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Fernando López: La Elección de un Hombre

Fernando López: La Elección de un Hombre

Status: Terminada
Genre:Mafia / Matrimonio arreglado / Amor eterno / Amante arrepentido / Completas
Popularitas:0
Nilai: 5
nombre de autor: Tânia Vacario

FERNANDO LÓPEZ fue obligado a asumir a una esposa que no quería, por imposición de la “organización” y de su abuela, la matriarca de la familia López. Su corazón ya tenía dueña, y esa imposición lo transformó en un Don despiadado y sin sentimientos.
ELENA GUTIÉRREZ, antes de cumplir diez años, ya sabía que sería la esposa del hombre más hermoso que había visto, su príncipe encantado… Fue entrenada, educada y preparada durante años para asumir el papel de esposa. Pero descubrió que la vida real no era un cuento de hadas, que el príncipe podía convertirse en un monstruo…
Dos personas completamente diferentes, unidas por una imposición.

NovelToon tiene autorización de Tânia Vacario para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 23

El cóctel había terminado ya tarde por la noche. Los últimos brindis fueron intercambiados, las alianzas selladas en apretones de manos y la presencia de Elena marcada como un acontecimiento comentado en cada fiesta.

Ella había dejado a todos impresionados, principalmente por el equilibrio entre juventud y postura madura.

Cuando entraron en el coche de la familia, Elena suspiró levemente. El peso del vestido, el tacón, el maquillaje impecable y la tensión de tantas presentaciones cobraron su precio. Acostumbrada a acostarse temprano, su cuerpo no resistió. Apoyó la cabeza contra el respaldo de cuero y, antes incluso de que el vehículo dejara el patio del hotel, se durmió profundamente.

Fernando, sentado a su lado, observó por algunos instantes en silencio. Era extraño verla tan frágil y serena después de una noche en que se había mostrado tan firme y elegante.

El rostro angelical, iluminado suavemente por las luces de la calle que atravesaban los vidrios del coche, parecía porcelana. Había delicadeza y una calma rara en aquella expresión.

Él desvió la mirada, intentando concentrarse en sus propias reflexiones de negocios, pero no consiguió. Cada vez que la encaraba, algo dentro de él se estremecía, una mezcla de ternura y deseo.

Cuando el coche paró delante del edificio, Elena continuaba dormida. El chofer abrió la puerta, y uno de los guardaespaldas, al percibir la situación, se aproximó solícito, pero reculó bajo la mirada feroz del Don.

Con un gesto discreto para no despertarla, pidió al chofer que se alejase. Entonces, se inclinó y, cuidadosamente, la tomó en brazos.

Ella no se movió. Apenas respiraba hondo, entregada al sueño, la cabeza reposando contra su hombro, Elena se acurrucó instintivamente contra su pecho.

Fernando entró en el ascensor privado con Elena aún en sus brazos. El silencio era absoluto, quebrado apenas por el sonido suave de la respiración de ella. Él digitó la contraseña del ático y, al sentir el movimiento de la cabina, alzó los ojos hacia el reflejo en el vidrio.

Allí estaba él, el hombre de negocios frío y calculador, no parecía el jefe en ascensión de una de las organizaciones más peligrosas de España. Estaba con la mirada calmada sosteniendo en brazos a la esposa joven, delicada, tan ingenua...

Y, aún así, aquella visión lo desarmaba.

Fue en ese instante que la tentación se volvió insoportable. Los labios de ella, ligeramente entreabiertos por el sueño, parecían una invitación. El corazón de Fernando se aceleró de manera inesperada. Antes de que pudiese racionalizar, se inclinó y la besó suavemente.

Un beso breve, pero cargado de algo que él propio no supo definir: deseo, ternura, necesidad.

No obstante, Elena abrió los ojos en el exacto momento en que sus labios tocaban los de ella.

Por un segundo, quedaron inmóviles, ojos en los ojos, como si el tiempo se hubiese parado. Fernando sintió un calor subir por el rostro. Se retiró de inmediato, avergonzado, como si hubiese cometido una infracción contra la inocencia de ella.

—Yo...— murmuró, desviando la mirada. —Te dormiste…

La colocó de pie en el suelo del ascensor, pero no se alejó. El cuerpo de ella aún rozaba contra el de él, y la pared transparente no ofrecía refugio para ninguno de los dos.

Elena, sorprendida, llevó la mano instintivamente a los labios. No dijo nada. Se limitó a mirar hacia adelante, intentando entender lo que había acabado de acontecer.

Fernando, por su parte, permaneció demasiado cerca, respirando el mismo aire, sintiendo el perfume suave que venía de la piel de ella. Podía notar cada curva del cuerpo delineado por el vestido ajustado, la feminidad que él se esforzaba para ignorar desde el casamiento.

El ascensor seguía su camino, lento demás aquella noche.

Cuando finalmente llegaron al ático, entraron en silencio. Carmen ya se había recogido, dejando el ambiente impecable y acogedor. Fernando acompañó a la esposa hasta el cuarto, y allá, ella se detuvo delante del espejo.

Con gesto delicado, tocó el broche de la joya que traía en el cuello. Por más que intentase, no conseguía, mecanismo demasiado complicado para ella sola.

—¿Puedes ayudarme?— preguntó, con voz suave, casi tímida.

Fernando respiró hondo. Se aproximó despacio, los dedos fuertes pero cuidadosos tocando el cuello de ella. Cuando consiguió soltar el broche, no resistió: se inclinó y dejó los labios rozasen levemente la piel suave, en la base de la nuca.

Elena se estremeció, los ojos cerrándose por reflejo.

Él debía haber reculado, pero no consiguió, aquel escalofrío era una invitación. El perfume de ella, el calor de la piel, la vulnerabilidad de aquella escena lo dominaron. Sus besos avanzaron por el cuello, por los hombros desnudos que el vestido dejaba a la vista. Cada gesto era controlado, pero cargado de intensidad.

Elena, sorprendida, no se alejó. Apenas cerró los ojos por un instante, sintiendo el escalofrío que recorría su cuerpo.

Ella podía sentir las manos en su cintura, como si la sujetase para no alejarse. Los besos leves en su nuca, hombros... el mordisqueo suave en su oreja, ella estaba casi en éxtasis…

—Fernando...— murmuró, pero no había protesta en su voz, apenas sorpresa.

Como en un baile sensual, ella apoyó su cuerpo contra el de él, sin ni siquiera percibir lo que acontecía, apenas seguía la voluntad del propio cuerpo…

Después de algunos minutos, Elena oyó un gemido ronco, en seguida, fue girada de frente para el marido. Él la miró por algunos segundos, buscando alguna resistencia. Pero luego tomó su boca en un beso feroz que la hizo perder el aire.

Fernando, en un arrebato, la colocó sobre el tocador, sin importarse con los frascos de perfume que fueron al suelo. Nada importaba además del calor que crecía entre los dos. Elena, con las manos aún inciertas, buscó el rostro de él, los cabellos, aprendiendo a tocar por primera vez un hombre.

Los besos se tornaron más intensos, pero aún había ternura. Fernando, aunque tomado por el deseo, era cuidadoso. Percibía la inexperiencia de ella, cada suspiro, cada vacilación, y eso lo hacía ser más paciente.

Cuando el vestido resbaló un poco por el hombro, reveló más de la piel delicada que él besaba con devoción. Elena cerró los ojos, como si quisiese memorizar cada sensación.

Fernando quedó por algunos instantes admirando el bello y pequeño par de senos a su frente. Él podía ver nítidamente que eran intocados...

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