Adrien Marlow siempre consideró a Kai Min-Fletcher un completo patán cuya actitud y personalidad dejaban mucho que desear. Era bruto, arrogante y un imbécil que a veces disfrutaba despreciar a los demás, justo el tipo de persona que Adrien detestaba. Por ello creyó que nunca se relacionarían. Pero entonces, en una noche de lluvia, descubrió algo inesperado: ¿Kai estaba llorando? Antes de que pudiera pensar con claridad, los dedos de su mano presionaron el botón de su cámara. Cuando el sonido alertó a Kai, Adrien no era consciente de que, en ese momento, su vida estaba a punto de cambiar… y que, quizá, también cambiaría la vida de alguien inesperado.
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Extraño. No hay mejor palabra para definir esta situación. Estar sentado junto a Kai no solo es raro, sino que se siente como intentar encajar una pieza de rompecabezas en un sitio que no le corresponde. Kai Min-Fletcher y Adrien Marlow: dos estudiantes universitarios cuyas carreras, personalidades y gustos son completamente incompatibles. Se supone que ninguno debería tener cabida en la vida del otro, ni interactuar más allá de un breve avistamiento a la distancia o pequeños encuentros.
Ahora que lo piensa, esta es la primera vez que intercambia palabras con Kai, aparte de aquellas ocasiones en que lo atendió en la cafetería. Su voz, escuchada desde tan cerca, suena igual de tosca y autoritaria que de lejos, aunque mucho más intensa. Cielos… de verdad creyó que terminarían a los golpes. Incluso si detesta la violencia, si Kai hubiera levantado el puño, no se habría quedado de brazos cruzados.
Puede que su suposición de terminar en una pelea suene descabellada; sin embargo, la primera vez que conoció a Kai, este provocó un conflicto de gran escala. ¿Por qué no haría algo parecido de nuevo? Al fin y al cabo, le tomó fotos en un estado en el que alguien tan arrogante como él no querría ser expuesto. ¿Por qué lo fotografió? ¿En qué estaba pensando? Ese es el problema: no lo estaba haciendo. Antes de darse cuenta, su cuerpo se movió solo.
Adrien está avergonzado. ¿Desde cuándo tiene el fetiche de fotografiar a personas llorando? Qué incómodo. Kai tuvo todo el derecho de enojarse. No lo culpa. Menos mal que todo acabó bien. Y, lo más importante, su cámara nueva se salvó. Un segundo... hay algo que está pasando por alto. Adrien se gira para ver a Kai, quien sigue mirando el techo de lámina.
..."¿Por qué Kai estaba llorando en primer lugar?"...
—Deja de verme —pide—. Maldito acosador.
—¿Disculpa? —Adrien parpadea, confundido. ¿Cómo lo llamó?
Kai suelta una pequeña risa, aunque no hay ningún rastro de alegría en ella; más bien, es una risa sarcástica.
—¿Vas a fingir inocencia? —Finalmente, Kai deja de mirar hacia arriba y se vuelve hacia él con una sonrisa burlona—. ¿En serio crees que no lo noté?
La confusión de Adrien aumenta. ¿A qué se refiere?
—Al principio no le di importancia, pero con el tiempo se hizo evidente que, donde sea que estuviera, tú también estabas ahí, observándome —explica—. Deja de hacerlo, ¿sí? A mí no me van los hombres. Así que ríndete y ve a acosar a alguien más.
Las cejas de Adrien se contraen, evidenciando su oposición. ¿Que él lo está acosando? Eso es inaudito. Para empezar, ni siquiera le agrada. De hecho, lo detesta. Trató de ser comprensivo porque irrumpió en un mal momento, pero ahora Adrien acaba de recordar las razones por las que Kai está en el encabezado de su lista negra. Qué engreído. Y pensar que, por un instante, sintió un poco de pena al verlo sumergido en la tristeza.
—Estás en un error. No me interesas en lo absoluto —aclara, mientras saca de la mochila el estuche de la cámara.
