Camila tiene una regla: no mezclar negocios con emociones. Pero Gael no es fácil de ignorar. Es arrogante, brillante y está decidido a ganarle. En los proyectos, en las reuniones… y también en el juego de miradas que ninguno de los dos admite estar jugando.
Lo que empezó como una guerra silenciosa de egos pronto se convierte en una batalla más peligrosa: la de resistirse a lo prohibido.
¿Hasta dónde están dispuestos a llegar por ser los mejores… sin perderse el uno al otro?
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Juego sucio
*⚠️Advertencia de contenido⚠️*:
Este capítulo contiene temáticas sensibles que pueden resultar incómodas para algunos lectores, incluyendo escenas subidas de tono, lenguaje obsceno, salud mental, autolesiones y violencia. Se recomienda discreción. 🔞
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Llegar a casa después de ese día era todo lo que necesitaba. Cama, silencio, y tal vez llorar un poquito más con alguna canción tonta de fondo. Nada más. Lastimosamente Lucy no estaba en la ciudad ya que la trasladaron temporalmente por un mes a la sede de España para un proyecto.
Pero mis expectativas eran demasiado altas para el karma que me rodea últimamente.
Apenas cerré la puerta, la pared tembló con un ¡bum, bum, bum! tan escandaloso que casi suelto las llaves.
—¿Qué carajos...?
Subí el volumen de mis pensamientos, pero él subió aún más el de su música.
Eso era una mezcla entre reguetón, electrónica y demonios con zancos, probablemente.
—¡Joder, este maldito! —bufé. Agarré el celular y lo llamé directamente.
Me contestó a la segunda.
—¿Qué pasa?
—¡¿Qué pasa?! ¿Me estás jodiendo, Gael?
—Estoy en mi apartamento, Duval —dijo con voz casual, como si no estuviera intentando demoler mi pared a punta de bajos—. Pongo la música que quiero. Si no te gusta, puedes mudarte.
Mi mandíbula cayó al suelo.
—¿Perdón?
—Dije que—
—¡Escuché lo que dijiste, imbécil! —grité—. ¡Perfecto! ¡Sabés qué!
Colgué. Fui al armario. Abrí la puertita de emergencia donde Gael guardaba unas pocas mudas de ropa, esa ropa básica, por si se quedaba varios días.
La metí toda en una bolsa.
Y marché.
Golpeé su puerta como una loca. Me la abrió con una sonrisita burlona que me dio ganas de arrancársela a secas.
—¿Tan rápido me extrañaste? —soltó.
Le lancé la bolsa directo al pecho.
—Estaba sacando la basura —dije con la mirada encendida—. Y esta porquería de ropa tuya tenía que ir a donde corresponde: al contenedor de las decepciones.
Él se quedó paralizado. Yo di un paso atrás y alcé la barbilla.
—La próxima vez que quieras atención, llama a Anika. Seguro ella sí te deja ponerle música fuerte mientras la tratas como una opción de repuesto.
—¿En serio estás haciendo una escena por eso?
—No. Estoy haciendo una escena, Gael. Porque te dejé entrar a mi cama, a mi espacio, a mi vida, y ahora te quieres comportar como si yo fuera un error administrativo que no sabés cómo borrar.
Su mandíbula se tensó.
—No eres un error, Camila. Pero tampoco somos novios. Esto solo era sexo casual —suspiró—pensé que había quedado claro que nosotros solo éramos amigos con beneficios. Pues, ya que le quieres poner una etiqueta.
—Gracias al cielo que no eres el único hombre del planeta —espeté, con una risita seca—. A partir de ahora, lo nuestro terminó. Completamente. ¿Entendido?
—Perfecto —dijo, tirando la bolsa con fuerza—. Me gusta trabajar con enemigos. Me da adrenalina.
—Ah, pues prepárate —sonreí con veneno—. Porque acaba de comenzar la verdadera guerra.
Y justo cuando ambos estábamos por explotar, la puerta del baño se abrió.
—Bueno, bueno, qué drama me estoy perdiendo —dijo Bastian, recostado en el marco de la puerta, con una ceja alzada—. ¿Puedo saber por qué los gritos a esta hora?
Camila lo fulminó con la mirada, pero él levantó las manos en gesto de paz.
—Tranquila, Cami. No estoy aquí para juzgar… Aunque, si quieren gritarse, les puedo prestar mi altavoz para que escuchen hasta en el sótano.
—Vete a la mierda, Bastian —murmuró Gael, apretando los dientes.
—Ya estuve en tu lugar. No me gustó. Hace mucho calor —replicó él, con sorna, y luego bajó el tono—. Pero en serio, ¿tú también, Gael? ¿Música a todo volumen solo para molestar? Qué maduro.
Gael no respondió.
Camila respiró hondo, aún con las mejillas encendidas.
—¿Y ti que te importa lo que hagamos o no?
—Solo me preocupo —dijo Bastian, más serio esta vez—. Porque si vas a dejar que este idiota te saque de tus casillas así… no sé si estás lista para que vayas con nosotros a Italia.
Nos quedamos mirándonos, como dos bombas a punto de estallar.
Y luego el cerro su puerta de un portazo que hizo vibrar las paredes.
Volví a mi apartamento, me senté en el sofá, no sentí ganas de llorar.
