Luigi Pavini es un hombre consumido por la oscuridad: un CEO implacable de una gigantesca farmacéutica y, en las sombras, el temido Don de la mafia italiana. Desde la trágica muerte de su esposa y sus dos hijos, se convirtió en una fortaleza inquebrantable de dolor y poder. El duelo lo transformó en una máquina de control, sin espacio para la debilidad ni el afecto.
Hasta que, en una rara noche de descontrol, se cruza con una desconocida. Una sola noche intensa basta para despertar algo que creía muerto para siempre. Luigi mueve cielo e infierno para encontrarla, pero ella desaparece sin dejar rastro, salvo el recuerdo de un placer devastador.
Meses después, el destino —o el infierno— la pone nuevamente en su camino. Bella Martinelli, con la mirada cargada de heridas y traumas que esconde tras una fachada de fortaleza, aparece en una entrevista de trabajo.
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Capítulo 5
El día siguiente apenas había comenzado cuando la puerta de la habitación de Bella se abrió, no con el suave sonido de las enfermeras, sino con la entrada arrolladora de la familia Pavini. Luigi venía al frente, con la misma determinación fría de siempre. A su lado, la madre, Cecilia, cargaba una expresión de preocupación controlada; atrás, su padre, Dante Pavini, el antiguo Don, observaba todo con un silencio pesado de autoridad; y el hermano gemelo de Luigi, Lorenzo, un hombre elegante de 36 años, miraba a Bella con una curiosidad intensa.
Pero la figura más inusitada era un hombre pequeño, de traje y corbata, sosteniendo un libro grueso y una pluma: un juez de paz.
Bella, aún débil y acostada en la cama, intentó sentarse, pero el dolor la forzó a recular.
Luigi no perdió tiempo, se acercó a la cama, colocando las manos en las barandas laterales, fijando la mirada en Bella.
—No confío en nada más que en mi palabra, Bella, pero el mundo necesita pruebas y mi hijo necesita un nombre.
—Revelaste que fuiste forzada a trabajar para la familia Martinelli, que fuiste víctima de violencia y que cargas a mi heredero. Para formalizar mi protección, para garantizar que Silvio no ose más tocarte y para darle a nuestro hijo el apellido que merece… nos vamos a casar ahora.
Bella abrió los ojos de par en par, el casamiento era la pérdida total de su ya inexistente libertad.
—¿Casarnos? ¡No, Luigi! —Ella intentó levantarse nuevamente, su voz débil, pero cargada de desesperación—. ¡El señor no puede hacer eso! ¡Yo soy apenas su secretaria, una víctima, no puedo casarme forzada!
—Estás equivocada —La mirada de Luigi era implacable—. Eres la madre de mi hijo y mi hijo no será un bastardo. En nuestra vida, no existe "no puedo", existe apenas "es necesario".
Cecilia se aproximó, su voz era más suave, pero igualmente final.
—Es la única manera de cortar tus lazos con los Martinelli legalmente, querida, el casamiento garantiza que estás bajo la protección total del Don, es para tu seguridad, y la del bebé.
—Pero… ¿y mi elección? —Bella imploró, mirando a la familia Pavini en busca de un único aliado.
Dante, habló por primera vez, su voz profunda y ronca, imbuida de la sabiduría fría de años de mafia.
—Tu elección, bambina, es vivir y mantener el linaje de mi hijo, no hay otra opción viable para ti ahora.
La presencia silenciosa de Lorenzo y la mirada impasible de Dante aplastaron la última resistencia de Bella. Estaba acorralada, su vida no le pertenecía.
Luigi se volteó hacia el juez, con un movimiento de cabeza. El hombre abrió su libro apresuradamente.
—Avise a Dante y Cecilia para servir como testigos.
En cuestión de minutos, la suite hospitalaria se convirtió en el escenario de un casamiento forzado, Bella, acostada en la cama, con el vestido hospitalario y el cuerpo cubierto de hematomas, y Luigi, impecable en su traje, el Don imponente.
El juez comenzó la lectura, el ritual formal y vacío de emoción.
—Luigi Pavini, ¿acepta a Bella Martinelli como su legítima esposa?
—Acepto —La voz de Luigi era firme y sin hesitación.
El juez se volteó hacia Bella, ella titubeó, la respiración presa en la garganta. Era el fin de todo lo que ella conocía, pero el inicio de la única esperanza de sobrevivencia.
—Bella Martinelli, ¿acepta a Luigi Pavini como su legítimo esposo?
Bella cerró los ojos, las lágrimas escurrieron una vez más.
—Acepto —El susurro mal pudo ser oído.
Luigi sacó un anillo simple de diamante, del bolsillo y lo deslizó en el dedo anular de Bella, un acto de posesión innegable.
—Por el poder investido en mí, los declaro marido y mujer.
El juez firmó los papeles y se retiró rápidamente, dejando a la familia Pavini atrás.
Luigi miró a su nueva esposa, él se inclinó, sus labios casi tocando la oreja de ella, la voz fría y posesiva.
