El destino de los Ling vuelve a ponerse a prueba.
Mientras Lina y Luzbel aprenden a sostener su amor en la vida de casados, surge una nueva historia que arde con intensidad: la de Daniela Ling y Alexander Meg.
Lo que comenzó como una amistad se transforma en un amor prohibido, lleno de pasión y decisiones difíciles. Pero en medio de ese fuego, una traición inesperada amenaza con convertirlo todo en cenizas.
Entre muertes, secretos y la llegada de nuevos personajes, Daniela deberá enfrentar el dolor más profundo y descubrir si el amor puede sobrevivir incluso a la tormenta más feroz.
Fuego en la Tormenta es una novela de acción, romance y segundas oportunidades, donde cada página te llevará al límite de la emoción.
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Entre fuego y sombras
CAPÍTULO 2: Entre fuego y sombras.
(Desde la perspectiva de Alexander Meg)
El silencio de la Boca del Dragón era solo una ilusión.
Un silencio calculado, frío, medido al milímetro.
Bajo sus paredes reforzadas, cámaras térmicas y sistemas de defensa de última generación, cada movimiento seguía un patrón de precisión militar.
Hasta los cargadores que arrastraban paquetes sellados parecían piezas de un engranaje perfecto, ignorantes de que cada bulto contenía más dinero que muchos podrían gastar en varias vidas: cocaína pura, lista para cruzar fronteras sin dejar rastro.
Yo… solo supervisaba.
Mi sombra se deslizaba entre mapas digitales, informes de producción y armas desarmadas.
Me apoyé contra el frío escritorio de acero, la humedad del lugar pegándose a mi piel como si supiera que no podía escapar del peso que llevaba en el pecho.
—Número veintiuno en posición —informó uno de los escoltas, con la voz firme, pero ligeramente nerviosa.
Asentí sin mirarlo.
Mi vista estaba fija en la ruta de distribución digital, pero mi mente… mi mente estaba en otro lugar.
En ella.
Daniela Ling.
Cada pensamiento que tenía sobre ella me cortaba más que cualquier balazo que había esquivado en mi vida.
La mujer que, con una sonrisa burlona y esos ojos que parecían desarmar cualquier armadura, había desmantelado cada defensa que había construido alrededor de mi corazón.
La mujer que me recordaba, a cada instante, lo roto que estaba.
—¿Meg? ¿Autorizamos el punto de extracción? —preguntó otra vez el escolta, acercándose con cautela.
Mi mandíbula se tensó.
—Sí. Procedan.
Se alejó sin mirar atrás, sin preguntarme más, y yo no le di importancia.
En este mundo, saber demasiado sobre alguien es cavar su tumba antes de tiempo.
Dos meses.
Dos malditos meses desde que Daniela me dijo que se había alejado de mí porque no podía mirarme sin ver en mí la sombra que había ayudado a Lina a desaparecer de la vida que conocía.
Desde aquel beso que creí eterno.
Desde esa noche que pensaba que todo podría ser diferente.
La recuerdo perfectamente.
Era tarde, Lina no estaba en el departamento, el bebé respiraba entre sus brazos como si no hubiera nada malo en el mundo, y nosotros… solos.
Su sonrisa iluminaba la habitación como un pequeño incendio, y yo… yo temblaba, sin poder creer que podía sentir algo tan profundo por alguien bueno, real, que no tenía nada que ver con mi mundo de armas, traiciones y sangre.
La besé.
Con desesperación, con miedo, con la necesidad de saber que existía algo puro para mí en este mundo.
Y justo cuando parecía rendirme a lo que sentía… ese maldito celular sonó.
—Extraño como me penetrabas, Alex… —la voz ronca y vulgar de una prostituta de la ciudad B.
El tiempo se detuvo.
Daniela se quedó congelada, yo también.
No pude apagar el teléfono a tiempo.
No pude decir nada.
Y lo peor… lo peor fue el silencio que siguió.
Ella me miró.
Con asco.
Con decepción.
Con esa rabia silenciosa que duele más que los gritos.
Cerró la puerta del cuarto de Lina con un portazo.
Y no volvió a hablarme desde entonces.