—¿Ah, sí? Entonces, ¿por qué estás aquí, espiándome y tomándome fotos? —interroga Kai, confiado.
Adrien tira del cierre al acabar de guardarla, y luego vuelve a meter el estuche en la mochila. Es verdad que no puede justificar por qué lo fotografió, pero sí puede explicar el motivo por el cual terminó en las gradas.
—No fue mi intención espiarte. Solo quería encontrarte por esto —Adrien saca del bolsillo de su pantalón su celular con la pantalla rota y se lo muestra directamente en la cara a Kai—: tú lo rompiste. Págame la reparación.
—¿Yo lo rompí? ¿Cuándo? —Kai hace a un lado la mano de Adrien. Está oscuro, pero no es ciego; claramente puede ver el teléfono averiado—. ¿Además de acosador, eres un estafador?
La sonrisa burlona de Kai empieza a molestar a Adrien. ¿Siquiera lo está escuchando? Porque le da la impresión de que solo está jugando.
—Espera, creo que hace rato sentí algo chocar contra mi pierna. ¿Ese era tu celular? Pues qué lástima por ti, porque no tengo dinero.
Como si el asunto estuviera resuelto, Kai se cruza de brazos y se recuesta en el asiento, mirando de nuevo hacia el techo. Adrien no sabe cómo reaccionar. ¿Que no tiene dinero? Tiene que ser una broma. Estamos hablando del mismo tipo que, cuando iba a la cafetería, nunca se molestó en pedir el cambio. Además, no importa cómo se mire, es su responsabilidad.
—Si no tienes dinero, al menos págalo en partes —dice Adrien, tratando de no dejarse provocar—. Prometo ser considerado y no cobrarte intereses.
La lluvia golpea con fuerza el techo de lámina, provocando un estruendo constante. Durante largos segundos, ese retumbar es lo único que se escucha… hasta que Adrien oye a su lado una risa suave. A diferencia de la anterior, esta no suena forzada.
—¿Cuál es tu nombre?
Sin esperarse esa pregunta, Adrien desvía la mirada hacia otro lado. Al parecer, Kai sigue sin tomarlo en serio. Suspira y responde con tono cortante:
—Adrien Marlow.
—Muy bien, Adrien Marlow. Cuando pueda, te buscaré para resolver lo de tu teléfono.
¿Y cuándo se supone que será eso? Adrien no se molesta en preguntar, porque duda que alguien como Kai cumpla su palabra.
La tormenta continuó durante veinte minutos. En todo ese tiempo, ninguno de los dos volvió a decir nada. Permanecieron en silencio, aunque Adrien notó que, en un punto, Kai se cubrió los ojos con el brazo izquierdo y permaneció así. También le pareció que intentaba contener pequeños gemidos de dolor.
Adrien no insistió más con lo del celular. Lo mejor será tratar ese asunto otro día; ahora no es el momento.
A veces lo miraba de reojo, preguntándose si debía entrometerse e intentar preguntar el motivo de su tristeza. Pero ¿de qué serviría? No sabe nada de la vida personal de Kai. Además, sería hipócrita de su parte consolar a alguien por quien no siente el más mínimo aprecio. Así que simplemente se quedó callado.
Cuando la tormenta se calma, Adrien se levanta y se coloca la mochila al hombro. Debe aprovechar que la lluvia ha amainado. Sus ojos azules se detienen en Kai; su boca se entreabre, como si quisiera decir algo, pero al final no logra pronunciar palabra. Simplemente se retira, pero, al bajar el último escalón de las gradas, voltea una vez más: Kai mantiene su postura, sin molestarse en mirarlo.
—Yo... no diré nada —no le parece correcto hablar de lo que hoy ha presenciado.
Después de decir esas palabras, Adrien se aleja del área deportiva. Mientras camina, la imagen de Kai llorando se repite una y otra vez en su mente. Aunque haya borrado las fotos, no está seguro de también poder borrar ese recuerdo.
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