—Bienvenida a la familia, Bella, ahora eres una Pavini y a partir de hoy, tus problemas son los míos. Descansa, cuando salgas de aquí, irás a mi casa, eres mía y la venganza por todo lo que te hicieron también lo es.
Bella era esposa de Luigi Pavini, el Don, y, por primera vez en mucho tiempo, ella no sabía si estaba más asustada con la mafia o con su propio marido.
Luigi permaneció de pie al lado de la cama, la figura imponente proyectando una sombra sobre ella, Luigi la observaba con una intensidad fría y calculadora, la rabia del Don mal contenida. El casamiento estaba resuelto; ahora, era la hora de dedicarse a la venganza.
—La formalidad acabó, Bella, ahora, la verdad desnuda y cruda —La voz de él era baja, peligrosísima.
Bella se estremeció, los ojos hinchados por el llanto.
—¿Sobre qué?
—Dijiste que fuiste forzada a prostituirte para "empresarios de alto nivel" y "soldados de rango S de la Mafia" —Él se inclinó, la amenaza física evidente.
—Quiero los nombres y los quiero a todos.
Bella intentó desviar la mirada, pero el terror la forzó a encararlo.
—Yo… yo no sé si lo consigo, Luigi.
—Lo consigues —La respuesta de él era un decreto—. Eres la Sra. Pavini ahora, tu pasado está bajo mi jurisdicción, ¿cuántos soldados y cuántos Consiglieri te tocaron?
Ella titubeó, mordiendo el labio hasta sentir el gusto metálico de sangre.
—Cuatro… cuatro soldados y dos Consiglieri y el Señor.
El rostro de Luigi no demostró emoción, pero Bella vio el músculo de su mandíbula apretarse seis hombres, seis perros.
—Diga los nombres despacio, no omita nada, Bella, por la vida de mi hijo.
La mención del bebé le dio la fuerza, ella respiró hondo, cerrando los ojos mientras los nombres le venían a la mente.
—Los soldados eran: Massimo Ricchi, Rocco Santoro, Pietro Russo y el último… Stefano Conti. Los Consiglieri eran: Giovanni Gallo, y… el otro, usted ya sabe, mi padre, Silvio Martinelli.
Luigi anotó los nombres mentalmente, cada sílaba un clavo en el ataúd de aquellos hombres, su propio Consigliere estaba en lo alto de la lista.
—Y Giovanni Gallo —Luigi gruñó—. ¿Él está ligado a la empresa Valerius?
—Él… él era uno de los clientes más frecuentes. Silvio decía que era para conseguir informaciones para Valerius.
La traición era más profunda de lo que Luigi imaginaba. Silvio no apenas abusaba de Bella, sino que la usaba como moneda de cambio y para colectar informaciones para los enemigos.
Luigi apretó la mano de ella de nuevo, esta vez con una frialdad posesiva.
—Falta una cosa, Bella, la peor.
Él la encaró, y la pregunta vino en un susurro brutal.
—¿Quién fue el primero que abusó de ti, Bella? ¿Y cuántos años tenías?
La pregunta trajo consigo todo el peso de su infancia robada, la sangre pareció vaciarse de su rostro, el aire rehusándose a entrar en sus pulmones. El cuarto giró y ella lloró, un sollozo profundo y silencioso, el dolor de una vida entera viniendo a la superficie.
—No precisa llorar —La voz de Luigi se tornó extrañamente gentil, pero con una capa subyacente de odio ferviente—. Apenas diga el nombre y la edad, estás bajo mi escudo ahora.
El nombre vino con dificultad, rasgando su garganta.
—Fue Silvio.
El rostro de Luigi se contorció en algo que Bella nunca viera: una furia pura, descontrolada.
—¿Cuándo?
—Yo era niña —Ella sollozó, encogiéndose bajo las sábanas—. Tenía… Diez años.
El Don se alejó de la cama, incapaz de contener la erupción de violencia, él dio un puñetazo en la pared, fuerte lo suficiente para hacer el cuadro en la pared temblar.
Él estaba de espaldas para ella, respirando con dificultad diez años su propio Consigliere.
—Él no apenas la traficaba, Bella, él la destruyó —Luigi se volteó, la mirada de él había vuelto a ser de hielo, pero ahora cargaba la promesa de un castigo infernal.
—Hiciste lo correcto en decirme la verdad, hiciste la única cosa correcta que podías, ahora, tú y nuestro bebé estarán seguros y esos nombres… —Él apuntó hacia los labios trémulos de ella—. Esos nombres acaban de firmar sus sentencias de muerte. Voy a hacer a Silvio Martinelli desear no haber nacido y voy a comenzar la limpieza en la Cosa Nostra.
Él discó el teléfono del hospital.
—Quiero a Bella Martinelli con seguridad armada 24 horas, tres hombres en cada turno, nadie entra en este cuarto sin mi autorización. Y llamen a Lorenzo, digan que tengo algunas "tareas" para mis capos.
Él miró a Bella, la mujer que era ahora la madre de su heredero, y su víctima.
—Descansa, mia regina, la guerra comenzó y esta vez, yo lucho por ti.
Cecilia De Ângelo Pavini
Dante Pavini