Soy Anabella Estrada, única y amada hija de Ezequiel y Lorena Estrada. Estoy enamorada de Agustín Linares, un hombre que viene de una familia tan adinerada como la mía y que pronto será mi esposo.
Mi vida es un cuento de hadas donde los problemas no existen y todo era un idilio... Hasta que Máximo Santana entró en escena volviendo mi vida un infierno y revelando los más oscuros secretos de mi familia.
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Capitulo XXIV La manzana de la discordia
Punto de vista de Fernando
El estúpido de mi hijo había ido a la mansión de Santana para amenazarlo y, como era de esperarse, fue él quién terminó saliendo con el rabo entre las piernas. Agustín no entiende que en el mundo de los negocios el orgullo no sirve de nada si no tienes el capital para respaldarlo. Ahora tengo una preocupación mucho mayor devorándome las entrañas: ese hombre, ese aparecido de Máximo Santana, tiene en su poder el patrimonio de mi familia.
Lo tiene todo. Y yo no podía hacer absolutamente nada para arreglar este desastre, al menos no hasta que Agustín cumpla con su deber y se case con Leticia. La dote de esa muchacha es el único salvavidas que nos queda para no hundirnos en la miseria absoluta.
Sin embargo, mientras veía a mi hijo lamentar su orgullo herido, algo quedó dando vueltas en mi cabeza. El supuesto matrimonio entre Ana y Máximo me resultaba demasiado conveniente, demasiado repentino. Estaba seguro de que mi viejo amigo Ezequiel Estrada no tenía la menor idea de lo que estaba ocurriendo, no con ese estado de salud tan precario, luchando por su vida en una cama de clínica.
Una sonrisa gélida se dibujó en mi rostro al visualizar el panorama completo. Si Máximo cree que puede jugar con nosotros, es porque no conoce mi capacidad para mover las piezas en el momento justo.
—Es hora de hacerle una visita al viejo infeliz —susurré con malicia, ajustándome el nudo de la corbata frente al espejo.
Ezequiel necesitaba saber en qué manos había caído su adorada hija. Y si la noticia de que su "princesa" ahora dormía con su peor enemigo le provocaba un infarto definitivo... bueno, eso solo facilitaría mis planes para recuperar el control de las acciones de los Estrada.
Salí de mi oficina con un solo objetivo: sembrar la semilla que terminaría de incendiar el paraíso de cristal que Santana creía haber construido.
Llegué a la clínica donde se encontraba recluido mi viejo amigo. Era evidente que este lugar lo estaba costeando Santana; la familia Estrada, al igual que la mía, había perdido gran parte de su capital, aunque nosotros estábamos en una situación mucho más crítica que ellos.
En la recepción obtuve la información necesaria sin contratiempos y avancé hasta la habitación de Ezequiel. Era una suite VIP excesivamente costosa. ¿Quién habría creído que un hombre supuestamente tan recto como él vendería a su propia hija a su peor enemigo solo para salvar el pellejo? No cabe duda de que, cuando se trata de la propia vida, somos capaces de tomar cualquier decisión, y eso quedó claro con el cobarde de Máximo Santana al proponer tal trato.
Entré en la habitación sin anunciarme. Ezequiel se encontraba solo; aunque su semblante era pálido, no se veía tan acabado como yo suponía.
—Mi buen y viejo amigo Ezequiel, es un gusto volver a verte, aunque sea en estas condiciones —saludé, forzando una sonrisa fingida que no llegaba a mis ojos.
Ezequiel me miró con absoluta sorpresa. La última vez que nuestras miradas se cruzaron fue el día que destruimos el compromiso de nuestros hijos, en medio de gritos y reproches.
—¿Qué haces aquí? Sabes perfectamente que no eres bienvenido —respondió con una voz cargada de molestia.
—Entiendo que no me quieras cerca; sin embargo, tenemos asuntos cruciales de los que hablar —dije, acortando la distancia entre nosotros con pasos sigilosos.
—Las cosas quedaron claras la última vez, Fernando. ¿O ya se te olvidó?
—Lo sé, pero ahora enfrentamos un nuevo problema... El pasado ha vuelto, Ezequiel, y estoy seguro de que busca venganza —solté, clavando mi mirada en la suya.
—Si te refieres a Máximo Santana, ya sé que está de vuelta. Ese infeliz es el culpable de que mis cuentas estén bloqueadas, pero mi gente ya está trabajando para solucionar eso.
—¿Tu gente... o tu hija? —solté una carcajada seca—. Nunca imaginé que serías capaz de vender a tu propia sangre para evitar que Santana terminara de destruirte.
Ezequiel se puso pálido al instante. El monitor de su ritmo cardíaco empezó a acelerarse sutilmente. Era obvio: no tenía la menor idea de lo que estaba sucediendo afuera de esas paredes.
—Sé claro, Fernando. No te estoy entendiendo —exigió, mientras su respiración se volvía errática.
—Ja, ja, ja —reí con pura ironía—. El idiota de mi hijo visitó la mansión de Máximo y ¿adivina qué encontró allí? A tu amada Anabella, viviendo bajo el mismo techo que ese sujeto. Y no como una invitada o una empleada más; ella está ahí como la señora de la casa, como la esposa legal de ese infeliz que debió morir hace veinte años junto al cobarde de su padre.
—Estás mintiendo. Anabella está de viaje; ella sí trabaja para ese infeliz, pero como una asistente y nada más —Ezequiel empezó a respirar con dificultad, pero no por su enfermedad, sino por la ira pura y contenida que amenazaba con desbordarse.
—Puede que de día sea su asistente, pero en las noches termina su jornada en la cama de ese desgraciado —solté con veneno—. Tu propia sangre te traicionó, Ezequiel, y el peligro que se cierne sobre todos nosotros ha aumentado exponencialmente.
—No puedo creer eso... Mi hija no puede estar con ese infeliz —balbuceó él, mientras el monitor cardíaco empezaba a emitir un pitido errático.
Justo en ese momento crítico entró Lorena. La hermosa Lorena, quien desde un principio fue la verdadera manzana de la discordia en esta historia. Me miró intrigada, pero su mirada se desvió rápidamente hacia su esposo al notar su estado.
—¿Qué pasa? Estás muy pálido —dijo ella, genuinamente preocupada, acercándose a la cama.
—¡Llama a tu hija y dile que venga ahora mismo! —ordenó Ezequiel, con una furia que lo hacía lucir aterrador a pesar de su debilidad—. Y te advierto una cosa, Lorena: si tú sabías algo de lo que está pasando, nunca te lo perdonaré.
Lorena estaba visiblemente confundida. Ella, al igual que su marido, no tenía idea de los sacrificios que su amada hija estaba haciendo en la mansión Santana. Esto se estaba poniendo cada vez mejor, pensé, disfrutando del caos que había sembrado.
—¿De qué estás hablando, Ezequiel? Explícate, porque no te estoy entendiendo nada.
—Al parecer, Ana está pagando mi estadía en este lugar de lujo con su propio cuerpo —escupió él, con la voz quebrada por la vergüenza—. Ella no es la asistente de Máximo Santana; ella es su amante.
Lorena palideció ante la cruda revelación de su esposo. Por mi parte, me sentí profundamente satisfecho. Verla así, rota y humillada, era la forma perfecta de vengarme por haberme rechazado en nuestra juventud para irse con un hombre como Ezequiel.
Salí de la habitación en silencio, dejando atrás el incendio que acababa de provocar. Mi trabajo aquí estaba hecho.