En mi vida pasada, mi nombre era sinónimo de vanidad y egoísmo. Fui un error para la corona, una arrogante que se ganó el odio de cada habitante de mi reino.
A los quince años, mi destino se selló con un compromiso político: la promesa de un matrimonio con el Príncipe Esteban del reino vecino, un pacto forzado para unir tierras y coronas. Él, sin embargo, ya había entregado su corazón a una joven del pueblo, una relación que sus padres se negaron a aceptar, condenándolo a un enlace conmigo.
Viví cinco años más bajo la sombra de ese odio. Cinco años hasta que mi vida llegó a su brutal final.
Fui sentenciada, y cuando me enviaron "al otro mundo", resultó ser una descripción terriblemente literal.
Ahora, mi alma ha sido transplantada. Desperté en el cuerpo de una tonta incapaz de defenderse de los maltratos de su propia familia. No tengo fácil este nuevo comienzo, pero hay una cosa que sí tengo clara: no importa el cuerpo ni la vida que me haya tocado, conseguiré que todos me odien.
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Camara de guerra flotante
Punto de vista de Katerine
La noticia me inundó de un placer tranquilo. Mi plan era impecable. La Abuela, la tirana que me había condenado al hambre y al encierro, estaba ahora pidiendo mi regreso por desesperación.
—Quieren traerme de vuelta —repetí, mi voz era un hilo de seda fría.
Dante me miraba, esperando la orden de regresar de inmediato. Para él, la Abuela había reaccionado, y la siguiente fase de la operación debía comenzar sin demora.
Dejé mi taza de café sobre la mesa con un golpe seco que llamó su atención.
—Dante —dije, usando su nombre con la autoridad de una socia, no de una esposa reciente—. Me prometiste una semana de luna de miel.
La sorpresa cruzó su rostro por una fracción de segundo, un parpadeo de incredulidad.
—¿Hablas en serio? La Abuela te está abriendo la puerta a su imperio. Esta es la oportunidad.
Me levanté y caminé hacia él, la luz del sol de la mañana resaltando el platino del anillo en mi dedo.
—La oportunidad estará allí dentro de cinco días, Viteri. O dentro de un mes. La necesidad de un heredero no desaparece en una tarde. Lo que sí desaparecerá es la urgencia de la Abuela si parecemos demasiado desesperados por volver.
Me detuve justo frente a él, obligándolo a enfrentar mi lógica.
—La boda fue un golpe de poder; el aislamiento debe ser un golpe de desinterés. Si regresamos inmediatamente, la Abuela pensará que somos tan patéticos como el resto de sus invitados. Si la hacemos esperar, si la obligamos a llamarte de nuevo con más súplicas, su desesperación se duplicará. Mi familia ahora debe esperar a que termine nuestra luna de miel.
Mis ojos no le ofrecían una súplica, sino un desafío: ¿Estaba dispuesto a sacrificar el tiempo por el control psicológico total?
Dante me estudió, su mandíbula tensa. No le gustaba perder el control del calendario. Pero la verdad de mis palabras era indiscutible. La paciencia era la herramienta más afilada.
—Cinco días —gruñó finalmente, su voz áspera—. Ni un minuto más. Y esos cinco días los usaremos para memorizar cada detalle del plan. ¿Entendido, Reina?
—Perfectamente, mi Señor —respondí, dándole una sonrisa que prometía obediencia externa y total dominio interno.
Los siguientes cinco días transcurrieron en una rutina brutal y adictiva. El yate no era un lugar de descanso, sino una cámara de guerra flotante.
Por la mañana, la estrategia. Dante había desplegado mapas de la mansión, organigramas de las finanzas familiares y el árbol genealógico de los Borges. Analizábamos la debilidad de Henry (su adicción al juego) y la paranoia de la Abuela (su miedo a la bancarrota). Él me lanzaba escenarios; yo respondía con soluciones.
—Si la Abuela intenta imponer un acuerdo prenupcial para proteger el resto del capital —me desafió Dante, señalando un diagrama—, ¿cómo garantizas que no puedas ser expulsada tras concebir al heredero?
Yo tomé el bolígrafo rojo. —Yo no firmo el prenupcial; lo firma Henry. Él está tan hundido en el juego que le haré creer que está negociando una "línea de crédito encubierta" para sus deudas. Lo chantajeamos para que ceda el poder de decisión sobre el linaje a su esposa... —corregí, señalando a Dante—... y así aseguro el control.
Dante se reclinó, una chispa de admiración encendida en sus ojos.
—Un movimiento de flanco. Genial.
A medida que la noche caía, la intelectualidad se disolvía. El estudio de los números daba paso al estudio de los cuerpos. La pasión entre nosotros no era una distracción, sino una continuación de la misma batalla por el control. Si durante el día yo dominaba el tablero, por la noche, él intentaba dominar mi voluntad.
Había aceptado la intimidad como parte del precio, pero me negué a ser una figura pasiva. Usé la inexperiencia de este cuerpo no como debilidad, sino como una pizarra en blanco para reescribir la historia. Cada beso, cada caricia, era una oportunidad para probar la resistencia de Dante y mi propia capacidad de infligir placer y recibirlo sin ceder mi mente.
Una noche, mientras el yate se mecía suavemente, Dante me sujetó con una fuerza que era casi dolorosa, sus ojos clavados en los míos.
—¿Por qué no puedes simplemente ceder, Katerine? —su voz era un gruñido—. ¿Por qué hasta en esto intentas ganar?
Yo le sonreí, un acto puro de desafío.
—Porque si cedo aquí, cederé en la sala de juntas, Viteri. Y si mi mente no es mía, ¿de qué sirve esta alianza?
La respuesta lo enfureció y lo encendió al mismo tiempo. Entendió que mi entrega no sería la de una esposa sumisa, sino la de un general que acepta una tregua temporal.
Al amanecer del quinto día, no solo habíamos memorizado cada línea de defensa y ataque contra mi familia, sino que también habíamos grabado una verdad ineludible: éramos dos depredadores casados por la necesidad, y el campo de batalla se extendía desde la mesa de planificación hasta la cama matrimonial.