Para escapar de las abrumadoras responsabilidades heredadas de su difunto hermano, Bitte, de 19 años, viaja a un remoto pueblo de Tailandia. Allí conoce a Estoico, un chico de 13 años abandonado por sus padres, quienes lo utilizaron para pagar una deuda de juego. Conmovida, Bitte decide adoptarlo a pesar de la mínima diferencia de edad, cargando así con una nueva responsabilidad. Sin embargo, lo que comenzó como un acto tierno y loable, pronto comenzó a oscurecerse.
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Capítulo 21:¿Cómo terminamos en esto?
Narra Eiffel.
Esta situación comenzó de la siguiente manera: cuando llegamos al aeropuerto, esperamos aproximadamente entre una hora y hora y media el vuelo, el cual se había retrasado debido a que, al parecer, un pasajero se había filtrado y había causado disturbios en el interior. Una vez que todo estuvo bajo control, limpio y ordenado, nos llamaron para abordar la aeronave. Algunos viajeros se mostraban confundidos o, mejor dicho, preferían ciertos asientos por capricho. A mí me correspondió uno junto a la ventana; los dos sitios a mi lado permanecían vacíos hasta que llegaron dos personas: un hombre de aproximadamente 35 años y una chica de unos 16, o al menos eso aparentaba. El hombre ocupó su lugar en silencio y se dispuso a dormir al instante; parecía no entusiasmarle mucho la idea de volar. Mientras tanto, la joven volvió su mirada hacia mí, extendió su mano en un gesto de socializar y dijo con tono amable: “Mucho gusto, me llamo Grace”. Yo, por mi parte, decidí corresponder el saludo y presentarme también. No veía ningún problema; después de todo, no nos volveríamos a ver, o al menos eso creía.
Horas más tarde, tras aterrizar en nuestro destino, todos procedimos a desembarcar. Esperamos al conductor que habíamos contratado previamente a través de una empresa de alquiler, quien llegó cinco minutos después de notificarle nuestra llegada. Al llegar al resort, cada uno se dirigió a su respectiva habitación: los tíos a una matrimonial compartida; Backler, Khris y Dash compartirían otra; Eiffel , Rech y yo nos alojaríamos juntos; y mi madre y Vielen ocuparían una más.
Dado que habíamos llegado a una hora avanzada —las 9:30 de la noche, para ser exactos—, después de cenar y descansar, nos fuimos a dormir para poder comenzar las vacaciones como correspondía al día siguiente. A las 6:30 de la mañana, todos estábamos listos para dirigirnos al salón del resort, donde nos darían la bienvenida. Últimamente, en el lugar se promovía un movimiento que invitaba a las familias a compartir y convivir para fortalecer los vínculos entre sus integrantes.
Tras desayunar y arreglarnos, bajamos juntos al punto de encuentro. Allí se encontraban otras familias sentadas en sus mesas, las cuales eran de gran tamaño, aunque no más amplias que las que se fabricaban en nuestra empresa, caracterizada por sus muebles hermosos y de alta calidad.
—Buenos días. Les doy una cordial bienvenida a cada una de las hermosas familias que se encuentran en nuestro encantador resort —decía un animador vestido de manera pintoresca. Llevaba una camisa a rayas de mangas largas y unos pantalones cortos que le quedaban algo holgados. Era un hombre delgado, en mi opinión, pero con gran pasión por su trabajo, demostrando saber transmitir lo que le apasiona—. Espero que se encuentren muy bien. Sobre sus mesas hemos dejado una agenda con actividades y eventos preparados para esta temporada, cada uno inspirado y pensado con la idea de fomentar la unión familiar —continuó explicando con entusiasmo, ante la acogida positiva de las familias presentes.
Mientras él hablaba, sentía una mirada fija en mí. No lograba distinguir desde qué ángulo procedía, pero decidí voltear y recorrer el recinto con la vista, analizando el entorno hasta encontrar a una persona: era la misma chica que se me había presentado en el avión. Su mirada era persistente, sin distraerse hacia ningún otro lado. Al encontrarnos, ella solo pudo hacerme un gesto de asentimiento, a lo que respondí con un movimiento de confusión. Ella sonrió. No entendí en qué estaba pensando entonces, pero ahora tengo una idea de a qué se refería.
