Desde que era niña, siempre soñé con tener mi propia familia: un refugio donde sentirme segura y rodeada de personas que me amaran. Sin embargo, ese anhelo parecía inalcanzable, ya que crecí en un orfanato, un lugar donde las sonrisas eran escasas y el tiempo para los demás aún más. Me sentía invisible entre aquellos muros grises. Todo cambió el día en que cumplí la mayoría de edad; ya no podía quedarme allí. La directora del orfanato me ayudó a conseguir un trabajo en una empresa, sin imaginar que ese sería el comienzo de mi verdadera desgracia. Esta es la historia de mi vida, una travesía marcada por el amor y la traición
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Capitulo VI Primer paso
Una vez en el auto, Enrique dio la orden con voz firme pero sin perder la cortesía: “Hagamos una parada aquí.” El chófer lo miró confundido, pero sabía que no era su lugar cuestionar a su jefe.
“Por cierto, feliz cumpleaños,” añadió Enrique, suavizando su voz como si quisiera disculparse por algo.
Cristina lo miró extrañada, sorprendida por ese detalle inesperado. “Gracias, señor,” respondió con delicadeza, sintiendo cómo un calor envolvía sus mejillas.
El silencio volvió a instalarse entre ellos, pesado y lleno de cosas que no se habían dicho, hasta que llegaron a una boutique de alta clase. Cristina reconoció el lugar; un oasis de lujo con vitrinas relucientes y aromas embriagadores de perfumes caros. Pero el comportamiento extraño de Enrique la hizo no darle demasiada importancia.
Bajaron del auto. Enrique caminó con paso seguro y una sonrisa que captó inmediatamente la atención de las mujeres presentes en aquel templo del glamour.
“Señor Sarmiento, es un placer tenerlo aquí,” saludó la dueña del lugar con una mezcla de admiración y coquetería mientras se acercaba personalmente.
“Sandra, ¿cómo estás?” preguntó Enrique con amabilidad genuina, algo que dejó a Cristina impresionada.
“Ahora que te veo, me siento mucho mejor,” respondió Sandra sin pudor y abiertamente coqueteando con Enrique. Cristina rodó los ojos discretamente ante esa escena tan evidente.
“Siempre tan halagadora,” contestó Enrique manteniendo su cortesía impecable, pero había un rastro de diversión en su tono.
“Solo digo la verdad. Pero dime, ¿qué te trae por aquí?” preguntó Sandra finalmente, dirigiendo su mirada hacia Cristina.
“Ella es mi secretaria: Cristina,” explicó Enrique con orgullo contenido. “Hoy tenemos una cena muy importante con unos inversionistas y necesito que nos consigas lo mejor que tengas para este evento.”
Cristina sintió cómo un nudo se formaba en su estómago. ¿De verdad esperaba Enrique que ella se transformara para esa noche?
“Señor… señor,” llamó ella tímidamente tratando de detenerlo. Pero Enrique no parecía dispuesto a escucharla.
“¿Qué pasa?” preguntó él sin perder la sonrisa.
“Señor, disculpe… No es necesario comprar nada para mí. He comprado algunas cosas con mi sueldo y creo que tengo todo lo necesario en el apartamento para la cena,” susurró Cristina para que nadie más escuchara.
“No creo que tengas algo a la altura del lugar y del evento,” replicó Enrique con una mirada suave pero inflexible. “Así que deja de discutir y deja que Sandra te ayude a escoger algo bonito.” Su sonrisa era hechizante dejando a la joven hipnotizada, y Cristina sintió cómo se derretía bajo ese encanto inesperado.
Cuando Cristina salió del probador, el aire pareció cambiar a su alrededor. Su nuevo look era deslumbrante. Su vestido, se ajustaba perfectamente a su cuerpo, dejando ver su bien formado cuerpo. Un maquillaje impecable que realzaba su belleza natural enfocado en sus ojos, estaba realmente hermosa dejando a Enrique con la boca abierta.
El peinado, cuidadosamente arreglado por Sandra, realzaba su rostro con ondas suaves que caían con gracia sobre sus hombros, otorgándole un aura sofisticada. Sus labios, pintados en un tono rojo profundo, los cuales invitaban a ser besados.
Enrique no pudo evitar perderse en sus ojos, esos ojos claros que le encantaban y que transmitían tanta ternura.
"Tu asistente está lista para el gran evento", intervino Sandra. "Hice lo que pude para que se viera bien", continuo con sarcasmo.
Enrique miró a la mujer con ojos de desprecio haciendo que la sangre se le helara por unos segundos. "Ella no necesita que la hagan ver hermosa", respondió Enrique, su voz fría calando en los huesos de los presentes, aunque a Cristina no le sorprendió, pues estaba acostumbrada a su manera de ser.
Sandra por su lado, no hizo ningún otro comentario, ella sabía que cuando ese hombre se enojaba era capaz de acabar con medio mundo. "No lo quise ofender señor, solo quise resaltar la belleza de su secretaria". Hasta Sandra con toda la confianza que le tenía a Enrique sabía que cuando él hablaba de esa manera había que tratarlo con respeto.
Enrique le lanzó una mirada oscura a Sandra quien bajo la cabeza en el acto. "Es hora de irnos", suavizó la voz para dirigirse a Cristina.
La joven asintió con la cabeza, disponiéndose a salir de la boutique. A pesar de no decir nada se podía notar los nervios de la muchacha y es que mientras la discusión entre su jefe y Sandra ella estaba perdida viendo lo guapo que se veía Enrique, sus mejillas sonrojadas estaban por delatarla, así que agradeció enormemente aquel pequeño impase. Al pasar al lado de su jefe el aroma del perfume varonil de Enrique despertó en ella ganas de besar aquellos labios que invitaban a ser besados.
"¿Pasa algo?", pregunto Enrique al ver a Cristina perdida en sus pensamientos.
Cristina bajó la mirada, sintiendo que los nervios la envolvía como un torbellino. "No, señor. Estoy bien". Respondió torpemente.
Sandra, notando el cambio en el ambiente, decidió no insistir más y se retiró discretamente para dejarles espacio. Tomando la mano de Cristina con suavidad la condujo hacia la salida de la boutique.
“Vamos, que esta noche es solo el comienzo,” dijo Enrique con una sonrisa que dejaba entrever que había algo más que negocios.
En el camino al auto, Cristina no pudo evitar preguntarse qué secretos guardaba ese hombre que parecía tan impenetrable. Por su parte, Enrique no dejaba de observarla, como si quisiera memorizar cada detalle antes de enfrentarse a la velada que les esperaba.
Al subir al auto, el silencio volvió a reinar, pero esta vez era diferente: lleno de deseo. Cristina se acomodó en su asiento, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza mientras pensaba en lo que podría suceder esa noche.
"No te preocupes", murmuró Enrique casi para sí mismo. "Te ves muy bien. Te ves hermosa".
Cristina quedó sorprendida ante el piropo que le había lanzado su jefe, era la primera vez que el le hablaba con tanta ternura y sinceridad en sus palabras.
Y con esa frase, el auto arrancó hacia una noche que ninguno de los dos olvidaría fácilmente.