En el imperio de Valtheria, la magia era un privilegio reservado a los hombres y una sentencia de muerte para las mujeres. Cathanna D’Allessandre, hija de una de las familias más poderosas del imperio, había crecido bajo el yugo de una sociedad que exigía de ella sumisión, silencio y perfección absoluta. Pero su destino quedó sellado mucho antes de su primer llanto: la sangre de las brujas corría por sus venas, y su sola existencia era la llave que abriría la puerta al regreso de un poder oscuro al que el imperio siempre había temido.
⚔️Primer libro de la saga Coven ⚔️
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CAPÍTULO 015
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08 del Mes de Kaostrys, Dios de la Tierra
Día del Último Aliento, Ciclo III
Año del Fénix Dorado 113 del Imperio de Valtheria
Se quitó un mechón rebelde del rostro con una mano, y con la otra, se acomodó la falda lisa de lino. Sus botas pisaban las hojas secas del suelo mientras avanzaba con paso perezoso. Al llegar al lugar, Cathanna sacó la espada oculta en su calzado, la misma que su padre le había dado hace unos meses, que tenía la asombrosa capacidad de aumentar o disminuir su tamaño según la necesidad requerida.
Después de observarla por unos segundos, comenzó a practicar, dejando que la frustración se filtrara en cada movimiento. Varios minutos después, Taris apareció detrás de ella, con los brazos cruzados, observando la brusquedad de todos sus movimientos. No hizo ningún ruido que pudiera desconcentrarla, solo analizó su cuerpo, cuidadosa.
—Pensé que venías conmigo para entrenar sobre el aire, no con la espada —comentó al fin, acercándose con una expresión neutral.
Cathanna se giró hacia ella, bajando la espada.
—Ya sabes cómo es mi padre, Taris —dijo, con frustración—. Insiste en que debo aprender a usarla. Ni siquiera sé por qué motivo.
—Tus clases de control del aire son tu prioridad en este momento. —Puso la mano en su hombro y le quitó varias hojas—. Tienes que subir al siguiente nivel si no quieres quedarte atrás.
Cathanna asintió de forma lenta, guardando la espada en su bota de un movimiento casi mecánico. No podía, ni quería darse el lujo de ser la única miembro de su familia incapaz de controlar su propio don, aun sabiendo que, en una situación de emergencia, probablemente no saldría a flote, como ocurrió aquella noche.
Su madre era una simple humana, sin nada especial en su sangre, pero eso no la hacía menos fuerte que los demás, aunque pocas veces lo demostraba por el miedo al que dirían las malas lenguas. En cambio, su padre era un hechicero extremadamente poderoso, capaz de invocar magia sin la necesidad de usar un objeto. Calen era un Elementista de fuego mientras Cedrix estaba aprendiendo magia para ingresar al Colegio de Magia Florium. El resto de la familia también poseía dones excepcionales, aunque rara vez los usaban.
—No es solamente mover el aire, Cathanna —explicó Taris, arreglando sus brazos con movimientos delicados—. Se trata de escucharlo. Sentirlo en todo tu cuerpo. Recuerda que es tu aliado, no algo que solo usas una vez y luego a la basura.
Cathanna arrugó el rostro, asintiendo de arriba abajo con la cabeza, mientras Taris terminaba de acomodar sus brazos, como lo indicaba en el libro de Elementistas de aire que estaba encima de la mesa. Se obligó a respirar con calma, sintiendo la paz fluir por sus venas, y entonces el viento respondió. Elevó sus brazos con ayuda de Taris, y una ráfaga de aire en espiral comenzó a formarse a su alrededor, levantando las hojas secas del suelo y remolinos de polvo.
—Lo estás haciendo increíble, Cathanna —reconoció Taris, viéndola con una leve sonrisa—. Pero debes tener más control sobre tus movimientos. No estás buscando una tormenta, sino precisión. Mantén la calma. Sin presiones. Nadie te está apurando.
