Lecciones De Amor

Leonardo solía ser un hombre romántico y detallista cuando la ocasión lo ameritaba, sobre todo en los aniversarios. Había adquirido habilidades en decoración, cocina y poesía, aunque esto último no era su fuerte. Aún así a Leonardo no se le pasaban las fechas importantes y esa mañana Gabriela y él cumplían un mes de estar juntos, aunque no sabía cuál era el nombre que se le daba a ese festejo pero eso no era tan importante. En un principio lo dudó, quizás Gabriela lo tomaría como algo tonto y terminaría por confirmar para sí, que la diferencia de edad era muy evidente quizás volvería a tener dudas. Gabriela había tenido dificultades para deshacerse de esa inseguridad, al principio se avergonzaba cuando la invitaba a comer a algún lugar y su rostro se tornaba de un color rojo similar a una fresa madura cuando en el colegio él se portaba más atento con ella, aun si nadie prestaba atención; claro que últimamente podía decir que ella se mostraba más confiada, más en control de ese tipo de reacciones; se podía decir que las cosas entre ellos estaban fluyendo bien y habían tomado un rumbo de seriedad tal que incluso Gabriela había decidido presentarlo con su hijo, Omar. Leonardo no tenía inconveniente con ello, de hecho él no quería mantener su relación en secreto, no le agradaba tener que esconderse porque, tenía que admitirlo, él no podía ser discreto. 

—Buenos días, Leo —saludo Omar en medio de un bostezo y entrando a la cocina aún en pijama similar al atuendo de él, solo un pans y con excepción de la camiseta, la de Leonardo no tenía mangas —. ¿mi mamá sigue dormida? 

—Si, no quise despertarla todavía. 

—Ah, y le quieres hacer el desayuno —dijo en tono burlón pero a la vez complacido. Para el joven, el que Leonardo quisiera y tratara bien a su madre era algo importante, él solo quería que ella fuera feliz. 

—Pues esa es la intención, aunque no se todavía que será bueno preparar. 

—No te compliques, haz un omelette con champiñones y queso, un pan tostado y jugo fresco. 

—Crees que eso es suficiente. 

—Claro, solo tienes que hacer que se vea bonito.

Fue una suerte contar con el apoyo de Omar. Desde que Gabriela lo llevó a su casa, Omar lo hizo sentir parte de su familia, podía decir que lo consideraba un amigo. Leonardo esperaba que cuando le tocará el turno de llevar a Gabriela a su casa, su familia la tratará igual que como Omar lo trataba a él. 

—Bueno, entonces manos a la obra. 

—Este si, Leo para mí no prepares nada —se burló Omar cuando vio a Leonardo dando un par de vueltas buscando los utensilios que necesitaba —. Yo voy a desayunar con Danna. 

—Claro que no jovencito, tienes que comer algo antes de salir —dijo Leonardo siguiendo con la broma. Ambos soltaron una carcajada, mientras Omar salía de la cocina. Tras un corto suspiro, dió inicio a la preparación del desayuno. 

Leonardo miró de nuevo la bandeja todo parecía en orden, aunque quizás el pan tostado luciría mejor con mermelada, además de eso unos tomates cherry sobre el omelette, quizás podría estar perdiendo sus habilidades o solo estaba nervioso. Leonardo detuvo la contemplación del desayuno que estaba preparando cuando escuchó sonar el timbre, alguien llamaba a la puerta. El primer impulso de Leonardo fue ir a abrir para que quien fuera que estuviera llamando, no despertará a Gabriela con tanta insistencia, eso arruinaría la sorpresa de llevarle el desayuno a la cama. 

—¡Buenos días! —saludo Leonardo cortésmente al hombre que llamaba a la puerta —Diga. 

—Buenos días —respondió recorriendo con la mirada desconfiado, tratando de mirar por encima de su hombro. El hombre no era un anciano, podría tener alrededor de cincuenta años, quizás menos pero por su actitud, a Leonardo le pareció uno. —¿Está Omar? —se decidió a hablar e hizo ademán de querer pasar a la casa. 

—Si, está en su cuarto. ¿Quiere que le llame? ¿Quien le busca?

—Su padre. Me permites pasar —Leonardo se sorprendió por un momento pero después no le dió más importancia, entendió que esa la razón de que se mirara desconfiado. Mientras el hombre caminaba hacia el interior de la casa, Leonardo recordó que el desayuno se estaba enfriando y que quizás Gabriela estaba por despertar sino es que ya lo había hecho. Lo mejor era que volviera de inmediato a la cocina.

—Disculpa ¿a dónde vas? —la pregunta de nuevo estaba cargada de desconfianza además de un aire de superioridad que irritó un poco a Leonardo. El no era un jovencito pero ese hombre lo miraba como si fuera un chico —Por cierto, tú quién eres. 

Ahí estaba el dilema, que debía responder; para Leonardo era fácil decir soy pareja de Gabriela, quizás el hombre aquél que se suponía era el exesposo dejaría de mirarlo de esa manera burlona para pasar a mirarlo con enojo, como a un posible rival. Leonardo volvió un poco sobre sus pasos, quizás solo uno o dos, estaba a punto de responder cuando:

—Él es el novio de mi mamá —dijo Omar con naturalidad bajando por la escalera. La cara del esposo de Gabriela era un extraño lienzo arrugado de indignación, incredulidad y por supuesto, enojo que podría interpretarse como una muestra de ira contenida. 

—Es una broma, cierto —preguntó un tanto molesto. 

—Leonardo Rivera, un gusto —dijo Leonardo acercándose un poco más y extendiendo su mano para estrecharla. A veces Leonardo sentía la necesidad de jugar un poco con la actitud irascible de algunas personas —No, no es una broma, estoy saliendo con Gabriela.  

Al pie de la escalera, la figura perfecta de Gabriela se asomo con tranquilidad, Leonardo creyó que una situación así la pondría en un estado de ansiedad tal que quizás colapsaría pero por el contrario, Gabriela estaba tan tranquila que quizás el exesposo sospecharía que ella estaba envuelta en una burbuja de amor y felicidad que acompañaban a la mañana siguiente después de haber tenido mucho sexo. Leonardo sonrió por la idea. 

—Buenos días, ¿qué te trae por aquí, Roberto?

—Vine a ver a mi hijo —respondió conteniendo las ganas de reclamar —Gabriela, me podrías explicar qué significa esto. 

Al final no lo pudo resistir.