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Tras recibir la información, cada familia se dispuso a dispersarse para su respectiva convivencia. Por nuestra parte, decidimos caminar por el recinto para conocerlo mejor y localizar cada área. De repente, escuché pasos acercándose, o más bien, alguien que venía corriendo hacia mí. Al voltear, me encuentro con Khris, quien me observa con curiosidad, una ceja alzada y el labio ligeramente fruncido.
—A ver, a ver… ¿Y esa quién era? Quiero decir, aquella chica que te miraba desde lejos. No sé, me resulta familiar, pero no logro recordar —pregunta con un tono entre curioso y chismoso. Es lo único que puedo opinar de él.
—Grace —respondí con fastidio.
—Ah, ¿se llama Grace? Y, ¿cuándo y dónde se conocieron? Al parecer le caíste bien, le llamaste la atención.
—¿Y desde cuándo eres tan observador y sabes tanto de lo que piensan las chicas? La conocí en el avión; nada relevante. Se suponía que sería la última vez que nos veríamos. No imaginé que la volvería a encontrar en este mismo resort —le pregunté, y acto seguido le respondí de manera cortante.
—Ahora entiendo. Pues, por lo menos podrías tratarme con más respeto, ¿no crees? Sigo siendo mayor que tú. Además, no necesito haber tenido alguna relación para saber lo que piensa alguien; con solo ver su expresión era suficiente. La mirada que te dirigía mientras el animador hablaba… tú ni te diste cuenta de que los estaba observando, intercambiando esas miradas tan extrañas —replicó, no en modo de discusión, sino más bien juguetón, intentando sacarme de quicio. Aunque esta vez no lo lograría.
―Puede que tengas razón; no llegué a percatarme. Pero imagino que tú sí te diste cuenta. No fue lo más cómodo ser observado por alguien desconocido que insiste en socializar con quien no desea intercambiar palabras. Creo que deberías ocuparte de tu propia vida.
Di media vuelta y continué caminando hacia la habitación compartida para buscar uno de mis libros.
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Lo sucedido en la playa había sido lo siguiente: mientras estaba sentado leyendo, aquella chica se me acercó y decidió sentarse a mi lado. Eso sí, primero pidió permiso; al menos no carece de educación, aunque resulta demasiado persistente.
El libro que estaba leyendo trataba de una mitología fantástica, un mundo que de un momento a otro cayó en el caos económico. El protagonista, llamado Arlette, a sus 17 años había sufrido un accidente que lo dejó en coma durante varios meses, pero le provocó una extraña condición que le impedía envejecer. Transcurrieron casi 250 años, en los que dedicó quince a forjar un imperio económico dentro de una sociedad que se desmoronaba. Él, junto a sus hijos, los descendientes de estos y las generaciones que les sucedieron, fueron los pilares fundamentales para construir lo que llegó a ser una gran dinastía, cada uno dotado de un don singular. Y justo cuando llegaba a la mejor parte de la lectura, ella decidió interrumpirme para preguntar de qué trataba y por qué me captaba tanto la atención, cómo podía mantenerme tan concentrado.
—Porque solo a través de la lectura logro comprender el desorden que es el mundo. Aunque, si bien se analiza en libros, novelas, poesías y cuentos, aún existen dilemas sin resolver, obstáculos y conflictos. Pero ¿qué más da? Casi todos son producto de la mente humana, y solo quienes son capaces de plasmar sus pensamientos, ideas, ilusiones o distorsiones pueden llegar a entenderlos; o, en mi caso, tras tanto leer, he logrado comprenderlos —respondí sin apartar la vista de la página.
—Te entiendo. Es entretenido, distrae y activa áreas que no despertamos de otra forma, aunque a veces resulta aburrido, a mi parecer. ¿Tú no crees lo mismo?
Solo negué con un gesto y continué leyendo, concentrándome en la trama para no perder el hilo. Ella permanecía allí, a mi lado, mostrando interés no tanto en lo que hacía, sino en cada uno de mis movimientos y gestos al pasar la página. Era extraño: era la primera vez que alguien mostraba tanta fascinación por mí, aparte de mi madre. Aquella chica era distinta; no lograba comprenderla, ni quería hacerlo. Simplemente estaba ahí, y esperaba que se cansara y se alejara por su propia voluntad. O, tal vez, tendría que tomar cartas en el asunto: tendría que conseguir que le cayera mal, a pesar de que, según ella, todo en mí le resultaba fascinante.