Cathanna apretó los dientes con fuerza, tratando de moldear el aire, como se lo estaba explicando Taris con pequeños ejemplos. Le resultaba algo complicado, pero cuando por fin le pudo agarrar el hilo, la dirigió a donde estaba Taris, viéndola con una expresión de severidad, y antes de que pudiera destruirla, Cathanna elevó la corriente hacia el cielo, y por un breve instante, pareció moverse con la fuerza y la voluntad de un ser humano.
—¿Ya lo estoy haciendo bien o sigo siendo una inútil? —examinó con tosquedad, relajando los brazos.
Taris asintió con la cabeza, desconcertada por el tono de voz.
—Mucho mejor, Cathanna. Sin embargo, aún te hace falta más para ser realmente buena. —Se acercó a ella—. El viento no es solo una de las fuerzas más importantes que rigen nuestro mundo; también es voluntad. Cuando empieces a entenderlo como lo harías con una persona herida, no tendrás que darle órdenes porque él sabrá lo que quieres y solo lo hará.
—Lo tendré muy en cuenta, Taris. —Inclinó la cabeza en una reverencia—. Muchísimas gracias.
Taris era, sin duda, la maestra de aire más poderosa que había tenido el gusto de conocer en sus pocos años de vida. Entendía perfectamente por qué sus padres la escogieron a ella para ser su tutora y no a otra persona. Poseía una paciencia que no muchos.
—Vamos a continuar. —Sonrió, dejando ver sus dientes—. Llegó el momento de enseñarte Levitación.
—Pensé que sería dentro de unas semanas —dijo, con un gesto de confusión—. ¿Por qué ahora?
—Creo que es un buen momento para que aprendas. —Avanzó hacia la mesa con Cathanna siguiéndola de cerca—. Si logras unir estas dos técnicas, serás mucho más poderosa, no solo para protegerte de caídas, sino también para atacar a tus enemigos.
Cathanna se sentó frente a ella, tomando uno de los libros que le brindó, el cual contaba con muchos dibujos sobre técnicas y la historia de la creación de ellas.
—La Levitación no es solo cuestión de empujar el aire bajo tus pies —explico Taris, tomando un libro—. Si lo haces de esa manera, perderás estabilidad y terminarás impactando con el suelo en cuestión de segundos.
—Entonces, ¿cómo se supone que lo haga?
—Como te dije antes, Cathanna, debes sentir el viento correr por tu cuerpo, sin forzamientos. Te pongo un ejemplo más sencillo: imagina que el viento es como un río invisible que fluye a tu alrededor. —Acompañó sus palabras con un gesto de manos, dibujando el movimiento en el aire—. Si se crea una corriente lo bastantemente densa bajo tu cuerpo, por supuesto que te sostendrá, pero si no la equilibras, simplemente te inclinarás y terminarás cayendo. —Señaló el dibujo de una persona flotando en el libro—. Mantén la presión bajo tus pies, estabiliza el aire a tu alrededor y usa ráfagas suaves para moverte. No tienes que luchar contra la gravedad, solo debes permitir que ella te ignore.
—Eso suena tan complejo —dijo Cathanna, dejando caer la cabeza en la mesa, soltando un suspiro dramático—. No sé si podré hacerlo algún día.
—Claro que no lo harás si eres pesimista. —Se puso de pie, extendiéndole la mano—. Vamos a intentarlo.
Cathanna torció los labios y tomó la mano de Taris para levantarse del banco. Se colocó frente a ella, cruzando los brazos. Tras unos segundos de observarla en silencio, empezó a imitar cada uno de sus movimientos. Sus pies se despegaron del suelo de manera brusca, y así mismo cayó nuevamente, soltando un gemido fuerte de dolor mientras se llevaba la mano a la frente.
—¡No puede ser! —se quejó, frotándose la cabeza.
