Rosalie murió en un trágico accidente de tránsito, atrapada en una vida que detestaba y consumida por su desesperación. Su último deseo fue simple: tener una segunda oportunidad.
Cuando abre los ojos, ya no está en su mundo… ni en su cuerpo. Ha reencarnado en Cristal Lawnig, la villana de una novela romántica que leyó en su juventud: "Señorita Letty". Una mujer despreciada, condenada a una muerte cruel e ignorada por todos.
Rosalie no piensa repetir esa historia.
Dispuesta a cambiar su destino, tomará decisiones impensables, enfrentará enemigos ocultos y se transformará en una nueva versión de sí misma. Ya no será una víctima. Ya no será la villana. Será una nueva clase de protagonista… una que está dispuesta a romper las reglas del juego.
¿Logrará Rosalie reescribir el destino de Cristal Lawnig y conquistar una vida digna, libre y feliz?
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📅 Creada desde el 16/08/2022
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Capitulo 22: Juicio en mi voz / Capítulo 22.2: ¿Maikel?
El gran salón de festividades de la familia Lawnig, antaño centro de banquetes lujosos y danzas imperiales, estaba ahora colmado de un silencio espeso, casi reverencial. El suelo de mármol blanco y gris parecía más frío que de costumbre, como si percibiera el cambio en el propósito de aquel espacio. Donde antes colgaban guirnaldas de flores, ahora habían sido colocados tapices mágicos con símbolos antiguos, y en el centro exacto del salón, un círculo de plata y sal relucía con luz propia.
Afuera, el cielo gris se deshacía en nubes densas. Dentro, los miembros de la casa Lawnig se agrupaban con posturas rígidas y miradas afiladas. La tensión se podía cortar con una daga.
Vanessa estaba de pie junto a la duquesa Riqueta, como una sombra que imitaba cada gesto y cada ceja alzada con desprecio. Ambas hablaban en voz baja, pero sus ojos no se apartaban de Cristal ni un segundo. Era evidente que la hostilidad seguía creciendo en sus corazones, regada por el temor y la envidia.
Cristal, sin embargo, se mantenía firme. Sus ropas habían sido cambiadas por una túnica ceremonial blanca, sencilla pero digna. Su brazo vendado reposaba a un costado, y su otra mano se mantenía sobre el hombro de Maikel, quien la acompañaba en silencio, ya más tranquilo, aunque aún aferrado a ella con un reflejo protector.
La ausencia de Eleonoro era notable. Algunos la atribuían a una indisposición repentina, otros a cobardía. Pero en cualquier caso, su silla vacía frente al círculo mágico era un símbolo mudo de algo más profundo: fracturas internas que ya no podían esconderse.
Kasir se acercó a Cristal. Su expresión, aunque serena, mostraba el desgaste de las últimas horas. Ya no había enojo en su mirada, ni soberbia. Solo el peso de decisiones demasiado grandes.
—Mi padre está por llegar —dijo en voz baja, inclinándose ligeramente hacia ella, evitando llamar demasiado la atención—. Cuando esté aquí, iniciaremos el juicio por el desfalco de bienes.
Cristal asintió, sin apartar la vista del círculo mágico.
—¿Y la sentencia? —preguntó.
Kasir respiró hondo.
—Worya será condenada. Tú darás la sentencia, como corresponde al rango que recuperaste. Has demostrado más que nadie aquí tener juicio y sangre fría. —Hubo una pausa—. Incluso… cuando otros perdieron la razón.
Cristal lo miró de reojo, captando la alusión sin necesidad de que se dijera en voz alta.
—¿Y tú? —preguntó con tono neutro—. ¿Dónde estás en todo esto?
Kasir bajó la mirada un segundo, como si buscara una respuesta entre las venas del mármol.
—Entre lo que debo hacer… y lo que quiero creer. —Y antes de que Cristal pudiera decir algo más, añadió—: Hoy no soy tu enemigo. No aquí.
El crujido de las puertas principales del salón resonó como un trueno. Todos los presentes se giraron hacia la entrada, donde la figura solemne de la sacerdotisa Akum Serescero emergió, acompañada de su joven asistente, envueltos en túnicas púrpuras bordadas con filamentos dorados.
