Madelein una madre soltera que está pasando por la separación y mucho dolor
Alan D’Agostino carga en su sangre una maldición: ser el único híbrido nacido de una antigua familia de vampiros. Una profecía lo marcó desde el nacimiento —cuando encontrara a su tuacantante, su alma predestinada, se convertiría en un vampiro completo. Y ya la encontró… pero ella lo rechazó. Lo llamó monstruo. Y entonces, el reloj comenzó a correr.
Herido, debilitado y casi al borde de la muerte, Alan llega por azar —o destino— a la casa de Madeleine, una mujer con cicatrices invisibles, y su hija Valentina, demasiado perceptiva para su edad. Lo que parecía un encuentro accidental se transforma en una conexión profunda y peligrosa. En medio del dolor y la ternura, Alan comienza a experimentar algo que jamás imaginó: el deseo de quedarse, aún sabiendo que su mundo no le permite amar como humano.
Cada latido lo arrastra hacia una verdad que no quiere aceptar…
¿Y si su destino son ellas?
¿Madelein podrá dejar
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UNA HISTORIA...
Sin dudar, la levanto con cuidado y la llevo hasta la cama, la acuesto con suavidad.
Después, mi mirada se posa en los fragmentos esparcidos por el piso. Sin dejar de mirar hacia ella, me agacho para recoger los vidrios rotos, con la ansiedad acelerando cada latido de mi corazón. Limpio cada pedazo con rapidez, sabiendo que Valentina podría lastimarse si se encuentra con ellos mañana.
Cuando termino, dejo todo en su lugar y regreso a la cama. Me acuesto a su lado, sintiendo que el peso de lo que acaba de pasar aún pesa en el aire. El silencio llena la habitación, solo roto por mi respiración entrecortada.
Su aroma invade mis sentidos, llenando mis fosas nasales con esa esencia tan única y especial que solo aparece cuando tienes cerca a tu alma gemela. No, no puede ser… ¿es realmente posible? Justo cuando empiezo a dudar, ese olor tan familiar se desvanece tan rápido como llegó, dejando un vacío que solo ella puede llenar. De repente, siento una mano suave que se posa y abraza con ternura mi cintura. Ella se acomoda a mi lado, acurrucándose en una pequeña bolita, tan frágil e inocente, como si fuera una niña que busca refugio y consuelo en mi presencia.
La calidez de su cuerpo junto al mío y el suave latir de su corazón comienzan a arrullar mi mente cansada. Poco a poco, mis párpados se vuelven pesados, y la calma que siento a su lado me envuelve como una manta protectora. Sin darme cuenta, el cansancio vence a mi resistencia, y me dejo llevar hacia un sueño profundo,
SUEÑO
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Alan... hijo mío, hijo de la noche, despierta...
Una voz melodiosa me llama desde lejos, pero no sé dónde estoy. Intento entender, me esfuerzo por abrir los ojos en la oscuridad que me rodea. La voz vuelve a llamarme, dulce y firme:
—Hijo mío, despierta, ven a mí...
Abro los ojos lentamente, y a lo lejos veo una mujer. Es bellísima, irradia una luz propia que parece envolverla. Siento que mi corazón se acelera, y con dificultad le pregunto:
—¿Quién eres? Espera...
Ella no se detiene y me invita con una sonrisa:
—Sígueme.
Intento alcanzarla, aunque mis pasos son torpes, como si caminara flotando. Conforme avanzo, a mi alrededor comienza a formarse un bosque. Es un lugar hermoso, vivo, lleno de sonidos y animales corriendo entre los árboles. Entonces, veo a una niña que se parece a Valentina, recogiendo plantas con cuidado y atención.
La mujer se detiene y me dice con voz suave:
—Te contaré una historia, una que ocurrió hace muchos años, una historia que no está escrita en ningún papel y que muy pocos conocen. Es una historia olvidada con el pasar de los siglos. Aquella niña se llama Valentay, y mira a ese vampiro oculto allá... Es uno de mis hijos, el primero de muchos, un vampiro de sangre pura llamado Antanor.
De repente, una voz traviesa interrumpe:
—Otra vez estás espiándome, ¿por qué? Si mi madre se entera, te cortará la cabeza y hará brebajes contigo.
—Eso no pasará —responde el hombre—. Tú eres mi tuacantante.
—¿Y qué es eso?
—Eres como mi pareja elegida por mi madre, la diosa.
—Ah, ¿con que eso es?
—Sí. ¿No te gustaría ser mi pareja por la eternidad?
—Me engañarás y sufriré dolor... Nosotras, las brujas, solo podemos amar una vez en la vida. Después, si nos traicionan, el amor muere y no somos capaces de volver a amar.
—No, no oses decir tal atrocidad. Que la diosa me castigue si llego a dañar tu corazón, mi reina.
—Entonces que así sea. Dentro de doce años, ven por mí. Estaré esperándote.