—Pudo haber sido peor —dijo Taris, ayudándola a ponerse de pie—. Todos los Adeptos pasan por esto en su primer ejercicio de Levitación. —Pasó las manos detrás de su espalda recta—. Vamos a intentarlo dos veces más y después empezaremos con la espada.
Cathanna soltó un suspiro frustrado, pero asintió. Se acomodó, inhaló profundo y cerró los ojos, tratando de sentir la magia en su interior. Se concentró en la sensación de ligereza, en la idea de que el suelo no era su hogar, sino una prisión de la que debía escapar.
—Sé que puedes hacerlo —animó Taris.
Por un momento, su cuerpo respondió. Sus pies se separaron del suelo nuevamente, apenas unos centímetros. El cosquilleo en su pecho le dijo que estaba funcionando. Pero entonces, una ráfaga de duda cruzó su mente. «¿Y si caigo otra vez?» La pregunta bastó para romper su concentración. Su cuerpo perdió la leve ingravidez y, con un sonido sordo, aterrizó de golpe sobre sus rodillas.
—¡Maldita sea! —gruñó, frotándose las piernas adoloridas.
Taris sonrió con calma y le tendió una mano de nuevo. En Cathanna, se recordaba así misma cuando estaba comenzando a aprender el dominio del aire. Era su padre su tutor en ese tiempo, y aunque él tenía paciencia, ella lograba sacarlo de quicio.
—Último intento —habló Taris—. Y luego veamos si con la espada tienes mejor suerte, Cathanna.
—Me voy a romper una parte del cuerpo, Taris. —Dio un paso con dificultad—. Corrijo: Ya me rompí una parte.
—Estás aprendiendo. Es normal que sucedan ese tipo de cosas.
Así pasaron los minutos. El suelo parecía enamorado de ella, pues no quería dejar que el aire la reclamara como suya. La frustración era notable en Cathanna, por la manera tan brusca en que pasaba la mano por su rostro. Por un momento pensó en rendirse y darse la vuelta al castillo, pero el deseo de aprender era más fuerte.
Cathanna sacó la espada y la giró rápido en su mano mientras Taris alzaba la suya, formando una espada hecha de remolinos de viento. Los labios de Cathanna se abrieron, por la sorpresa que tenía.
—Vamos a ver qué tan buena eres con la espada.
Cathanna agarró con fuerza la empuñadura. Desde que empezó a practicar con la espada, había deseado tener un enfrentamiento con Taris, ya que sabía que ella poseía mucho conocimiento en el arte de la lucha, aunque no amara demostrarlo públicamente.
El viento rugió hambreado cuando el primer ataque de Taris llegó, pero Cathanna se movió con rapidez hacia un lado, dejando que la espada cortara el aire que la cubría. Curvó una ceja, y una sonrisa ladina apareció en sus labios. Segundos después, lanzó un ataque en dirección a Taris, quien elevó su espada, provocando una fuerte honda que arremolinó el aire a su alrededor y las dejó encerradas.
Cuando Cathanna pensó que iba a ganar, su pierna resbaló hacia delante y su espalda impactó contra el suelo, sacándole un gemido ahogado. Sin embargo, no se dio el tiempo para lamentarlo, ya que Taris la obligó a girar rápido hacia un lado, evitando así que la espada que bajaba a gran velocidad se clavara en su pecho.
—No esperaba que tuvieras tanta prisa en matarme, Taris —expresó Cathanna con una sonrisa tensa—. Mira qué sorpresa.
—Si fuera en serio, ya lo habría hecho hace minutos. —Taris extendió su mano a ella—. Hoy has estado mucho en el suelo. ¿No quieres que te consiga un anillo y así contraes nupcias con él?
—No creo que la tierra pueda darme hijos, pero gracias por ser tan considerada conmigo. —Dejó escapar una risa suave.
—¿De verdad quieres tener hijos? —examinó Taris mientras volvían a sentarse en la mesa—. No digo que sean feos ni nada, pero… es un paquetón. Educar a un ser humano para que no sea un imbécil es más difícil de lo que parece. Te lo digo yo, que ya tengo dos.
