Uno asesina, otro espía, otro envenena y otro golpea y pregunta después. Son solo sombras. Eliminan lo que estorba, limpian el camino para quien gobierna con trampas y artimañas.
No se involucran. No se quiebran.
Pero esta vez, los cazadores serán cazados.
Porque hay personas que no preguntan, no piden permiso, no se detienen.
Simplemente invaden… y lo cambian todo.
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Ahora que parezco un mocoso ¿esto sigue siendo romántico o ya es ilegal?
◈ Mes sexto, Año 6 del Rey Marcel Darios | Halvanor ◈(Ezran, 27 años)
Los días siguientes transcurrieron en relativa calma mientras esperábamos las instrucciones de Marcel. El artefacto permanecía inerte, lo que significaba que él aún estaba preparando el plan, o quizá asegurándose de que podía devolverle a Clover el título de noble que le pertenecía por derecho, debido a su madre. Aunque, para ser sinceros, eso era lo que menos le importaba a ella.
Nosotros seguíamos con nuestra rutina en el taller, haciendo artefactos y atendiendo a los clientes. Clover, como siempre, pasaba de vez en cuando para dejarme algún bocadillo antes de ir a la tienda. Se sentaba a mi lado mientras yo grababa runas en las piezas, y ella, con una precisión admirable, pulía gemas o trazaba bocetos de nuevas joyas. Los días pasaban tranquilos, cenábamos juntos y, aunque el trabajo diario nos mantenía ocupados, sabíamos que no habría más misiones hasta que Marcel tuviera todo listo para la que esperábamos que fuera la última misión.
Hoy, habíamos ido al centro del pueblo para encontrarnos con el líder del consejo, quien nos había citado para esta hora. Era un hombre respetado en la comunidad, encargado de presidir las ceremonias y los asuntos locales. Clover y yo esperábamos la pequeña ceremonia que formalizaría nuestro matrimonio, un asunto que habíamos decidido hacer sencillo, sin complicaciones. Pero antes de que comenzara, el líder del consejo se acercó a nosotros y, con el ceño fruncido, se dirigió directamente a Clover.
—¿Estás segura de esto? —le preguntó, con una mirada seria—. Quiero decir... si te han forzado a casarte o si necesitas irte del pueblo por tu seguridad, dímelo. —Sus ojos se posaron brevemente en mí, su expresión cargada de desconfianza.
Clover lo miró durante un segundo que pareció eterno, y por un momento pensé que lo iba a dejar pasar. Pero no. Su rostro se endureció, y antes de que pudiera intervenir, casi lo estranguló con las palabras que siguieron.
—¿Qué está tratando de insinuar? — le grito molesta.
Lo vi retroceder, nervioso ante la intensidad de su reacción. Por un momento, temí que Clover fuera a hacer algo más que usar palabras. Pero, afortunadamente, se contuvo... aunque no sin lanzarle una mirada que claramente decía que no volvería a tolerar algo así.
Finalmente, la ceremonia se llevó a cabo. Nos casamos de manera sencilla, sin mucha pompa ni testigos más allá del consejo y un par de vecinos curiosos que se habían reunido. Mientras decíamos nuestros votos, no podía dejar de pensar en lo afortunado que era de tenerla a mi lado. El hecho de que este día hubiera llegado, y de que ella quisiera estar conmigo, me hacía sentir algo que no había experimentado en años: tranquilidad.
Al salir del consejo, tomé su mano con firmeza, y ella me apretó la mano en respuesta, sonriendo de esa forma que siempre lograba desarmarme. Sabía que no iba a ser fácil, pero con Clover a mi lado, estaba dispuesto a enfrentar lo que viniera, ya fuera la última misión con Marcel o cualquier otro desafío que el destino decidiera arrojarnos.
—¡Maldita sea! —maldije apenas pasaron cinco minutos desde que cruzamos la puerta de casa.
El artefacto que había permanecido inerte durante días finalmente había activado su mensaje: todo estaba listo para comenzar. Marcel había dado la señal.
Clover se asomó a mi lado y leyó el papel que acompañaba el mensaje. Me miró, con una ceja arqueada y una expresión entre la ironía y la resignación.
—¿Estás seguro de que no es brujo también? , Porque sabemos que es un idiota —dijo con tono burlón, mientras yo soltaba una pequeña risa.
Sabía que ella estaba bromeando, pero la situación me frustraba. Acabábamos de casarnos, ni siquiera habíamos tenido tiempo para disfrutarlo. Sentí cómo se me formaba un puchero, algo que intenté disimular, pero ella lo notó de inmediato. Clover sonrió, acercándose a mí con una mirada traviesa, y me dio un beso. Sus labios suaves tocaron los míos, y justo cuando pensaba que el beso terminaría, mordió suavemente mi labio inferior, tirándolo con un gesto juguetón.
