Shania San Román está pasando por un momento difícil. Aunque es una mujer casada, parece soltera y su suegra es mas como una madre. Sin embargo ella no puede darse el lujo de querer a nadie, todos solo la aprecian por su fortuna, por su patrimonio o ¿NO?.
Ese marido inútil servirá para algo o ya no tiene remedio.
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Cap. 22 ¿Viste las noticias?
La promesa fue hecha con la tranquilidad de quien anota un recordatorio mental: “Comprar pan, destruir a mi marido”.
Janet sintió un escalofrío. Conocía esa mirada. Era la misma que tenía Shania antes de comprar Sugar Heaven o de humillar a los Meyer. Era la mirada previa al desastre… para el enemigo.
—¿Y… Qué vas a hacer con lo otro? —preguntó Janet, señalando vagamente hacia afuera, refiriéndose a las acusaciones de locura.
Shania tomó una lima y comenzó a suavizar el borde de una uña con movimientos metódicos.
—¿Qué voy a hacer con eso? Nada. —vio la incredulidad en el rostro de Janet y sonrió, una sombra de amargura en la curva de sus labios.
—Pronto se va a saber la verdad. Caterina está alistando toda la documentación. Sus diagnósticos, sus terapias, los reportes del psiquiatra que Joaquín sobornó…, los intentos de suicidio, todo. La gente cree que estamos locas, Janet. Claro que sí. Un monstruo nos ha dejado locas. Pero somos unas locas funcionales. Y eso es lo que la gente tiene que entender, no estamos luchando por venganza, estamos luchando por vivir. Por sobrevivir a la crueldad más grande del mundo.
Su voz se mantuvo tranquila, pero por un instante, Janet vio el dolor infinito que se escondía detrás de esa fachada de control. Un nudo se formó en la garganta de Janet. Ella nunca había pasado por algo así, pero podía imaginarlo. Podía sentir el eco del terror y la desesperación que debió habitar a ambas, Shania y Caterina, durante todos esos años.
Shania volvió a mirar sus uñas, satisfecha.
—Ahora, ¿me pasas el top coat? La venganza perfecta, como un buen esmalte, requiere capas. Y yo solo estoy empezando a aplicar la primera.
Janet asintió, comprendiendo. El huracán no se había disipado. Se había convertido en el ojo de la tormenta: un centro de calma aparente y letal desde donde se planificaba la aniquilación total. Y Camilo Núñez del Prado acababa de convertirse en el primer objetivo en la lista.
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Camilo aún estaba paralizado en el salón, la imagen de la frialdad absoluta de Shania grabada a fuego en su mente, cuando su teléfono vibró con la insistencia de una emergencia. Era Jonás.
—¿Viste las noticias? —rugió la voz de su amigo al otro lado, sin siquiera saludar.
—¡Maldita sea, Camilo! ¿En qué estabas pensando? ¡Necesito verte ya, en mi departamento! ¡Urgente!
La urgencia en la voz de Jonás, usually tan calmado, fue el empujón que Camilo necesitó para salir de su estupor. Asintió, aunque su amigo no podía verlo, colgó y tomó su chaqueta. Salir de la mansión, alejarse del silencio acusador de esas paredes, le pareció una buena idea. No se dio cuenta de que se estaba metiendo directamente en la boca del lobo.
Al llegar al departamento de Jonás, la puerta se abrió antes de que pudiera tocar. Y la bienvenida no fue un saludo.
¡Pum!
Un golpe seco y contundente en la nuca lo hizo tambalear hacia adelante, con un gruñido de sorpresa y dolor.
—¡Te dije que te comportaras, maldita sea! —le gritó Jonás, con los dientes apretados y el rostro congestionado por una furia que Camilo nunca le había visto.
—¡Mira el desastre que armaste! ¡Te ha costado tanto acercarte a ella, arrastrarte, aprender a freír un maldito huevo sin quemar la casa, y ahora todo se va al diablo porque no pudiste ser discreto! —escupió la palabra como si fuera un insulto.
—¿Acaso nunca te enseñaron esa palabra? ¡La discreción!
Camilo se frotó la nuca, aturdido.
—Pero… era antes de que…
—¡Antes, después, durante! ¡Ya estabas casado! —lo interrumpió Jonás, avanzando hacia él como un tigre.
—¡Tenías que mantener, mínimo, una fachada! ¡Pero no! Como siempre, te crees el rey del mundo, que las reglas no van contigo, que me tomas por estúpido cuando te doy consejos… ¡Y estas son las consecuencias!
Jonás señaló el aire, como si las noticias escandalosas flotaran allí.
—¡Y no le echo la culpa a mi cuñada si quiere hacerte algún lío! ¡Por botarte de la casa! —gritó, y luego añadió, con un humor negro y furibundo.
—¡Y si quiere cortarte el cabezón, pues que así lo haga! ¡Esto es el colmo!
Camilo lo miró, más asustado por la reacción de su amigo que por la propia furia de Shania. Esta rabia, esta decepción visceral, venía de Jonás, su cómplice, su hermano en todas las travesuras. Era como recibir una bofetada de la realidad hecha persona.
—Dios, Jonás… —murmuró, desconcertado.
—Ni siquiera Shania me ha dicho todo esto. Estás… estás más molesto que ella.
—¡Sí! —rugió Jonás, pasándose una mano por el cabello con frustración.
—¡Sí, maldición, estoy más molesto! Porque tener a la mujer que amas y poder tenerla junto a ti es una cosa tan jodidamente rara y frágil… y se debe cuidar como el tesoro más preciado. ¡Sin embargo, lo primero que haces es pisotearla, alejarla con tus estupideces de adolescente con hormonas en llamas! —Respiró hondo, tratando de calmarse.
—Deberías hacerte una tomografía, Camilo. De verdad. Ver si ese cerebro de CEO brillante está funcionando bien, porque en esto, eres un imbécil de manual.
Las palabras de Jonás, duras y sinceras, le llegaron más hondo que cualquier reclamo. No era solo sobre las fotos. Era sobre la oportunidad desperdiciada, la falta de respeto, la ceguera monumental.
Camilo se dejó caer pesadamente en el sofá más cercano, enterrando el rostro en sus manos. El peso de su error, de su arrogancia pasada, cayó sobre él con toda su fuerza. Jonás tenía razón. Lo tenía todo y lo estaba tirando por la borda por pura estupidez.
—Todo ha salido mal —murmuró, su voz ahogada por sus palmas.
—Todo se vino al diablo. Y todo… es mi culpa.
Era la primera vez que lo admitía en voz alta. Y en el silencio que siguió, cargado con el enojo residual de Jonás, sonó como una verdad absoluta e irreversible.
Jonás sacó su celular y le pasó a Camilo en una ventana abierta “Tips de reconciliación”, ninguno de los dos sabía como hacerlo, así que debían buscar la ayuda de un profesional, o sea, Google…