Después De Ti

Cuando Gia se levantó ese día, Noa no estaba en la cama, ella se levantó, fue a su habitación, se dio un baño y luego que estuvo lista, bajo.

Noa estaba en la cocina junto con la tía Margaret, estaban preparado una pequeña cesta de picnic, con frutas frescas, emparedados y jugo natural.

—Buenos días —les dijo Gia con una sonrisa que iluminaba su cara.

—Buenos días cariño —dijo la tía Margaret acercándose a Gia y dándole un beso.

—¿Qué es todo esto? —pregunto Gia señalando la cesta.

—Bueno, le estaba pidiendo permiso a la tía Margaret para salir contigo, le estaba confesando lo mucho que te amo y que te quiero en mi vida, y que tú también sentías lo mismo, así que ella nos dio su bendición y me sugirió que te llevara a la playa, que te encantaba el mar, y hacer un picnic. —dijo Noa mientras la abrazaba por detrás.

Gia se sonrojo al escuchar a Noa.

—Noa, es un gesto muy hermoso. Pero creo que has olvidado que no soy una mujer libre, a pesar de todo, aun estoy casada con Roberto.

—No, no lo he olvidado, pero eso tiene solución porque ya esta en marcha los tramites para el divorcio.

—Gracias Noa, no sé cómo agradecerte tanto.

—Amándome Gia, amándome — le dijo y la beso

—Bueno, bueno tortolitos. Váyanse a disfrutar.

—Tienes razón tía, nos vamos, adiós —dijo Noa, tomando la cesta de picnic y a Gia de la mano.

Salieron del departamento y subieron a la camioneta de Noa.

El mar tenía ese azul profundo que solo aparece cuando el cielo está despejado y la brisa es tibia, juguetona. Gia bajo del auto y cerro los ojos respirando profundo, una enorme sonrisa se dibujó en su rostro, una que Noa nunca había visto y que lo cautivo.

Gia caminaba descalza sobre la arena, el vestido ondeando a la altura de las rodillas, con los dedos entrelazados a los de Noa. Reían. Hacía tiempo que no reía así.

Se habían instalado bajo una sombrilla color crema, y pasaron horas allí: comiendo, hablando, escuchando el vaivén de las olas, mirándose como quien empieza a memorizar un rostro por si algún día le falta.

—¿Te dije ya lo hermosa que te ves cuando ríes? —preguntó Noa, acercándose a besarla justo en la comisura de los labios.

Gia le sonrió con esa mezcla de timidez y coquetería que lo enloquecía.

—Mmmmm no, creo.

—Bueno, voy retrasado entonces.

Y la volvió a besar. Fue un beso dulce, sin urgencias. Solo disfrute.

El sol les acariciaba la piel, y por unas horas, no existía el miedo, ni el pasado, ni las amenazas. Solo eran una pareja de enamorados que disfrutaban de un hermoso día.

Pero las sombras no se habían disipado.

Había salido temprano del hotel, en busca de Gia, no se iba a dar por vencido, ya sabia que estaba en esa ciudad, ese día al amanecer se le ocurrió ir a dar una vuelta por las playas de la ciudad, ya que sabia lo mucho que Gia amaba el mar, tal vez tendría suerte.

Y cuando iba caminando, a unos metros, detrás de unas rocas y con gafas oscuras, Roberto observaba. Los ojos inyectados de odio, los puños cerrados con tanta fuerza que sus nudillos se veían blancos.

—Puta traidora… —murmuró, entre dientes—. Mírate, como si pudieras ser feliz. ¿Crees que te divorciaras de mi tan fácilmente? No Gia, no te lo hare nada fácil. Tu eres mía y solo mía.

Cada gesto, cada caricia entre ella y Noa, era un puñal que se le clavaba. La imagen de Gia riendo con otro, libre, radiante, lo desquiciaba.

—Si no eres mía… no serás de nadie —escupió, como una sentencia.

Tomó algunas fotos desde su teléfono, cuidando no ser visto. Justo cuando pensaba retirarse, el celular de Noa sonó.

—¿Sí?... ¿Qué? ¿Ahora? —Noa frunció el ceño, se alejó unos pasos—. Está bien, iré de inmediato.

Colgó y volvió hacia Gia con una expresión seria.

—Surgió un problema en la oficina. Un proveedor se retrasó con una entrega internacional. Tengo que ir a resolverlo.

—¿Te acompaño? —preguntó ella, recogiendo sus cosas con calma.

—¿No estás cansada? Te puedo dejar en el departamento, luego me voy a la oficina.

—No, ire contigo —dijo con una sonrisa leve.

Noa sonrió de vuelta, y juntos volvieron al auto. Roberto los siguió, manteniendo distancia.

Desde su auto, los vio entrar a un moderno edificio de oficinas. Esperó media hora, tomó nota de la dirección, y luego se marchó… pero no con las manos vacías.

Ahora tenía todo lo que necesitaba:

📝—Dónde trabajaba.

📝—Con quién estaba.

Y lo más peligroso “sabía cómo volver a acercarse.”

—Gracias por el regalo, querida esposa—murmuró con una sonrisa helada—. Ahora es solo cuestión de tiempo. Espera por mi Gia, pronto estaremos juntos otra vez.

Mientras el motor rugía en la noche, Roberto empezó a trazar el plan en su mente “Un secuestro limpio.”

Y el nombre de quien lo ayudaría surgió como un eco perverso en su cabeza “Steven.”

—Claro que me ayudarás, viejo amigo. Tú me debes mucho más de lo que crees. —se dijo a si mismo.

Esa noche, Gia y Noa volvieron a casa cansados, pero tranquilos. Ella se acurrucó en su pecho en el sofá, sin saber que, en la oscuridad, alguien ya había decidido que su felicidad tenía los días contados.

Y que la próxima vez… no habría playa, ni sol, ni risas.