Akum caminaba con dificultad. Sus manos vendadas eran evidencia del incidente anterior, pero su porte seguía siendo el de una mujer inquebrantable. Su asistente, de cabello ceniciento y ojos rojos, llevaba un cofre mágico flotando tras él, suspendido por encantamientos.
—Gracias por recibirnos nuevamente —dijo la sacerdotisa, su voz firme y resonante a pesar del cansancio—. El Círculo de Magia Imperial exige que esta inspección se lleve a cabo sin demoras. El destino de muchas cosas puede depender de lo que revelemos hoy.
Riqueta no ocultó su incomodidad, y Vanessa dio un paso al frente como si fuera a objetar algo, pero un gesto de Akum la silenció de inmediato.
—Esta vez, no habrá lugar para interrupciones —declaró, y sus ojos se posaron en Cristal.
—Cristal Lawnig… —su tono bajó, casi como si pesara cada palabra—. Cuando estés lista, te pediré que entres en el círculo.
Y entonces el ambiente se volvió más denso. Como si las paredes mismas del salón comenzaran a contener la respiración.
Todo estaba a punto de comenzar.
Cristal observó el círculo con atención, sin inmutarse ante el silencio expectante que la rodeaba. La tensión crepitaba en el aire como electricidad estática, y sin embargo, ella dio un paso atrás.
—Sugiero que mis hermanos pasen primero —dijo con serenidad—. Estoy aún recuperándome del incidente de anoche, y si algo llegara a salir mal durante la inspección... sería más prudente que yo sea la última.
La sacerdotisa Akum alzó una ceja, evaluando a la joven.
—Una decisión sensata —musitó—. Aceptada.
Antes de que nadie pudiera moverse, un susurro se propagó entre los presentes. Las puertas laterales del salón se habían abierto en silencio, dejando entrar una corriente de aire fresco. Desde las sombras junto a las columnas ornamentadas, una figura se deslizó entre los tapices sin anunciarse.
El duque Lawnig había regresado.
No llevaba su usual abrigo de gala ni sus joyas familiares. Vestía de negro, con una capa corta y oscura, sin insignias visibles. Sus pasos eran silenciosos, pero su presencia era inconfundible. Nadie se atrevió a saludarlo. Se mantuvo oculto en el ala izquierda del salón, observando con mirada severa y contenida.
Kasir fue el primero en avanzar al centro del círculo. Su andar era firme, elegante. Llevaba el cabello recogido en una trenza ceremonial y las mangas de su túnica sujetas por brazaletes de cuero con plumas grabadas.
—¿A qué dios juras tu fe, joven heredero? —preguntó la sacerdotisa Akum, mientras el cofre mágico flotaba detrás de ella, sus costados vibrando suavemente.
Kasir bajó ligeramente la cabeza.
—Al dios del viento, Venmir —respondió.
La sacerdotisa ladeó la cabeza, visiblemente interesada.
—Venmir... No hay muchos seguidores de ese dios hoy en día. Su fe ha disminuido con el paso de los siglos, pero es bueno que aún queden quienes lo recuerdan. Su esencia es difícil de atrapar, pero poderosa cuando se manifiesta.
Le extendió una gema amarilla, pulida como ámbar líquido, que brillaba al tacto.
—Sujétala por un momento —ordenó.
Kasir obedeció. La gema vibró brevemente en su mano y luego fue absorbida por el cofre flotante con un suspiro de energía. Una luz dorada emergió del interior del cofre, expandiéndose como una onda cálida antes de condensarse en una cifra flotante sobre su tapa:
45.5%
Un murmullo recorrió el salón. Akum asintió, satisfecha.
—Un resultado admirable. No el máximo, pero claramente por encima del promedio —comentó—. El viento ha bendecido tu linaje.
Kasir no sonrió, pero sus ojos brillaron con un orgullo moderado.
Desde su rincón en las sombras, el duque Lawnig bajó la vista y entornó los ojos. No dijo nada, pero su leve inclinación de cabeza hablaba de un orgullo silente que no necesitaba aplausos.
Vanessa fue la siguiente. Caminó con exagerada confianza, lanzando una mirada triunfal hacia Cristal. Llevaba una tiara plateada y una túnica bordada con perlas azules, como si eso pudiera influir en su resultado.
