Soy Salma Hassan, una sayyida (Dama) que vive en sarabia saudita. Mi vida está marcada por las expectativas. Las tradiciones de mi familia y su cultura. Soy obligada a casarme con un hombre veinte años mayor que yo.
No tuve elección, pero elegí no ser suya.
Dejando a mi único amor ilícito por qué según mi familia el no tiene nada que ofrecerme ni siquiera un buen apellido.
Mi vida está trasada a mí matrimonio no deseado. Contra mi amor exiliado.
Años después, el destino y Ala, vuelve a juntarnos. Obligándonos a pasar miles de pruebas para mostrarnos que no podemos estar juntos...
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Una visita al hospital
La noche se tornó en una pesadilla. Senre empeoró drásticamente, y no tuve más remedio que llevarla a urgencias. El hospital se convirtió en nuestro nuevo hogar, las luces fluorescentes y el olor a antiséptico es mi paisaje constante. La hospitalizaron, y cada pitido de las máquinas que monitoreaban su frágil vida era una punzada en mi corazón. El trabajo quedó en un segundo plano, una preocupación lejana ante la batalla que mi pequeña estaba librando. Ozan, seguía buscando, incansable en la búsqueda de un donante, revisando listas, haciendo llamadas, un faro de esperanza en medio de tanta oscuridad. Pero las horas pasaban, y la respuesta seguía sin llegar. El miedo era un compañero constante, un susurro helado que me recordaba lo poco tiempo que teníamos.
POV EMIR
La mañana se sentía extrañamente vacía en la oficina. Noté la ausencia de Ozan, y también la de Salma. Era inusual, especialmente sabiendo que ella siempre se esforzaba al máximo. La curiosidad empezó a picarme. Mientras revisaba unos documentos en mi despacho, mi secretaria, Ana, entró con una pila de papeles.
—Señor Emir, aquí tiene los informes que solicitó— dijo Ana, colocándolos sobre mi escritorio.
—Gracias, Ana— respondí, sin apartar la vista de los papeles. —Por cierto, ¿sabes algo de Salma? Necesito que me firme un documento importante—
Ana frunció el ceño ligeramente. —No, señor. Ella no ha venido hoy tampoco. Está muy ocupada con asuntos personales. De hecho— añadió, bajando un poco la voz, —si sabe que le pasó a su hija, ¿verdad? La pequeña Senre está hospitalizada, muy grave. Los rumores dicen que necesita un donante, pero al parecer nadie es compatible, ni ella ni el señor Ozan— Se llevó una mano a la boca, tocando madera en un gesto instintivo. —Si no lo encuentran pronto, Dios no lo permita, pero no creen que la niña pueda aguantar más—
La información me golpeó como un rayo. La niña... Senre. La recordaba perfectamente de aquella vez que la llevé al hospital. Era una niña tan dulce, tan tierna. No tenía idea de que la situación fuera tan crítica.
—¿Sabes en qué hospital está?— pregunté, —Necesito ir a ver cómo está. Ver si necesitan algo—
Ana asintió con una sonrisa amable. —Claro que sí, señor. Es usted muy bueno, en un momento se la traigo— Salió de la habitación, dejándome solo con un profundo mal sabor de boca.
La imagen de la pequeña, su sonrisa, su dulzura, se mezclaba ahora con la cruda realidad de su enfermedad. Salma estaba pasando por un infierno, y yo, en mi burbuja de trabajo, apenas me había enterado.
Con la dirección del hospital en mano, me dirigí hacia allí. El ambiente era sombrío, cargado de una tensión que me oprimía el pecho. Encontré la habitación de Senre. Al entrar, la vi, pálida y conectada a varias máquinas, pero sus ojos, al verme, se iluminaron con una chispa de reconocimiento y una sonrisa débil.
Me acerqué a su cama, y mi corazón se encogio ante su fragilidad.
—Hola, pequeña— le dije con la voz más suave que pude. —Vine a ver cómo estabas—
Senre intentó hablar, pero solo un susurro salió. Señaló con un dedo tembloroso hacia la puerta. Me giré y vi a Salma entrar, sus ojos enrojecidos y cansados, pero al verme, una mezcla de sorpresa y algo más, quizás resignación, cruzó su rostro.
—Emir...— murmuró.
—Salma— respondí, —Disculpa si llegué sin avisar, pero me enteré de que Senre estaba enferma. Me preocupe cuando supe que estaba hospitalizada. Quería ver cómo estaba y si necesitan algo en que les pueda ayudar—
Salma se acercó a la cama de su hija, acariciando su frente. El silencio se extendió, cargado de todo lo no dicho.
—Ana me contó sobre el donante. ¿Ya han podido encontrar a alguien compatible con ella?—
Un ligero destelló de agotamiento y decepción paso por su bello y delicado rostro, que ahora lucia cansado y con sus ojos rojos y dilatados.
—Aún no hemos encontrado nada— respondió a mi pregunta tácita sobre la búsqueda del donante. —La situación es complicada—
—Entiendo...— estaba a punto de decirle que quería hacerme el examen, de ver si mi compatibilidad podría ser la respuesta que tanto buscaban, cuando una enfermera entró en la habitación.
—Señora Salma, ¿podría venir a firmar unos documentos, por favor?— pidió amablemente.
Salma miró a la enfermera, luego a mí. —Emir, ¿te importaría quedarte con Senre un momento?— preguntó, con su voz cargada de cansancio.
—Claro que sí— le aseguré. —No te preocupes, ve—
Mientras Salma salía, me quedé hablando con la pequeña. Le conté historias sencillas, intentando arrancarle una sonrisa, y ella, con esfuerzo, me la devolvió. Me hablaba con sus ojos, con sus pequeños gestos, y sentí una conexión inesperada con esa niña tan dulce.
Pasados algunos minutos Salma regresó. Me levanté para irme.
—Tengo que irme ahora, Salma— le dije. —Pero vendré a visitarla cuando pueda—
—No te preocupes, agradezco tu sincera preocupación—
Senre, con un esfuerzo, asintió y me miró con sus grandes ojos grises —Vuelve—, susurró apenas.
—Claro que si pequeña, volveré, lo prometo— le dije, dándole un beso suave en la frente. Me despedí de Salma con una mirada que intentaba transmitir mi apoyo silencioso, y salí de la habitación.
Al llegar a recepción, me acerqué a la enfermera que había hablado con Salma.
—Disculpe— le dije, manteniendo la voz baja. —¿Puedo preguntarle algo?—
—Claro que sí, dígame señor—
—Quisiera someterme al examen de compatibilidad para un donante. ¿Puedo hacer eso?—
Ella me mira por un momento y sonríe. —Claro que si—
—Pero, por favor, quiero que nadie sepa que yo me hice el examen—
—Está bien señor, aquí manejamos la total discreción no se preocupe— dice pasándome una planilla para llenarlas con mis datos. —Sígame por favor y en un momento le tomaré la muestras— asiento y eso hago.
La sigo hasta una pequeña había donde me toman la respectiva muestra.
—Mañana le informaremos los resultados—
Asiento y salgo del hospital sintiendo un alivio, no sé por qué. Pero dentro de mí siento que algo positivo está por pasar...