Lila, una médica moderna, pierde la vida en un ataque violento y reencarna en el cuerpo de Magdalena, la institutriz de una obra que solía leer. Consciente de que su destino es ser ejecutada por un crimen del que es inocente, decide tomar las riendas de su futuro y proteger a Penélope, la hija del viudo conde Frederick Arlington.
Evangelina, la antagonista original del relato, aparece antes de lo esperado y da un giro inesperado a la historia. Consigue persuadir al conde para que la lleve a vivir al castillo tras simular un asalto. Sus padres, llenos de ambición, buscan forzar un matrimonio mediante amenazas de escándalo y deshonor.
Magdalena, gracias a su astucia, competencia médica y capacidad de empatía, logra ganar la confianza tanto del conde como de Penélope. Mientras Evangelina urde sus planes para escalar al poder, Magdalena elabora una estrategia para desenmascararla y garantizar su propia supervivencia.
El conde se encuentra en un dilema entre las responsabilidades y sus s
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Capítulo 22: Ecos del pasado.
Narrador.
El jardín empezaba a encontrarse en un estado de calma tras la partida del conde Frederick Arlington. Penélope se reía junto a los príncipes, mientras Natalia disfrutaba de una animada charla con su marido. En ese momento, con la habilidad de alguien que sabe cómo presentarse sin previo aviso, el duque Alfredo se unió al grupo.
Su presencia era impecable. Aunque no era necesario llevar uniforme en ese ambiente familiar, su atuendo brillaba con soberbia. Su cabello estaba meticulosamente peinado, sus guantes eran intachables y esa sonrisa ensayada no llegaba a iluminar sus ojos.
Pero cuando sus miradas se encontraron con las de Magdalena, algo en él se detuvo.
No fue un acto evidente, sino una pausa sutil. Un instante casi imperceptible en el que su rostro se endureció… y luego se transformó, como si hubiera visto un espectro.
Natalia se percató de inmediato. Sonrió de manera discreta y se inclinó para murmurar algo a Penélope, permitiendo que el duque se acercara más a Magdalena.
Magdalena realizó una sencilla reverencia, manteniendo la cortesía que la situación requería.
—Señor duque. Es un placer.
Él amplió su sonrisa, observándola con intensidad como si examinara un tesoro recién hallado.
—¿Me podría decir su nombre?
—Magdalena Belmonte.
—Un nombre elegante. Y poco común en estos pasillos. ¿De dónde proviene?
—Del norte, mi señor. Pero ahora estoy al servicio del conde Arlington como la tutora de su hija.
El nombre “Arlington” encendió una chispa inconfundible en la mirada del duque. Como si ese apellido le hubiera quemado la piel.
—Vaya… Frederick siempre ha tenido un agudo sentido para… los talentos —comentó, con un tono que era difícil de discernir entre alabanza y burla.
Natalia lo interrumpió con elegancia antes de que pudiera añadir más.
—Alfredo, ¿por qué no te unes a Arturo? Estoy segura de que tiene muchas actualizaciones para ti. Yo llevaré a Magdalena adentro; ya está empezando a hacer frío.
—Por supuesto —respondió el duque, aunque su atención seguía centrada en Magdalena—. Pero me encantaría seguir la charla en otra ocasión, señorita Belmonte. Tengo muchas preguntas… y pocas respuestas.
Magdalena hizo otra reverencia sin responder, pero sintió el peso de su mirada incluso mientras se alejaba. No era solo un gesto cortés lo que ese hombre escondía. Era algo más profundo. Una vez dentro del palacio, el duque se quedó solo por unos momentos junto a la fuente en el jardín. Su sonrisa había desaparecido. Miraba al horizonte, sus ojos nublados por la sombra del pasado.
Paola.
Ese nombre aún le causaba dolor. La mujer que ambos, tanto él como Frederick, habían amado.
Los tres se conocieron durante el conflicto del norte, cuando el terreno estaba cubierto de barro en lugar de mármol y las decisiones se tomaban con sangre en las manos. Paola era una valiente, decidida y hermosa enfermera voluntaria. Todos los soldados la veneraban. Pero Alfredo… él se sintió atraído por ella.
Y en ese momento, se dio cuenta: también Frederick.
Ambos pelearon no solo en el campo, sino también en silencio por el corazón de la misma mujer. Y al final, Paola optó por el conde. Eso ocurrió hace mucho tiempo, pero la herida nunca sanó. Alfredo se refugió en su título, en sus misiones diplomáticas y en su propia arrogancia. Rechazó cada propuesta de matrimonio y llevó su soledad con dignidad.
Pero ahora… al mirar a Magdalena, algo cambió.
Ella tenía sus ojos. Tenía esa manera de mirar. Esa misma calma fuerte.
¿Era el destino jugando con él? ¿O una segunda oportunidad?
Regresó al palacio, decidido a obtener más información. Esa mujer no era como las damas que solían poblar los pasillos de la corte. Era especial. No solo por su belleza sutil, sino por su forma de andar, por la profundidad de su silencio.
Se dirigió a su habitación y pidió a su asistente personal.
—Quiero un informe completo sobre la señorita Magdalena Belmonte. Todo lo que se conozca acerca de ella. Su origen, familia, antecedentes. Con discreción. No deseo que el conde se entere.
—Sí, mi lord.
El duque se quitó los guantes tranquilamente, como cuando se planifica un movimiento en ajedrez.
No sabía si lo que sentía era deseo, obsesión… o una venganza que había esperado mucho tiempo.
Pero lo que sí tenía claro era una cosa: no permitiría que Frederick Arlington triunfara de nuevo.