—Belaxo, dios del agua y la sanación —dijo, con una sonrisa altiva.
La gema que le entregaron era azul marino, fría y elegante. Pero apenas tocó sus dedos, su resplandor fue débil. El cofre la absorbió sin entusiasmo, y tras unos segundos, una luz azul pálida mostró un número rotundo:
10.0%
Un silencio pesado cayó sobre la sala.
Vanessa parpadeó, confundida. Miró la gema, luego a Akum, esperando alguna corrección.
Pero la sacerdotisa fue clara.
—Tu fe es correcta, pero tu potencial no acompaña tu devoción —dijo con voz neutral, aunque severa—. La sanación y la empatía requieren humildad… no solo títulos ni apariencias.
Vanessa dio un paso atrás con el rostro encendido por la vergüenza. Su mirada buscó la de su madre, pero Riqueta no reaccionó. El duque, desde las sombras, la contempló largamente. Lo que vio no lo sorprendió. Solo confirmó lo que ya sabía: su hija menor era una niña mimada que jamás había enfrentado una verdad sin adornos.
Finalmente, fue el turno de Cristal.
Nadie preguntó por su dios. Nadie ofreció formalidad alguna. La gema que le entregaron era distinta a todas las anteriores: roja carmesí, con bordes dorados, como si estuviera viva. Vibraba levemente entre los dedos de Akum cuando se la extendió a Cristal.
—Tómala —dijo la sacerdotisa, observándola con atención.
Cristal la sostuvo. Un calor pulsó contra su palma, un latido extraño. Y apenas se acercó al cofre, la gema se estremeció, fue absorbida como las anteriores, y entonces…
Estalló.
El sonido fue seco y brutal. Un fogonazo carmesí llenó el salón, obligando a todos a cubrirse los ojos. El círculo de plata en el suelo se iluminó con un resplandor antinatural, y un viento cálido, casi abrasador, sacudió las cortinas y levantó los pliegues de las túnicas ceremoniales.
El cofre tembló, se arqueó y luego colapsó, emitiendo un gemido metálico.
Cuando la luz se desvaneció, Cristal seguía en pie, con la mano extendida. Su cabello se agitaba suavemente como si aún flotara bajo el efecto de una tormenta mágica.
El silencio fue sepulcral.
Akum retrocedió un paso. Su ayudante parecía estupefacto.
—Esa gema… no debía romperse —murmuró la sacerdotisa—. Estaba diseñada para contener incluso un 55% de poder mágico.
Kasir abrió los ojos con asombro. Vanessa retrocedió un paso. Riqueta frunció los labios como si acabara de presenciar algo aberrante. Y en la penumbra de las columnas, el duque Lawnig avanzó medio paso desde las sombras, su mirada fija en Cristal. No con miedo, sino con una expectativa peligrosa.
Un murmullo inquieto recorría el salón de festividades como un temblor subterráneo. La gema aún chispeaba en fragmentos ardientes a los pies del altar, mientras el círculo de plata se apagaba lentamente, como si estuviera exhausto por lo que acababa de contener, cuando una nueva figura avanzó entre la multitud.
El enviado del norte.
Vestía una capa negra con ribetes plateados y el emblema del dragón imperial alado en el pecho. Su rostro era curtido, sus ojos oscuros como obsidiana, y su andar no dejaba lugar a dudas: era un hombre acostumbrado a imponer, no a pedir. Se adelantó hasta el centro del salón, sin saludar, sin pedir permiso. Su voz retumbó con autoridad.
—Por orden directa del Imperio Central, el Reino del Norte y su alto mando, y en nombre de Su Majestad, el Emperador, reclamo a Cristal Lawnig para que parta en misión al frente norte. Sus habilidades han sido verificadas, y su presencia es requerida de inmediato en la guerra contra los demonios de la Grieta.
Un silencio de plomo cayó sobre todos.
Vanessa pareció respirar con alivio. Riqueta sonrió apenas, como si la petición fuera una victoria. Akum frunció el ceño, sorprendida por la brusquedad del anuncio, y el duque, desde las sombras, dio un paso adelante con intención de intervenir...
