Venganza Implacable

—La empresa necesita un líder. Sin uno, las acciones podrían caer y la compañía podría enfrentarse a la quiebra. Si el señor Davian no hereda, todo el esfuerzo que tu señora luchó por construir podría desvanecerse. Además, siendo su esposo, tiene el derecho legítimo de asumir el cargo. ¿Podrías soportar las consecuencias de una caída de la compañía como simple asistente? —dijo, con una mirada penetrante que dejó eco en la mente de Grace.

Grace protestó, su voz llena de desesperación y sintiendo un nudo en el estómago.

—Pero...

Davian la interrumpió rápidamente, sus ojos reflejando una mezcla de tristeza fingida y determinación.

—Grace, mi esposa ha fallecido. Como su esposo, soy quien más ha sufrido... estoy más afligido que nadie. Pero debo respetar su última voluntad y proteger lo que ha luchado por construir durante todos estos años, ¿no crees? —expresó, con un tono cargado de falsa melancolía.

—El señor Davian es un hombre perspicaz. Abogado, por favor, proceda —indicó, señalando al abogado para que iniciara la lectura del testamento.

El abogado, con una carpeta en mano, se ajustó las gafas y comenzó a leer el testamento de Elysia.

“Yo, Elysia Cassiel, en pleno uso de mis facultades, dispongo sobre la distribución de mis bienes y el liderazgo de mi empresa en caso de mi fallecimiento. Declaro que mi esposo, Davian Lowens, será el heredero principal de todas mis propiedades y asumirá la dirección completa de la empresa. A mi fiel asistente Grace, le dejo una suma de dinero en agradecimiento por su leal servicio”.

El abogado levantó la vista, notando la tensión palpable en el ambiente.

—Una vez que el señor Davian firme este testamento, entrará en vigor oficialmente. ¿Alguien tiene alguna objeción? —preguntó, analizando las reacciones de los presentes.

La madre de Davian y Rhyse respondieron al unísono, llenas de aprobación.

—No...

Davian se preparó para firmar, pero antes de que pudiera hacerlo, una voz resonó en la sala, cortando el aire.

—Yo tengo una objeción.

Todos giraron la cabeza hacia la fuente de la voz. Los ojos de los presentes se abrieron con asombro al ver cómo la tapa del ataúd se movía. La tensión aumentó al observar a una mujer emerger lentamente de su interior.

El rostro de Davian y Rhyse se llenó de terror. No podían creer lo que veían. Elysia, a quien habían dado por muerta, estaba saliendo del ataúd.

—¡Un fantasma! —gritaron ambas, con miedo evidente.

Lysandra cayó al suelo, atónita, mientras Rhyse, incapaz de aceptar la realidad, se escondió detrás de Davian.

—¡Ha resucitado! ¡Viene por nosotros! —exclamó Rhyse, aterrorizada.

Elysia, con una expresión de satisfacción, contempló el terror en las caras de los presentes. Sus pasos resonaban en el silencio, acercándose lentamente a Davian, una pequeña sonrisa asomando en sus labios.

—Querido, he regresado —dijo suavemente, como si su voz acariciara el aire.

Se acercó a él y tomó sus manos, colocándolas en su rostro para que pudiera sentir su presencia. Luego, miró a Rhyse, quien retrocedió bruscamente, cayendo al suelo y gritando.

—¡No te acerques! ¡Estás muerta! —gritaba, con miedo evidente.

Elysia la miró con una sonrisa irónica, sus ojos intensos parecían atravesar cualquier disfraz emocional.

—¿Qué sucede, querida amiga? —comenzó con un tono juguetón pero sarcástico—. ¿No dijiste que darías tu vida por mí? ¿Dónde quedó esa promesa? ¿Acaso eran solo palabras vacías? —prosiguió, inclinándose hacia ella con desafío en su mirada.

La joven cerró los ojos, paralizada por el miedo. Elysia se erguió y volvió su atención hacia Davian.

—Ustedes son sorprendentes. Al parecer, no me extrañaban tanto como decían. ¿No es así, cariño? —dijo, cargada de sarcasmo.

Davian permanecía de pie, incapaz de procesar lo que veía.

—Hablan de cuánto me extrañan, pero al verme viva, ¿por qué parecen tenerme miedo? ¿Acaso han hecho algo malo?

Con desconfianza, Davian finalmente encontró valor para hablar. Su voz temblaba levemente, traicionando su nerviosismo. Cada palabra parecía costarle un esfuerzo, y su mirada esquiva reflejaba su incertidumbre.

—Mi esposa ya ha muerto. Tú no eres ella. ¿Quién eres en realidad? —articuló con incredulidad.

Elysia se acercó a él con aire inocente. Sus ojos, brillantes y llenos de vida, reflejaban una mezcla de dulzura y astucia, como si guardaran secretos apenas susurrados.

—Querido, ¿cómo puedes decirme eso? Mírame bien, ¿de verdad no me reconoces? —respondió con dulzura.

Davian comenzó a cuestionar lo que decía, sintiendo un nudo en su estómago.

—No eres mi esposa. Si realmente lo fueras, ¿por qué te escondiste en el ataúd? ¿Cuál era tu plan? —inquirió, esforzándose por mantener la calma.

Elysia sonrió, pretendiendo estar sorprendida.

—Quería darte una sorpresa. Pedí a los rescatistas que no te dijeran que me habían encontrado, porque quería que fuera un gran momento. Pero... solo recuerdo despertarme en la playa, y no sé nada más —manifestó, su voz sonando llena de aparente confusión.

Davian la miró con desconfianza, sintiendo que sus manos temblaban.

—¿No recuerdas nada? —preguntó, lleno de dudas y temor, necesitaba asegurarse.

Elysia asintió, mostrando una inocencia que parecía ensayada.

—No, cariño. Para saber si estaba viva o muerta, debiste abrir el ataúd. ¿O planeabas enterrar una caja vacía? —dijo, con una sorpresa que parecía cuidadosamente elaborada.