—Mmm… sé que no va a ser fácil —admitió, con una media sonrisa—. No creo que haya nacido para ser la madre perfecta ni nada relacionado, pero… es uno de mis más grandes sueños. Sería hermoso compartir la vida con alguien que salió de mi vientre. Alguien que sea parte de mí, aunque no me pertenezca.
—Entonces, embarázate cuanto antes.
—Eso me dice mi familia que haga.
—No importa lo que quiera tu familia. La decisión debe ser tuya.
Cathanna se pasó una mano por su nariz húmeda justo cuando ese familiar olor que había percibido horas antes llegó a sus fosas nasales con intensidad. Recorrió el lugar con la mirada, buscando sin éxito al hombre que desprendía aquel aroma delicioso, pero no encontró a nadie, solo la mirada curiosa de Taris en ella, esperando una respuesta. Frunció el ceño, agitando la cabeza y sonrió a Taris.
A pocos metros de ella, oculto entre los árboles, Zareth acomodaba la capucha negra en su rostro. Segundos después, se recostó en el tronco, cruzándose de brazos, fastidiado de tener que estar en ese lugar.
Llevó la mirada al rostro cansado de Cathanna, analizando sus expresiones con más curiosidad de la necesaria. La había seguido desde que salió del castillo, manteniendo una distancia exagerada, lo suficiente para que ni por error ella sospechara que él estaba ahí.
Se relamió los labios, dejando caer la cabeza contra el árbol.
Un segundo después, la volvió a alzar, dirigiendo la mirada hacia ella. Cathanna sonreía mientras hacía movimientos exagerados con las manos, explicándole algo a Taris que parecía arrancarle carcajadas.
Zareth entrecerró los ojos, sintiendo una punzada extraña en el pecho.
Cathanna llegó al castillo y se dirigió a su habitación para meterse en el agua caliente. Relajó los músculos al sumergirse por completo, cerrando los ojos. Comenzó a tararear una canción mientras pasaba la esponja por su cuerpo con una fuerza automática.
Después de varios minutos, salió arrastrando los pies, bostezando. Se sentó frente al espejo, sonriéndole a Selene, quien le devolvió la sonrisa. Sus manos fueron secando el cabello de Cathanna para luego pasarle el peine y, por último, amarrarlo con dos trenzas.
Cuando la última de ellas salió de la habitación, Cathanna se acomodó en la cama lista para dormir. Justo en ese momento la puerta se abrió, revelando la figura imponente de su abuelo. Su corazón se detuvo por un instante. Se incorporó con brusquedad. La respiración se le volvió entrecortada y sus ojos se nublaron por unos segundos. Él no tardó en cerrar la puerta con seguro detrás de su espalda.
—Vengo a hablar contigo, Cathanna —dijo, caminando hacia ella. Se sentó en el borde de la cama, elevando la mano a ella.
—Abuelo… —murmuró, encogiendo las piernas—. Ya me voy a dormir. Estoy cansada por el entrenamiento con Taris.
—¿Entrenamiento, dices? —Una sonrisa macabra se dibujó en su rostro—. Nunca me gustó esa idea de que te pusieran a entrenar.
La frente de Cathanna se arrugó.
—¿Por qué no? —curioseó ella, intentando sonar segura.
—Porque eso no sirve de nada. —Se movió hasta quedar más cerca de ella—. A ti deberían enseñarte cosas más productivas… cosas dignas de una mujer de tu linaje. Como complacer a un hombre.
—Abuelo, yo…
—Pero eso de entrenar. —Movió la cabeza de un lado al otro—. No me parece, aunque… si te portas bien… podría pensarlo.
Cathanna tragó saliva, sintiendo una presión incómoda en el pecho que le prohibía la entrada al aire. Terminó de pegar las piernas temblorosas a su pecho mientras sus manos se aferraban con fuerza a la sábana blanca que cubría la cama. Por unos segundos, pensó en salir corriendo, pero el miedo la dejó paralizada en su lugar.