Pero se detuvo.
Cristal alzó la cabeza. Su rostro era hielo. Su voz, acero.
—Rechazo esa orden —dijo sin titubeos, su tono tan afilado como la hoja de una daga.
El enviado parpadeó. No estaba acostumbrado a ser desobedecido.
—No estás en posición de negar —replicó, avanzando otro paso—. La guerra en el norte se ha intensificado. No es una petición. Es un mandato imperial. Tu habilidad puede significar cientos de vidas salvadas.
—¿Y qué vidas ha salvado el Imperio por mí? —replicó ella, con un tono aún más gélido—. ¿Dónde estuvo su brazo protector cuando los nobles robaron mis bienes? ¿Dónde estuvo su justicia cuando mi nombre fue mancillado? ¿O cuando el primer príncip, Erick de Castilla, heredero directo del Reino de Castilla desafío la autoridad de la familia de alto rango Lawnig y atacó en gravedad a dos de sus miembros?
El enviado apretó los dientes.
—Estás bajo juramento, hija de noble cuna. No es tu papel cuestionar a la Corona.
Cristal dio un paso al frente, sus ojos resplandeciendo con una furia contenida.
—Entonces que la Corona recuerde su juramento también. El Imperio no me ha protegido. No pelearé por una bandera que me trató como desecho.
Las palabras cayeron como un mazo. El duque cerró los ojos brevemente, su expresión indescifrable. Los sirvientes se encogieron. Riqueta parecía a punto de gritar, pero se contuvo, observando con furia contenida. Fue entonces que Kasir habló.
—Yo iré.
La declaración cayó como un trueno inesperado. Todos se giraron hacia él. Kasir mantenía la espalda recta, el mentón en alto, y los ojos fijos en el enviado.
—El norte necesita ayuda, y si el Imperio busca un hijo de esta familia, entonces que se lleve uno que lo haga con gusto. Estoy dispuesto.
El enviado entrecerró los ojos, evaluando. Asintió lentamente.
—Tendrás los sellos imperiales mañana al amanecer.
Kasir inclinó la cabeza, solemne. El duque Lawnig entonces avanzó por completo, saliendo de las sombras con paso pesado. Su presencia llenó la sala como una sombra densa.
—Me parece bien.
Su voz era baja, pero firme. Imponente.
—Kasir tiene capacidad, y tiene sangre Lawnig. Que vaya. Pero que sea con mis términos. Tendrá escolta, provisiones y el respaldo de esta casa. El Imperio no tomará a otro de mis hijos sin consecuencias.
El enviado asintió. No se atrevió a discutir con el patriarca. Cristal solo lo observó en silencio. Por un instante, sus miradas se cruzaron: padre e hija, como dos tormentas enfrentadas.
CAPITULO 22.2: ¿MAIKEL?
La atmósfera del palacio era densa, cargada de tensión. Eleonoro caminaba por los pasillos imperiales con paso firme, los labios apretados en una delgada línea y el ceño fruncido. Cuando llegó a la sala del trono, hizo una reverencia breve y directa ante el emperador.
—Su Majestad —inició—, vengo en representación de mi hermana, Cristal Lawnig. Me veo en la obligación de informarle que su estado actual es crítico. La herida que sufrió a manos del príncipe Erick ha sido más grave de lo que se ha reportado oficialmente.
El emperador entrecerró los ojos.
—¿Qué estás insinuando?
—Que forzar su presencia en eventos sociales en este momento podría agravar su condición. No es prudente ni humano —añadió Eleonoro, dejando escapar la preocupación genuina entre líneas.
—La fiesta de mayoría de edad se llevará a cabo como fue anunciado —declaró el emperador con tono autoritario—. Todas las jóvenes nobles que entren en la edad adecuada deben participar. También es una ocasión para observar a las futuras candidatas a emperatriz. Cristal Lawnig deberá presentarse.
La negativa de Eleonoro quedó atrapada en su garganta. Sabía que insistir sería inútil, pero su mandíbula se tensó al salir del salón. Debía buscar otra forma de ayudar a Cristal en esta situación.