Sentí más rabia.
Si Gael Moretti quería jugar sucio, yo no me iba a quedar atrás.
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—¿Tienes la presentación lista? —preguntó Anika acomodándose en su silla, con su sonrisa perfecta que parecía pegada con silicona.
—Claro —respondí con mi mejor tono neutro
—Excelente, así Gael puede empezar con la parte de estrategia digital —añadió ella, girando hacia él como si no me acabara de ignorar olímpicamente.
El, por supuesto, tan sereno, tan Gael, tan "mira cómo no me afecta nada", asintió con una ligera sonrisa y tomó el control de la presentación.
Yo, mientras tanto, mordía el borde de mi bolígrafo imaginando formas creativas de hacerlo sufrir. Pero no. Profesional. Eficiente. Impecable. Esa era yo.
La presentación comenzó y el proyector iluminó la sala. Todo iba bien hasta que...
—...Y como propuse anteriormente—dijo Gael, sin mirarme—, la campaña de redes puede girar en torno a microhistorias que conecten emocionalmente con los usuarios.
¿Perdón?
¿Me acaba de...?
¿Robar la idea?
Lo miré como si se hubiera convertido en un unicornio con traje.
—Qué raro —solté sin pensarlo—. Pensé que no ibas a vender esa idea como tuya. ¿No es muy descarado apropiarse de las ideas ajenas?
La sala se tensó. Anika disimuló una tos, pero claramente estaba disfrutando el show. Gael me lanzó una mirada afilada.
—Solo reconozco las ideas que valen la pena.
—Entonces no esperes que reconozca muchas cosas positivas, de ti —disparé de vuelta, sin pestañear.
Silencio.
Tenso.
Incómodo.
Pero juro que escuché a alguien reprimir una risa.
Anika intervino:
—Bueno, bueno... el sarcasmo puede ser útil en publicidad, pero no sé si tanto en una reunión.
—Tranquila, Anika —respondió Gael, sin quitarme la vista—. Duval y yo tenemos una manera muy... especial de trabajar juntos.
—Más bien de no trabajar —dije, cruzándome de brazos—. Pero bueno, al menos alguien tiene sentido del humor en este trío disfuncional.
Después de eso, la reunión continuó, pero el ambiente estaba tan cargado que incomodó a todos.
Cuando terminó, Anika se fue a su escritorio y yo me dirigí al mío con pasos firmes. Gael me alcanzó justo al pasarme.
—¿Lo disfrutaste? —murmuró entre dientes.
—Como una buena película de guerra —le respondí, sin girarme—. Explosiva. Inesperada y con muchas bajas.
—Pensé que eras más madura, Duval.
—Y yo pensé que tu tenías los huevos para afrontar la relación que teníamos de frente. Pero bueno, parece que nos equivocamos los dos.
Me senté y encendí mi pantalla. Gael se quedó un segundo parado junto a mi escritorio. Vi que apretaba la mandíbula, pero no dijo nada. Luego se fue.
—Estuviste increíble hoy, Gael —dijo Anika con voz suave, casi ronroneando.
Yo, desde mi escritorio, apreté el mouse tan fuerte que por poco lo rompo.
—Gracias —respondió él con ese tono bajo que usaba cuando estaba por encantar a alguien. Lo conocía demasiado bien. Era su tono letal.
—¿Vamos por un trago hoy? —Anika insistió, con una mano rozando sutilmente su brazo.
Fue en ese momento que decidí apagar mis emociones como si fueran luces en una casa abandonada.
—Me parece bien —respondió Gael. Su mirada se cruzó con la mía un segundo.
Maldición.
Respiré profundo. O me tragaba mis celos o iba a terminar tirándole la grapadora en la cara.
Terminé la jornada fingiendo normalidad. Incluso me reí con un compañero del área de diseño como si nada. Pero por dentro estaba que ardía.
Me fui antes. Llegué a mi apartamento, me preparé una sopa instantánea y me puse pijama. Tenía pensado ver una comedia romántica, llorar un poco y luego dormir como si no me doliera nada.
Pero no.
A las doce de la madrugada...
Gemidos.
Sí. GEMIDOS.
Altos. Descarados. Rítmicos.
La pared vibraba.
Mi ceja tembló de rabia. Subí el volumen de la película.
Nada.
Tomé una almohada y me la apreté en la cara.
Pero entonces...
—Oh, Moretti... sí, así...
Me quedé helada.
Por escuchar la voz chillona de Anika.
Ese maldito...
Cerré los ojos con fuerza. El estómago me dio vueltas.
¿Así quería jugar? ¿En serio?
Y yo... como una idiota, sintiendo algo real por él.
¡Por mi rival de trabajo!
¡Por mi vecino!
¡Por el tipo que ahora estaba haciendo que mi pared vibrara al ritmo de una película triple X!
Me levanté de la cama furiosa. Pateé mi mueble de zapatos. El ruido no paraba.
¡Mierda! ¡De verdad! ¿¡Qué tienen!? ¿¡Un trampolín en la cama!?
Quise gritar, pero me contuve. No iba a darle el placer de saber que me importaba.
Fui a la cocina, saqué una copa de vino, luego otra. Y finalmente volví a mi cama.
Pero el ruido seguía y todo lo que sentía se fue al carajo.
x ahora muy lenta y pesada