Dalia comenza a trabajar como ama de llaves para un pariente /no pariente lejano de su padre, quien era un pintor famoso de pintura erótica; para ayudarse en sus gastos personales mientras termina la universidad. Pero termina en las manos seductoras y perversas de este pintor, confundiendo sus prioridades en la vida.
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Capítulo 23
Los gemelos achacaron a Kei con preguntas, luego de haber mostrado sus pocas habilidades culinarias que les había enseñado su hermana, y Kei no se opuso a su interrogatorio. Aunque, criticaron que era casi diez años mayor que Dalia, que su carrera era inestable, y que la casa donde vivía era demasiado pequeña para lo que merecía Dalia.
Dalia parecía enojada de los comentarios insolentes de sus hermanos, pero Kei solo se sintió divertido de sus intenciones. Al principio se sintió muy nervioso porque no podía evitar querer que la familia de Dalia lo aceptara, pero la osadía de esos dos adolescentes, le sacaron una sonrisa en el alma, porque Dalia tenía quien la defendiera, mientras que él había enfrentado a sus padres solo, y nadie le ayudó, ni sus abuelos, ni supuestos amigos, nadie de nadie.
De pronto llamaron a la puerta y al abrir, era Robert Morgan, el padre de Dalia. Parecía agitado, con la frente perlada de sudor y apenado.
-Ah, disculpe la interrupción – vio a Kei en la puerta – ¿No vinieron ese par de mocosos aquí?
-¿Papá? – se asomó Dalia y vio a su padre jadeando – ¿Qué pasa? ¿Por qué estás así?
Robert agitó la mano.
-Nada, nada. ¿Están aquí esos revoltosos?
-Sí – asintió Dalia – Pero pasa, ¿quieres un poco de agua?
Robert asintió ante Kei mientras entraba a la casa que alguna vez vio llena de basura, estaba asombrado de lo espacioso que se veía sin tanta porquería en el suelo, y entonces vio a esos dos sentados en la sala. Cuando lo vieron mostraron sonrisas descaradas, no parecían ni remotamente asustados de verlo, ni culpables ni nada. Suspiró.
No le tenían el debido respeto y todo por su ausencia, en cambio, cuando Dalia les reprendía o mostraba su enojo, esos dos se escondían y obedecían, no podía evitar sentir nostalgia de ver a todos tan grandes y así como Dalia empezaba su propia vida independiente, en algún momento estos pequeños diablillos, también se irían. La vida se iba casi al instante en que te distraías, parecía que ayer los tres eran unos niños pequeños que correteaban en la casa.
Pero se sintió tranquilo de verlos felices, en especial Dalia, que había estado con el rostro triste en las últimas semanas, aunque ahora, parecía que el conflicto entre los dos se había resuelto y se alegraba.
Le tendió la mano a Kei quien se la sujetó con firmeza.
-Realmente espero que hagas feliz a mi hija.
Kei sonrió con confianza.
-Eso ni lo dudes, desde el momento que la enviaste aquí, se volvió parte de mi vida.
Robert bufó, pero ya no dijo nada y se acercó a la sala para darle un zape a cada uno de los gemelos y recibir amablemente el vaso con agua que le ofreció Dalia.
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Rose regresó a la oficina el viernes por la noche, por el teléfono que había olvidado en el cajón de su escritorio, últimamente había estado distraída con la insistencia de ese anciano sobre visitarlo. No es que lo estuviera evadiendo, pero estaba cansada de que le insistiera en ser parte de su familia. Ninguno de sus nietos era digno de su compañía, podrían solo ser prospectos para pasar una noche divertida, pero compartir la vida con todos esos estirados, eso nunca. Ni siquiera con el guapo Silvain.
Abrió el cajón solo para notar que no había nada. Frunció el ceño y rebuscó en el escritorio, hasta que una voz masculina la sobresaltó.
-¿Buscabas algo?
Rose miró detrás de ella y ahí estaba Silvain, con uno de sus trajes de tres piezas que lo hacían ver guapo. Sus ojos azules la miraron con frio, aunque sus labios se curvaban en una sonrisa burlona.
-Sí – respondió con calma – Olvidé mi teléfono, es muy importante.
-¿Esperas la llamada de alguien? ¿Tal vez un tal Roger Gray? ¿O Derek Blake? ¿Tal vez Zephyr Diamantis?
Rose sintió enojarse, pero prefirió emitir una sonrisa cínica, justo como él lo hacía.
-¿Y qué si me buscan? Soy una mujer destacable, hermosa, inteligente, sofisticada – lo miró y bufó – No sé qué tiene que ver con el señor James.
James apretó el teléfono que tenía en su mano. Últimamente no sabía la razón de sentirse cada vez más y más enojado al verla, ya que no importaba cuán sarcástico fuera con ella, no parecía afectarle de ninguna manera, incluso bromeaba con sus desplantes. Y saber que había hombres buscándola, solo le decía que ella era una zorra de primera. Ya que era así, ¿Por qué le molestaba a sobremanera? No eran nada más que jefe y subordinada.
-Solo, no quiero escándalos en la empresa surgidos por tu descuido.
Rose alzó la ceja, se acercó a él lentamente, cotoneando sus caderas. Viendo que él se había quedado quieto, como esperando su cercanía, no se detuvo y estando a unos centímetros de él, abrazó su cuello. Esta vez no abrazó su cintura como la última vez, pero sí depositó sus manos en su cintura, como si pusiera una barrera. Rose sonrió internamente, y acercó su rostro al de él.
-¿Está celoso señor James? – murmuró cerca de los labios de él mientras miraba sus ojos azules.
Silvain arrugó el entrecejo ante la sugerencia más inverosímil de esa mujer. ¿Celoso? ¿Él?
-¡Ja! Bájese de su nube de fantasías, solo no quiero dramas innecesarios aquí y no se acerque a mí, ya tiene quien le quite la comezón.
Rose sintió una leve molestia en su pecho pero lo achacó al enojo del evidente desprecio y prejuicio de ese hombre. No lo entendía. No se conocían, y la poca interacción siempre ha sido profesional a excepción de esa vez en la oficina de él, pero parecía demasiado afectado.
Por eso no quería nada que ver con los James-Kahlo, todos eran unos idiotas, ya los había conocidos y ninguno le revolvió tantas las hormonas como Silvain, pero… era otro idiota y comenzaba a fastidiarse de su insufrible cinismo de culparla por cosas que no han pasado.
Quería darle una cachetada, pero no quería que notara que le había afectado de alguna manera su burla. Continuó sonriendo y para enojarlo aún más, le dejó un ligero beso en la comisura de su boca, dejando a Silvain petrificado. Aprovechando el aturdimiento de él, soltó su cuello y tomó su teléfono de la mano de él.
-Tiene razón – contestó luego de meter su teléfono al bolso que traía consigo – Tengo de donde escoger.
Le guiñó el ojo y se fue con paso ligero. Mientras que Silvain sintió una ira descomunal llenarle la cabeza, pero solo pudo apretar los dientes y dirigirse al ascensor del sótano y marcharse en su auto.