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Más tarde, en la mansión Lawnig, se realizó el juicio tan esperado. La gran sala estaba llena de sirvientes, nobles y miembros de la casa. Cristal se mantuvo firme, aunque su brazo aún vendado hablaba de su estado físico. Worya, la mano derecha de la duquesa Riqueta, fue llevada ante ella, con el rostro cubierto por una expresión de soberbia mezclada con miedo.
—Worya —inició Cristal con voz calmada pero autoritaria—, has defraudado la confianza depositada en ti, manejado indebidamente los recursos de la familia, y te has beneficiado del sufrimiento ajeno. No puedo ignorar tus acciones.
Los murmullos comenzaron a crecer en la sala, pero Cristal levantó una mano, imponiendo orden.
—Por traición, desfalco y abuso de poder, te condeno a muerte. Además, ordeno que todos los bienes que posees ilegalmente sean devueltos a esta casa.
Worya palideció, y por primera vez su arrogancia se rompió. Fue arrastrada fuera de la sala, gritando insultos que ya nadie escuchaba.
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Finalmente en la noche... Todo parecía comenzado a entrenar en paz, pero por lo visto, era solo una suposición adelantada. La luz en la habitación de Cristal se tornó plateada y suave cuando la luna tomó posesión del cielo. En la absoluta quietud, el pequeño Maikel abrió los ojos lentamente. Recorrió el cuerpo de Cristal con la mirada, con detenimiento, como si quisiera escuadriñar cada parte de su ser, las lágrimas comenzaban a marcar su rostro infantil. Se sentó en la cama, erguido y silencioso, observando a Cristal dormir profundamente, con el rostro febril y la respiración pesada. Después de todo el día agitado, la noble había caído en un sueño profundo algo preocupante, debido al sobre esfuerzo su herida no había sanado adecuadamente, no había tenido el tiempo de atenderla y por lo tanto, comenzó a hervir su cuerpo de una terrible fiebre.
—Todo es mi culpa… —susurró—. Ese día... Estaba tan celoso que no pude evitar causar un malentendido.
Sus ojos ámbar viajaron por el cuerpo vendado de la joven. El corte en su brazo, la frente sudorosa, el gesto tenso... todo era consecuencia de sus decisiones, o al menos así lo sentía el. Maikel estiró su pequeña mano y acarició su rostro con delicadeza. Pero mientras lo hacía, su cuerpo comenzó a transformarse. Su piel se alargó, sus músculos se definieron, y su figura infantil se desvaneció, dejando en su lugar a un joven de aproximadamente veintitrés años.
Cabello rojizo fresa, piel tersa, ojos intensamente ámbar y un rostro digno de una pintura celestial. Un ser hermoso, poderoso y roto por la culpa.
—Mi Cristal... —susurró con una voz más grave pero tierna, acariciando la mejilla de la joven—. Mi hermosa Cristal.
Se inclinó hacia ella, besando con cuidado sus manos vendadas. Lágrimas silenciosas caían por su rostro mientras su corazón latía con fuerza.
—Por favor... te lo suplico. Nunca más haré algo que te ponga en riesgo. No quise que esto pasara, nada salió como esperaba. Todo fue por mi culpa...
La desesperación nublaba sus palabras. Se aferró a ella con fuerza, sin notar cómo unas escamas rojizas aparecían en su rostro, ni la marca luminosa que emergía en su pecho y el de Cristal, conectándolos por un hilo rojo invisible. El destino se tejía ante sus ojos.
—Mi Cristal, mi frágil y hermosa Cristal. No puedo... no quiero vivir sin ti. Te esperé tanto... te esperé durante quinientos años...
Los recuerdos se agolpaban en su mente. Cada sonrisa, cada caricia, cada gesto de afecto. Ella lo había salvado, lo había amado sin saberlo, y ahora su alma estaba irrevocablemente unida a la de ella.
—No me dejes, Cristal... no me dejes...
Su llanto fue silenciado por el sueño que finalmente lo venció. Y mientras se quedaba dormido abrazando la mano de Cristal, los corazones de ambos latían al unísono, compartidos en una sincronía perfecta. Porque en ese instante, el corazón de Maikel ya no le pertenecía solo a él.
Y el de Cristal... tampoco.
Pero que empiece a quitar cabezas 😈😈😈😈🔥❤️🔥