Dos mundos, dos almas, un destino entrelazado a través de los siglos. En esta historia de fantasía atemporal, un eco del pasado resuena en el presente, uniendo realidades paralelas. Nuestros personajes principales se encontrarán atrapados en un círculo lleno de romance prohibido, misterio, rivalidades familiares y secretos milenarios que convergen en una trama donde sus vidas se conectan de forma inesperada e inquebrantable. Encuentros emotivos, contrastes entre inocencia y sorpresa, darán intesidad, capturando la magía de cada momento. Mientras una profecía ancestral juega alterando el curso de la historia, viejos lazos, nuevos misterios, deberán navegar entre el amor y la sed de venganza que amenaza con consumirlos para decidir si su conexión perdurará por siempre o se desvanecerá en el tiempo
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Capítulo 20… Un pasado fragmentado
Esa noche en casa, Estefany hablaba sin parar de lo guapo y educado que le pareció Thedoro, todo lo contrario de Andrew. También estaba extrañada que su amiga parecía más callada de lo normal. Ambas se despidieron y fueron a la cama.
Para Valentina no fue tan fácil conciliar el sueño, esta vez tuvo un sueño diferente.
Se sintió caer en la oscuridad. El frío y el terror la envolvieron por completo. Lo último que recordaba era el rostro de Alexander, gris como la ceniza, y su grito de desesperación. Después, solo hubo una caída infinita a través de un túnel de vacío
De pronto, un destello de luz la cegó. Cayó en un lugar extraño, una calle de asfalto mojado. El olor era diferente, una mezcla de metal, aceite y algo que no podía identificar. El ruido era ensordecedor: carros que pasaban a toda velocidad, luces brillantes y gente que caminaba sin un propósito claro.
La niña, con sus ropas de otra época desentonando con el lugar, se levantó, asustada. Miró a su alrededor, tratando de encontrar un rostro familiar, pero no había nadie. Solo la inmensidad de una ciudad desconocida. Lloró, con el corazón roto por la pérdida de todo lo que conocía. El mundo que la rodeaba era un monstruo de cristal y metal, y ella era una intrusa. El miedo era tan grande que su mente, para protegerse, borró los recuerdos de su pasado. Olvidó quién era, de dónde venía y por qué estaba allí.
Solo quedó un eco de su pasado, un dolor en el pecho, y el recuerdo de un rostro que la llamaba. La niña se sentó en la acera, sola, esperando que alguien la encontrara y la salvara, como un náufrago en un mar de cemento.
El mundo se volvió una mancha borrosa de luces y ruidos hasta que una mujer, con una voz suave, la encontró en la acera. La llevó a un lugar lleno de camas, juguetes viejos y, lo más importante, otros niños. Era un orfanato. La pequeña, asustada y silenciosa, se aferraba a sus ropas sucias y a la única parte de su pasado que aún recordaba: el dolor en su pecho.
Al principio, nadie sabía qué hacer con ella. La niña no hablaba. Pasaba el día mirando por la ventana, anhelando el silencio de un bosque que no recordaba. Pero una tarde, una niña más alta y de cabello rizado se le acercó con una muñeca sin cabeza.
— Hola —le dijo con una gran sonrisa—. ¿Quieres jugar? Mi nombre es Estefany.
La pequeña no respondió, pero no se alejó. Estefany, lejos de rendirse, se sentó a su lado y comenzó a hablar, contando historias de los juegos que hacían en el orfanato y de los libros que leía. Su voz, llena de alegría, era un refugio en el caos de la niña. Con el tiempo, la pequeña, que ahora se hacía llamar Valentina, comenzó a confiar en Estefany. Juntas, aprendieron a reír, a soñar y a enfrentar la vida sin padres. Su amistad se convirtió en un lazo inquebrantable, una familia que se habían elegido mutuamente.