Porque Daniela Ling es una dama.
Y yo… soy el pecado puro.
He vivido entre armas, cocaína, traiciones y muerte.
He sido leal solo a una persona: Luzbel Shao.
Si algún día algo me saca de este mundo, será por protegerlo a él… o por protegerla a ella.
Aunque sé que nunca fui suficiente para Daniela.
Aunque me parta el alma admitirlo.
La dejaré ir.
Buscará a alguien más.
Alguien que le escriba poemas, que la lleve a cenas sin mirar por encima del hombro, que no tenga sangre en las manos ni cuerpos enterrados bajo su historia.
Yo solo puedo darle un mundo de sombras.
Y ella merece luz.
El celular vibró en mi bolsillo.
No contesté al instante.
Estaba en medio de una condena autoimpuesta: el equilibrio entre el deber y el deseo.
Pero al ver el nombre en la pantalla… no tuve opción.
Luzbel Shao.
Deslicé el dedo y leí:
**MSJ de Luzbel: **“En una semana regresamos. Ten preparada a Sofía. Voy a hacerla rogarme que la mate. No me importa cuánto tiempo tome. Por su culpa no estuve para Lina, no vi cómo crecía mi hijo en su vientre. Y eso tiene que pagarlo.”
Apagué la pantalla.
Me quedé ahí, inmóvil.
La imagen de Sofía me vino a la mente: la mujer encerrada, temblando en una habitación blindada en la Boca del Dragón.
Vestida como princesa de diseñador, pero sin maquillaje, sin aliados, sin mentiras que sostener… salvo las que Luzbel no dejaba que cayeran.
Y me dio lástima.
Porque conozco a Luzbel.
Y cuando dijo que la haría rogar por la muerte… no era metáfora.
Para él, el pasado no importa.
Ni los años.
Ni siquiera el hecho de que ella mintiera para sobrevivir.
Le arrebató a Lina la oportunidad de vivir la maternidad de su hijo como merecía.
Y eso, para Luzbel… era peor que cualquier traición.
Apreté los puños, cerrando los ojos.
—Sofía… no tienes idea del infierno en el que despertaste —murmuré, para nadie—.
Porque cuando Luzbel regrese, el infierno será testigo de algo peor que él.
Y yo… Alexander Meg… segundo al mando del imperio Shao, no podré detenerlo.
Mi respiración se aceleró.
El frío de la humedad parecía calar hasta los huesos, y aun así sentía un calor abrasador en el pecho.
Recordé otro momento con Daniela.
La última vez que nuestras manos se rozaron accidentalmente.
Su risa.
Sus quejas burlonas, esos sarcasmos que me volvían loco.
Y cómo, incluso en su enojo, había algo que me hacía sentir que podía existir algo más que la oscuridad que siempre nos rodeaba.
Pero no podía permitirlo.
No mientras Luzbel estuviera vivo, no mientras mi lealtad me exigiera estar a su lado.
Y, sobre todo, no mientras ella mereciera un mundo que yo nunca podría darle.
Mis pensamientos fueron interrumpidos por un ruido metálico: un paquete mal cerrado cayó al suelo y uno de los cargadores murmuró un insulto.
Caminé hasta allí sin mirar a nadie, tomé el paquete y lo volví a colocar en su sitio con movimientos firmes.
Cada sonido, cada respiración contenida en ese lugar era un recordatorio de que incluso en medio de la riqueza y el poder, todo podía derrumbarse en segundos.
Y allí estaba yo, atrapado entre lo que era y lo que deseaba.
Entre la lealtad y el deseo.
Entre el pecado y la luz que Daniela representaba.
El eco de su nombre resonó en mi cabeza, y por un instante sentí que podía arrancarme el corazón para protegerlo de mí mismo.
Porque ella nunca pediría mis sombras.
Nunca querría un hombre como yo.
Y aun así, cada fibra de mi ser la quería.
Un día más, me dije.
Un día más para mantener el control.
Un día más antes de que la tormenta se desatara.
Porque sabía que, tarde o temprano, el fuego que sentía por Daniela y la oscuridad que me rodeaba chocarían.
Y cuando lo hicieran… nada ni nadie sobreviviría igual.