—Traviesa... —murmuré con la voz ronca, aún con su boca sobre la mía.
—Vamos, malhumorado —dijo mientras me miraba a los ojos.
Subimos juntos a la casa, y mientras lo hacíamos, ambos sabíamos que la calma de nuestra rutina diaria estaba llegando a su fin. Habíamos decidido cerrar el negocio. No tenía sentido mantener el taller ahora que pronto nos trasladaríamos cerca de la corte, donde Marcel nos necesitaría más que nunca. Iba a dejar el lugar a un comerciante que había perdido su casa y su trabajo debido a un incendio, se lo daría como un préstamo por uno o dos años, dependiendo de lo que decidiéramos más adelante. Eso le ayudaría a recuperar su capital y, mientras tanto, nosotros podríamos enfocarnos en lo que venía.
No llevaríamos mucho equipaje; íbamos a viajar ligeros. El primer destino era el pueblo natal de Clover, donde un emisario de Marcel nos escoltaría hasta la corte. El plan era sencillo: yo iría disfrazado como un criado, algo que a Clover no le hacía ninguna gracia al principio. Aunque cuando me vio vestido con la apariencia que me otorgaba el artefacto, su irritación se transformó en risa.
El artefacto que llevaba alteraba ligeramente mi apariencia, lo suficiente para que pareciera más joven, con unos quince años menos. Mi estatura también parecía reducida, y a simple vista, aunque seguía siendo yo, daba la impresión de ser un tipo mucho más común y menos imponente. Para colmo, el artefacto también me añadía algo de lo que Clover siempre se había quejado que me faltaba: unos rollitos en el estómago. Al verme así, Clover no pudo evitar reírse divertida.
El artefacto funcionaba bien; lo había ajustado para que durara unas buenas cinco o seis horas antes de necesitar recargarse por al menos una hora más. Si cambiaba la gema central, podría activar la transformación de manera instantánea, pero prefería no abusar de ello. Después de todo, solo lo necesitaría para ocasiones puntuales. La mayor parte del tiempo, seguiría moviéndome en las sombras.
No podía dejar marcas en su cuerpo, nada que pudiera levantar sospechas. Clover iría a la corte como una mujer independiente, sola a los ojos de los demás, mientras que yo usaría un artefacto que alteraría mi apariencia. El único rastro visible en su piel, la marca que había dejado en su cuello, ya estaba desapareciendo, mientras que mi cuerpo estaba lleno de ellas, producto de su insaciable necesidad de marcar su territorio.
Por alguna razón, había pensado que Clover, en nuestra intimidad, sería dulce y tierna, o quizás algo reservada. Qué equivocado estaba. Incluso en la cama, ella tenía esa misma naturaleza impulsiva y dominante, y en más de una ocasión me encontraba completamente a su merced. Lo disfrutaba, claro, pero me sorprendía lo mucho que me hacía perder el control.
El viaje en sí fue silencioso y pacífico. Habíamos aprovechado los días previos para disfrutar de nuestra intimidad y compañía, sabiendo que pronto tendríamos que sumergirnos de lleno en el plan de Marcel.
Nos encontrábamos a pocas horas de llegar a su pueblo, y yo aún no había activado el artefacto que alteraría mi apariencia. Clover me había estado mirando durante un buen rato, con una mezcla de ternura y diversión en sus ojos. No pude evitar reírme cuando finalmente rompió el silencio.
—¿Sabes que voy a extrañar verte así, no? —dijo, inclinando la cabeza mientras me observaba con una sonrisa traviesa—. Seis horas sin ver el hermoso y gruñón rostro de mi esposo... no sé si podré soportarlo.
Solté una carcajada, incapaz de contenerme.
—Tranquila, seguiré a tu lado, aunque no me veas exactamente igual —le respondí, divertido por su exageración.
Ella asintió, y decidí que era hora de activar el artefacto. Sentí cómo mi cuerpo cambiaba lentamente bajo su influencia, hasta que el efecto quedó completo. Clover me observó atentamente, sus ojos brillando con esa chispa traviesa de siempre, y no pude evitar pensar lo que vendría a continuación.
—Mmm, nada mal —pensó en voz alta, su tono lleno de picardía.
Yo lo sabía, esa mirada no había cambiado ni un ápice, no le importaba en lo más mínimo cómo me veía ahora. Incluso con mi apariencia alterada para parecer un adolescente de 16 años, ella se acercó y me besó, sin dudarlo.
Mientras sus labios se movían sobre los míos, mi mente empezó a vagar. Clover, a pesar de sus 20 años, con su espíritu juguetón y su sentido del humor afilado, era increíblemente madura en muchos aspectos. Su capacidad para ver más allá de las apariencias, para mantenerse firme en cualquier situación, me sorprendía cada día más. Y aquí estaba yo, ahora literalmente con la apariencia de un crío sostenido por una mujer mayor.