FERNANDO LÓPEZ fue obligado a asumir a una esposa que no quería, por imposición de la “organización” y de su abuela, la matriarca de la familia López. Su corazón ya tenía dueña, y esa imposición lo transformó en un Don despiadado y sin sentimientos.
ELENA GUTIÉRREZ, antes de cumplir diez años, ya sabía que sería la esposa del hombre más hermoso que había visto, su príncipe encantado… Fue entrenada, educada y preparada durante años para asumir el papel de esposa. Pero descubrió que la vida real no era un cuento de hadas, que el príncipe podía convertirse en un monstruo…
Dos personas completamente diferentes, unidas por una imposición.
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Capítulo 5
El olor a lavanda era la primera señal de que no estaba solo en la habitación.
Fernando abrió los ojos despacio, despertó en su propio cuarto en la mansión López. El cuerpo pesaba, la boca tenía gusto amargo de la resaca, y la luz que entraba por las cortinas parecía herir más de lo que iluminaba.
Por algunos segundos, no sabía con certeza cómo había vuelto a casa. Entonces, flashes de la noche anterior volvieron: la puerta del club nocturno, el coche negro, la mirada severa de Maria del Pilar y la mano firme de Raúl.
Aún estaba de traje, la corbata floja y la camisa arrugada.
La cortina filtraba la luz de la mañana, lanzando un brillo dorado sobre el sillón próximo a la ventana. Allí, sentada con postura erguida y un libro abierto sobre el regazo, estaba Maria del Pilar.
—Finalmente despertaste.— su voz era calma, pero cargaba un tono que siempre le recordaba que, desde niño no había espacio para disculpas o pereza.
—¿Viniste a vigilarme mientras duermo?— murmuró intentando levantarse.
—Vine a garantizar que no huyeras de mí antes de que conversemos.— respondió, cerrando el libro sin prisa.— Es hora de parar con esta payasada.
Fernando pasó la mano por el rostro, como si quisiera apagar la noche anterior.
—Si viniste a hablar de Valeria...
—No vine a hablar de fantasmas.— la matriarca lo cortó, con voz áspera.— Vine a hablar de tu futuro.— la voz firme como un acero afilado.
Él se recostó en la cabecera, resignado.
—¿Y qué futuro es ese?
Maria del Pilar se levantó, caminando hasta la ventana. Abrió un poco la cortina y dejó que la luz inundara el cuarto, haciéndolo apretar los ojos.
—Tienes 30 años, Fernando. ¡Treinta! Eres el mayor de mis nietos. Eres el hombre en la línea de sucesión, heredero de un imperio que tu abuelo construyó. Y hasta ahora, todo lo que has hecho es arrastrarte por todo Madrid como un muchacho sin rumbo.
—Yo...
—¡Vas a salir de esta cama, bañarte y convertirte en hombre! ¡Un López! Alejandro no fue entrenado para este puesto, y tú lo sabes. No tengo más edad para estar al frente de la organización.— ella se giró apoyando las manos en el alféizar.— tenemos que honrar la palabra de tu abuelo. Y tu unión con Elena Gutiérrez es necesaria.
—¿Estás diciendo que necesito casarme para ser aceptado?
—Estoy diciendo que necesitas casarte porque ese es el camino que fue trazado para ti.— ella lo miró de forma tan directa que él sintió como si fuera nuevamente un chico de 8 años siendo reprendido.— Y ese camino tiene nombre: Elena Gutiérrez.
Él cerró los ojos, masajeando la sien.
—No la veo hace años. Y si me acuerdo bien, ella era una niña.
—No es un problema. Ella tiene 20 años ahora, no es más una niña. Elena sabe quién eres. Siempre supo que un día se casarían. Esperó por eso desde sus 10 años. Ella fue entrenada para ser una esposa ejemplar no frecuentó fiestas o universidades, fue educada por los mejores profesores y guardada para ser una esposa pura.
Fernando rió, sin humor.
—Parece un cuento de hadas distorsionado...
—No es un cuento de hadas, es tradición.— la voz descendió un tono, casi un susurro autoritario— El casamiento entre nuestra familia y los Gutiérrez no es apenas unión. Es un pacto sellado hace décadas. Tu abuelo Arturo Gutiérrez decidieron eso mucho antes de que ustedes dos entendieran el significado de la palabra "compromiso".
Él se levantó de la cama, comenzó a andar por el cuarto, sintiendo el peso de cada palabra.
—¿Y si yo digo que no quiero?
Maria del Pilar no se movió.
—Entonces Fernando, dime: ¿quieres continuar involucrándote con mujeres que se esfuman en medio de la noche? ¿Quieres pasar más 10 años decidiendo si estás listo? ¿Quieres ver todo el nombre López en la cuneta?
El silencio que se siguió casi palpable. Ella sabía dónde presionar. Sabía cuáles heridas hurgar hasta que la resistencia comenzara a ceder.
—La vida está hecha de elecciones y a veces no son las elecciones que queremos, sino las que necesitamos hacer.— ella se aproximó despacio, posando la mano sobre el hombro de él— Elena será una buena esposa. Bella, educada, discreta... pura. Tendrá hijos fuertes y saludables. Y, por encima de todo, va a mantener a la familia exactamente donde siempre estuvo: en la cima.
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Durante todo el día, Fernando intentó ocuparse con reuniones y documentos, pero las palabras de la abuela resonaban como una campana distante. Cada argumento que intentaba formular contra el casamiento se desmoronaba delante de la realidad: no había una vida fuera de aquella red de alianzas e intereses.
En la hora de la cena, Maria del Pilar no tocó el asunto. Conversó sobre política, sobre el clima, sobre eventos benéficos, pero al levantarse de la mesa, dio la sentencia:
—En una semana, daré la respuesta a los Gutiérrez, quiero creer que será lo que espero.
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En la madrugada, Fernando estaba solo en la biblioteca. Su hermano menor, Rodrigo López, a los 20 años ya era un valiente "ejecutor", ya Alejandro López, a los 25 años era casi el cerebro de la organización, el "consejero", siempre tomando decisiones estratégicas y cuidando de las innumerables empresas de fachada, ya que su rostro era poco conocido.
Fernando se sirvió un whisky, se sentó en el sillón y quedó mirando el líquido dorado girar en el vaso. La chimenea encendida proyectaba sombras trémulas en las paredes revestidas de libros.
Pensó mucho en las palabras de la abuela...
Él era el mayor. Tenía que hacer lo que se esperaba de él. Hizo un brindis silencioso al abuelo.
Debía sacar a Valeria Garcia de su corazón y casarse con la tal Elena Gutiérrez, solo así su abuelo tendría el descanso eterno.
El único recuerdo que tenía de la tal novia sentada en el velorio de sus padres, los pies mal tocaban el suelo, niña vestida de negro...
Ahora ella tenía 20 años...
Fernando imaginó la vida que tendría al lado de ella: formal para mostrarse un hombre de respeto, hijos... Sí, él podía hacer eso, su vida sería estable.
Se acordó de los padres, muertos demasiado pronto y el abuelo, cuya autoridad había moldeado cada paso suyo. Los hombres de la familia López habían hecho casamientos estratégicos. Tal vez fuera eso lo que se esperaba de él.
En la mañana siguiente, se sentó a la mesa para el desayuno y sin rodeos, dijo:
—Puedes decirle a Arturo Gutiérrez que el casamiento sucederá... Marquen la fecha. No quiero saber de los detalles, apenas digan el día y la hora, yo estaré presente.
—Sabía que tomarías la decisión correcta.
—No tomé la decisión correcta, tomé la decisión necesaria.