana y las maletas. El ambiente es diferente. Se respira más… mío. Después de todo soy la única que vive aquí, debo sentirme cómoda.

Le pido a Iván que tire las bolsas con lo que ya no sirve.

Aun con las manos adoloridas, me doy el gusto de salir a comprar. Vamos a una tienda de cuadros. Elijo paisajes. Colores cálidos, naturaleza, calma. Imágenes que no tienen rostro, pero que hablan más que todos esos cuadros de Ronan. Luego paso a una boutique. Compro ropa para mí. Con mi dinero. Dinero que nunca me importó, pero que es mío. Y que usaré en mí de ahora en adelante.

Iván acomoda los cuadros con paciencia cuando volvemos a casa. Cada uno hace un cambio. La casa ya no parece un hogar familiar. Ahora parece un departamento de dos personas distintas. Y la arquitecta soy yo.

Miro alrededor. La casa ha cambiado. Yo también.

Ya no habra cenas frías esperando una llegada que nunca sucedía. Ya no hay camisas planchadas. Ya no estaré esperandolo como todos los días.

Ahora hay espacio. Para mí. Para reconstruirme. Para entender que nunca fue falta de amor. Fue exceso. De mí… hacia alguien que jamás lo pidió ni lo valoró.

Ronan recibirá el mensaje cuando regrese. Si es que viene es más ni creo que lo note.

Porque desde hoy, ya no esperare aún hombres que no saben cuidar a una mujer que se desvive por el.

Y vaya que esto si lo notará, se lo haré saber.