Max es un hombre lobo de ojos azules que quita el aliento. Tiene un cuerpo musculoso y una estatura imponente. Es el futuro alfa de la manada "SilverClaw", pero no se siente digno de ese título. Su padre, un líder cruel y tirano, que lo humilló y maltrató desde pequeño. Todos lo ven como un hombre lobo débil, cobarde y sumiso. No tiene confianza en sí mismo, ni en su capacidad para gobernar, proteger o amar. Es el rey de la nada, y todos lo desprecian. Su lobo se llama Logan, es un lobo gris con reflejos azules. Él y Max nunca estuvieron de acuerdo con la forma en que su padre dirigió la manada. Ellos son protectores y fuertes, pero su padre les hizo daño a ellos, a su gente, llenándolos de inseguridades. Logan sueña con encontrar a su compañera, pero Max tiene miedo de que lo rechace, como lo hace su manada.
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Lo que no merezco (Sky)
Regresamos del entrenamiento, y estoy seguro de que la he lastimado. Dice que está bien, pero noto que cojea. Lo oculta, como si quisiera evitar preocuparme. No entiendo por qué no me lo dice. Entramos a la casa y lo primero que hace es prepararme algo de comer. Siempre lo hace. Insiste en que recupere peso, energía, que me cuide... como si yo valiera eso.
Ella se va a darse un baño. Y yo me quedo solo comiendo, despacio, como me ha enseñado. He aprendido que aquí nadie me va a quitar la comida. Que puedo comer sin miedo. Pero aún me cuesta creerlo del todo.
Cuando noto que tarda en bajar, me inquieto. Subo las escaleras con un nudo en el estómago. La encuentro acostada, acurrucada de lado en la cama. Hay algo en su postura, en la forma en que se aferra a la almohada, que me hace pensar que está triste. Me acerco y la escucho murmurar entre sueños. Me quedo helado.
Está diciendo cosas que... que yo suplicaba. Palabras que dije hace años, tal vez meses. No lo sé. Suplicas que pronuncié en voz baja, encerrado en el infierno del alfa Hunter. ¿Cómo las conoce? ¿Cómo puede saberlas?
Ella está viendo mis recuerdos.
Algo en mí se revuelve. Siento miedo, vergüenza, ira. Esos recuerdos son míos. No quiero que nadie los vea. No quiero recordarlos ni yo. Niego con la cabeza, ahuyentando las imágenes. No puedo, no quiero volver allí.
Pienso en despertarla, exigirle una explicación, pero entonces la veo llorar. Y todo se rompe dentro de mí. Llora... por mí. Por lo que me hicieron. Por lo que viví. Me quedo paralizado. Nadie ha llorado por mí antes. Nadie ha sentido mi dolor como suyo.
Me acerco, temblando. Quiero abrazarla, quiero protegerla, calmar ese llanto que también me está doliendo. Pero tengo miedo. Miedo de que, si la toco y despierta, me mire con repugnancia. Que me vea como un monstruo.
Aun así, no me contengo. Me siento a su lado y la acuno con cuidado. Sus sollozos se suavizan. Sigue dormida, pero su respiración se calma. Le seco las lágrimas. Observo su rostro, tan cercano, tan sereno a pesar de todo. Me inclino, y justo antes de rozar sus labios con los míos, me detengo.
No puedo. No debo. Ella no lo permitiría... y yo no me lo merezco. Estoy sucio. Roto. Soy un error.
La dejo en la cama, arropada. Salgo corriendo. El bosque me recibe con su frío y su silencio. Necesito correr, gritar, escapar. Quiero huir de ella. De lo que siento. De lo que casi hago.
Corro sin rumbo. Cada paso me arde por dentro. No soporto que me toquen, pero con ella es distinto. Con ella quiero acercarme, tocarla, sentirla. Y eso me asusta más que todo lo demás. No merezco su ternura. No merezco su cercanía. Soy una criatura hecha de cicatrices y vergüenza.
Pienso que debería alejarme. Pero no puedo soltarla.
Mi mente no para. ¿Qué voy a hacer? ¿Cómo la voy a mirar a los ojos? ¿Cómo le voy a pedir perdón? No sé si lo que siento por ella. No sé qué es. Solo sé que no quiero encontrar a mi mate. No quiero perderla. Tengo miedo de que, cuando lo haga, ella se aleje de mí. Que me deje solo.
Regreso cuando el cielo ya se ha teñido de sombras. Tenía que alejarme, pero también necesitaba verla. Saber que seguía allí.
Ella está en la cocina. Me recibe con una sonrisa y me pregunta por mi noche. No respondo. Me siento. No quiero hablar, ni escuchar, ni pensar. Solo quiero... nada. Vaciarme.
Ella insiste. Me ofrece leer algo. Ver una película. Cenamos juntos. Yo solo quiero silencio. Soledad. Le digo que no. Y cuando insiste, exploto.
Le grito. Le digo que no necesito nada de ella. Que nunca entenderá lo que siento. Que no puede comprenderme. Y apenas las palabras salen, ya me arrepiento. Le he fallado. Le he hecho daño. Otra vez.
Ella no responde con rabia. Solo dice que lo siente. Que solo quería ayudarme. Me mira con tristeza. Y eso me duele más que cualquier golpe.
Prepara la cena en silencio. No me acerco. No la merezco. Solo como, callado. Luego subo al cuarto.
Ella llega después. Quita el edredón que había usado más temprano. Me hubiera gustado que lo dejara. Su olor me da paz.
Se acuesta en el sofá y apaga la luz. El silencio se alarga. Quiero que me diga algo. Pero no lo hace. Tal vez ya no puede. Tal vez ya se rindió.
Cuando creo que está dormida, no puedo más.
—Serena —susurro—. Perdóname. Por favor, no me odies.
Ella no contesta. Me levanto y me acerco al sofá. La miro dormir. Quiero tocarla. Abrazarla. Decirle tantas cosas... Pero no lo hago. Me contengo. Me alejo.
Vuelvo a la cama. Me acuesto de lado, mirando la nada. Me pregunto si algún día dejaré de estar roto. Si podré ser suficiente para ella. Si me verá como algo más que un recuerdo herido.
Tal vez podría ser su amigo.
Pero no. Hay una parte de mí que la quiere de otra forma. Y eso, también me asusta.
TENDRIA QUE TENER EL MISMO NOMBRE VOLÚMEN 2