Leda jamás imaginó que su luna de miel terminaría en una pesadilla.
Ella y su esposo Ángel caminaban por un sendero solitario en el bosque de Blacksire, riendo, tomados de la mano, cuando un gruñido profundo quebró la calma. Un hedor nauseabundo los envolvió. De pronto, el sendero desapareció; sólo quedaba la inmensidad oscura y una luna blanca, enorme, que parecía observarlos.
—¿Oíste eso? —susurró Leda, el corazón desbocado.
Ángel apretó su mano.
—Debe ser un animal. Vamos, no te asustes.
Pero el gruñido volvió, más cerca. El depredador jugaba con ellos, acechándolos. Un crujido a su derecha. Otro, detrás. Los gruñidos iban y venían, como si se burlara.
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BAJO LA LUNA SANGRE Y FUEGO
Mientras Leda dormía recostada sobre las cenizas de Ángel, el silencio del bosque parecía eterno. Dos lobos la custodiaban, atentos, sus pelajes erizados bajo el brillo de la luna. Entonces, un sonido rompió la calma: una rama crujió.
Los lobos se incorporaron de inmediato, gruñendo. El viento arrastró un olor fétido. Ya era tarde. Entre las sombras, emergió un rogué: un lobo oscuro, los ojos amarillos brillando con hambre asesina.
El ataque fue brutal. Garras contra colmillos, rugidos que hicieron temblar el risco. Leda abrió los ojos sobresaltada, su respiración se cortó. Cuando lo vio, se paralizó. Era él. El mismo lobo que mató a Ángel.
El pánico la desgarró. Sintió el frío recorrerle la espalda. El miedo le robó la voz. Las piernas no le respondían. Se orinó sin poder controlarlo, como aquella noche maldita. La imagen de Ángel muriendo se repetía en su mente. Lágrimas ardientes comenzaron a rodar por su rostro.
Los lobos pelearon con fiereza para protegerla. La sangre salpicaba la hierba. Pero el enemigo era implacable. Uno de los guardianes cayó herido; el otro apenas resistía.
De repente, un rugido cortó el aire como un trueno. Ikki llegó hasta el peñasco, transformado en Orión, la bestia alfa. Sus patas golpearon el suelo con furia, y en un instante se abalanzó sobre el rogué. La pelea fue salvaje. Garras desgarrando piel, colmillos arrancando carne. El olor a hierro impregnó el aire.
Leda temblaba, arrinconada junto al risco. Su mirada estaba vacía, presa del terror. Cuando Orión la vio, un fuego lo atravesó. Rugió con toda su ira, y en ese momento, la voz del lobo enemigo se alzó como un silbido envenenado:
—Tú… rompiste el tratado. Esta humana me pertenece.
Orión mostró los colmillos, las fauces abiertas, la saliva cayendo. Su voz se oyó doble, humana y lupina, como un eco en la oscuridad:
—Ella es mía. Si la querés… tendrás que matarme.
Leda lo miró con lágrimas en los ojos. Por un segundo, sintió que alguien la defendía… que no estaba sola.
El rogué rió, la sangre goteando por sus colmillos.
—No solo mataré a esta humana. Arrasaré con tu manada.
El rugido de Orión estremeció la tierra. Se lanzó sobre él, lo derribó con la fuerza de una tormenta y le hundió los colmillos en la garganta. El grito del rogué resonó como un aullido maldito antes de apagarse para siempre.
Orión lo soltó y, jadeando, miró alrededor.
—¡Busquen! Rastreen el valle. ¡Maten a todo rogué que vean!
Magnus, Tomás y los demás llegaron en estampida, rodeando el peñasco. Los lobos olfateaban la sangre, gruñendo. Orión se giró hacia los heridos: Red y Blue. Lamió sus patas y costillas con ternura salvaje. Ellos gimieron y bajaron la cabeza. Luego miraron a Leda, esperando por ella.
Cuando Ikki recuperó la forma humana, sus pasos fueron lentos, como temiendo romperla.
—Leda… Leda, hablame. Por favor.
Ella lo miró con ojos desbordados de lágrimas y se arrojó a sus brazos. Sus sollozos empaparon su pecho. Ikki la sostuvo con una delicadeza que jamás había mostrado.
—Mujer… vamos. Tenés que cambiarte. Llevaremos a Red y Blue para que los curen.
Leda alzó el rostro apenas, asintiendo.
—Esperá… bajame.
Él obedeció. La vio arrodillarse frente a los lobos heridos. Les acarició la cabeza, besándolos una y otra vez.
—Gracias, chicos… mis niños.
Los lobos la lamieron suavemente, gimiendo. Ikki sintió un golpe en el corazón. Esa ternura, esa fragilidad… lo rompían por dentro. Sin decir más, la levantó entre sus brazos. Leda se refugió en su pecho. Juntos emprendieron el regreso.
Cuando llegaron, Rina se llevó a Red y Blue para curarlos. Ikki condujo a Leda hasta la cascada. La bajó con cuidado.
—Limpiate. Voy a traerte más pieles.
Ella lo tomó del brazo, desesperada.
—No quiero estar sola.
—¡Nor! —rugió Ikki.
La loba apareció de inmediato.
—Sí, alfa.
—Quedate con ella. Ya vuelvo.
Ikki se soltó del agarre de Leda y se fue. Ella lo vio irse, sintiendo un vacío que la aplastaba. Se desnudó lentamente, el agua helada mordiéndole la piel mientras se lavaba la sangre y la suciedad. Nor, en forma de loba, vigilaba, las orejas alertas.
Ikki volvió con una piel enorme de oso. Cuando la vio allí, desnuda bajo la luna, algo en su interior se quebró. Su corazón se estrujó, las emociones lo arrastraban. Cerró los puños. No podía caer otra vez. Con voz fría, lanzó la piel sobre ella:
—Mujer, ponete esto. Vamos.
Ese tono le arrancó un filo en el alma. Ella se cubrió sin mirarlo. Él la levantó y la llevó a la tienda de Nor. La dejó allí, acostada, tiritando. Cuando salió, la oscuridad le cubrió el rostro. Leda lo vio alejarse, rígido, gélido. Sintió que su mundo se desmoronaba. Se acurrucó y lloró hasta quedarse sin fuerzas.
Ikki, afuera, se golpeaba el pecho, intentando arrancarse la emoción. No podía. Se transformó en Orión y corrió como un demonio por la pradera, buscando más rastros de rogues.
Al amanecer, la manada entera estaba en pie, todos en forma de lobo. La vigilancia era extrema. Orión olfateaba el viento cuando Magnus habló:
—Rastreé varios aromas… pero se pierden en el bosque. Son diez como mucho.
—Sí. Pero su olor no es tan podrido como antes. Dijo tom
—Eso siento —gruñó Orión—. Están cambiando su forma de esconderse.
—Fue por eso que aquel día los vimos refregarse en el pasto, recordó Magnus.
Orión clavó la mirada en el horizonte. El amanecer teñía todo de rojo.
—Volvamos. Hoy no habrá más ataques. Pero esto recién empieza.
Mientras todos regresaban, Orión quedó último, como siempre. El alfa que cuida su manada… y a su amor inesperado.