"Guardianes"

En la planta baja del orfanato, la vida seguía su curso.

El comedor era un pequeño caos lleno de risas, gritos y platos tintineando. Los niños brincaban alrededor de la mesa como si nada hubiera ocurrido la noche anterior. El aroma a pan caliente y tocineta inundaba el aire.

—¡Ya basta! ¡Bajen la voz que me estoy intentando concentrar! —gritó Temerio, con una trenza a medio hacer en las manos.

Marine, la pequeña de cabello rebelde, reía mientras se movía en su silla, complicando la tarea del sacerdote. A su alrededor, Stan, Robert, Axel, Gunter y Nicolás devoraban su desayuno como si fuera un torneo.

Fue entonces cuando la puerta del comedor se abrió, y una nube blanca descendió lentamente por la escalera, flotando con elegancia. Sobre ella, Alex, aún débil, se mantenía erguido. Kuro caminaba a su lado como si nada.

El gato saltó sobre la mesa, golpeando una taza con la cola. Todos los niños lo miraron.

—¡Silencio! —gruñó, con voz ronca y poderosa—. ¡O haré volar toda esta cocina por los aires!

Los niños se sentaron de inmediato como soldados entrenados. Nadie se atrevió a hacer ruido.

Alex soltó una pequeña risa.

—Buenos días... —dijo con voz aún débil.

De inmediato, todos los niños saltaron de sus sillas.

—¡ALEX!

—¡Estás despierto!

—¡¿Estás bien?! —preguntaron entre abrazos y chillidos.

Alex, rodeado de brazos pequeños, soltó un quejido entre risas.

—¡Ay! ¡Despacio, estoy hecho polvo! Esperen... no recuerdo bien sus nombres...

Stan, el mayor, alzó la mano con orgullo.

—¡Yo soy Stan! ¡El líder del grupo!

—Robert —siguió el pelirrojo de 10 años, con una sonrisa enorme.

—¡Axel! —dijo uno de los gemelos.

—¡Y yo soy Gunter! —completó el otro.

Marine agitó su manita desde la silla.

—¡Marine! ¡Aún me están peinando!

Y desde detrás de Temerio, Nicolás alzó tímidamente su mano.

—Soy... Nicolás...

Temerio se levantó con resignación, ya sin paciencia.

—¡Suficiente! ¡A la escuela! —gruñó.

—¡Pero queremos quedarnos con Alex! —reclamaron todos al unísono.

—¡Queremos que nos cuente cosas de Reminen! ¡Nunca hemos conocido a alguien de allá!

Temerio exhaló hondo, y con un gesto sutil comenzó a murmurar un conjuro. Pequeñas chispas blancas salieron de su boca. En un parpadeo, aureolas de luz aparecieron sobre las cabezas de los niños y los elevaron en el aire, alineados como patitos flotando.

—¡Ya vuelvo! —le dijo a Kuro mientras se dirigía a la puerta con su pequeño escuadrón flotando detrás—. Déjale comida al chico y mételo a la tina. Apesta a demonio chamuscado.

—¡Sí, sí! —respondió Kuro, ya con la cara hundida en un plato de tocineta crujiente.

Alex rió, pero su estómago rugió con fuerza, haciendo eco en la cocina.

—Uff... —dijo, llevando una mano al vientre—. Tengo mucha hambre...

Kuro, sin levantar la vista del plato, movió su pata izquierda con gracia. Desde la alacena, un plato flotó hacia la estufa. Una sartén aún humeante vertió su contenido en el plato, que luego voló suavemente hasta Alex.

El aroma lo embriagó. Sin decir palabra, comenzó a devorar su desayuno.

Tras unos minutos de silencio, Alex miró a Kuro.

—¿Iremos tú y yo solos a Liberia...?

El gato masticó lentamente, luego respondió sin levantar la mirada.

—Aún no lo sé. Espero que Temerio venga con nosotros. Pero... lo dudo. Después de lo que ocurrió con Mamon anoche, querrá quedarse a ayudar a reconstruir la zona sur del reino.

Alex bajó la mirada. El peso del viaje que venía caía sobre él como un presagio.

—Entonces... supongo que tendremos que ser fuertes los dos, ¿eh?

—Lo hemos sido desde el principio —dijo Kuro—. Pero aún no has visto nada, muchacho.

Continuará...

XintaRo.

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