Briagni Oriacne es una mujer como mucha fuerza mental, llega a un momento de colapso donde su felicidad se ve vista en declive ¿Qué hará para alcanzar la felicidad ?
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Vacunas
Era una mañana soleada, pero dentro de Briagni todo era un torbellino. Tenía a Aineth en el fular, pegadita a su pecho, y a Eliander en el cochecito. Ambos dormían, tranquilos, ajenos a la ansiedad que se le notaba hasta en los dedos.
—¿Estás bien, hija? —le preguntó Ariadna mientras le abría la puerta del consultorio pediátrico—. Mira que tienes cara de susto.
—Es que... no sé qué me da. Me dan nervios. ¿Y si algo no está bien? ¿Y si no están creciendo como deben?¿tal vez no los alimento lo suficiente?
La enfermera los recibió con una sonrisa cálida.
—¡Buenos días! Quienes son este par de bellezas. ¿son mellizos?
—Sí, niña y niño —respondió Briagni con voz suave.
Los pesaron. Aineth, cuatro kilos ochenta. Eliander, cuatro kilos cien. Después los midieron con una regla suave, sobre una camilla acolchada. Aineth tenía 52 centímetros. Eliander, 54. El pediatra, un hombre sereno de manos cálidas, los examinó con atención, tocándoles el abdomen, viendo sus ojitos, su piel, su respiración.
—Ambos están perfectos. Sanitos, de buen peso y crecimiento. Lo estás haciendo muy bien, Felicitaciones, mamá.
Briagni sintió que podía respirar de nuevo. Pero entonces, el doctor volvió a mirar su ficha, allí tenía todos los papeles de las criaturas, Briagni siempre organizada llevaba consigo todo a la mano...
—los bebés ya tienen los dos meses, cierto?
—si doctor— respondió Briagni, un poco preocupada
—jumm parece que hoy les tocan sus primeras vacunas Pentavalente, polio, neumococo y rotavirus.
El corazón de Briagni dio un salto.
—¿y eso les va a doler mucho?
—Un poco, pero será rápido. Y es completamente necesario.
Ariadna le puso la mano en la espalda.
—Todo va a estar bien, hijita. recuerdo que tú también fuiste valiente cuando te las pusieron.
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Primero fue Eliander. Estaba tan tranquilo, hasta que sintió la aguja en su muslo. Lloró con fuerza, con esa vocecita recién estrenada que a Briagni le rompía el alma. Ella se mordió los labios, no quería mira, Quiso voltear su rostro para otro lado, pero no pudo. Lo tenía que ver, tenía que estar presente, tenía que ser fuerte por sus hijos.
Después fue Aineth. A su llanto lo acompañó un temblorcito en sus manitas. Briagni no aguantó. Una lágrima le cayó silenciosa, sus bebés estaban sufriendo y eso le dolía mucho más a ella, por que era necesario y no había una forma de protegerlos..
—Lo siento, mis amores, lo siento tanto... —les susurraba mientras los abrazaba al terminar, uno en cada brazo.
El pediatra le entregó una hoja con recomendaciones.
—Pueden estar irritables. Tal vez con fiebre leve. Les das un baño tibio, los arropas bien, y si es necesario, le das el acetaminofén que te anoté.
Ya en casa, después del susto, los arropó y les cantó bajito mientras los mecía.
—Yo sé que no lo entienden, pero esto es por su bien. Prometo protegerlos siempre. Siempre.
Ariadna le llevó una bebida caliente.
—¿Ves que no fue tan grave?
—No mama, fue horrible, no quisiera pasar por esto nunca —respondió Briagni riendo entre lágrimas—. Pero me siento... no sé. como un poco más mamá ahora.
Ariadna la abrazó.
—Porque eso eres. Una mamá real. Con miedo, pero con todo el amor del mundo. Eso es lo que te hace fuerte.