La mano de Efraím rozó su mejilla con una suavidad escalofriante que le mandó corrientazos por todo el cuerpo. Sus miradas se encontraron por varios segundos que se sintieron una eternidad para ella. Se dio cuenta de que el peligro era real. Un sonido suave nació en su cabeza al tiempo que se levantaba de golpe de la cama. Corrió hacia la puerta, con el pecho moviéndose rápido, pero él la sujetó del cabello con una fuerza brutal que la tiró al suelo.
La mano de Efraím le tapó la boca, ahogando los gritos mientras que con la otra le subía el vestido del pijama hasta quedar en su cintura. Cathanna negó varias veces, con los ojos bien abiertos, y le dio una patada en la entrepierna. Se puso de pie, apresurándose en salir de la habitación, sintiendo que todo a su alrededor giraba con velocidad.
Sus manos tomaron una manija, la giraron de forma torpe, y ella se adentró en una habitación, soltando todo el aire acumulado. Cerró los ojos, dejándose caer al suelo, llena de miedo. En ese momento, una mano se aferró a su hombro. Ella tardó unos segundos en reaccionar, y entonces apartó la mano de un manotazo. Cuando levantó la mirada, se encontró con los ojos preocupados de Calen sobre ella.
—¿Cathanna? —murmuró Calen—. ¿Qué pasó?
Cathanna negó rápidamente, bajando la mirada a sus manos que se sacudían de una forma incontrolable. Quería decirle algo, pero las palabras se habían atorado en su garganta. Soltó un sollozo sonoro, y luego otro más fuerte, hasta que las lágrimas comenzaron a bajar por sus mejillas, mojando su pijama. Calen se arrodilló frente a ella, buscando sus ojos, pero Cathanna esquivaba su mirada.
—No me toques —susurró Cathanna, con la voz rota.
Calen se detuvo al instante, levantando las manos.
—Está bien, no lo haré —afirmó con suavidad—. Pero mírame, por favor. Mírame y dime lo que te ha sucedido, Cathanna.
—No puedo —dijo entre sollozos ahogados—. No quiero ver a nadie ahora. Tengo mucho miedo de que me haga algo malo.
—¿Qué pasó? —insistió Calen.
Cathanna no respondió. Se colocó las manos a la cabeza, tapándose los oídos. La puerta sonó varias veces, como si alguien quisiera tumbarla. Cathanna la miró, alarmada. Luego llevó la mirada a Calen, quien se encontraba viéndola, ajeno a ese ruido estruendoso.
—No le abras la puerta, te lo suplico. —Le tomó los brazos, respirando con dificultad—. ¡Por favor, no lo hagas, Calen!
—¿De qué estás hablando? —examinó, confundido.
—No abras la puerta. —Sus ojos terminaron en la puerta que se movía con brusquedad. Saltó en su lugar al escuchar un golpe más fuerte—. No lo hagas. Quiere hacerme daño. Deja que la siga tocando.
—Hermana… nadie está tocando la puerta —reveló, confundido.
Cathanna parpadeó rápido, negando con la cabeza mientras se aferraba al brazo de Calen, quien seguía con el gesto de confusión.
—Sí… sí la están tocando. —Su voz salió temblorosa. Dio otro salto de miedo—. Está ahí, detrás de la puerta, queriendo tumbarla.
Calen se levantó y caminó hacia la puerta. La abrió después de debatirse por varios segundos, encontrándose con nada detrás. Miró a Cathanna, quien tenía los ojos cerrados, jalándose el cabello.
—¿Tuviste una pesadilla, Cathanna? —le preguntó él, cerrando la puerta—. Tal vez sea por eso que piensas que hay alguien detrás.
—¡Lo estoy escuchando! —exclamó, sin abrir los ojos.
—Cathanna…
—Por favor, créeme —cuchicheó.
Calen suspiró.
—Ven, duerme conmigo esta noche.