En está historia veremos a una joven, dispuesta hacer lo que sea para salvar la vida de su mamá, pero, ¿Qué pasará con ella, si en el proceso se enamora? Los invito a leer.
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Cap. 9
Eykel se sentó y tomó un vaso de jugo. Quería decirle tantas cosas, pero prefirió no abundar en el tema. — Lo serán para ti.
— ¿Y esa cara? Parece que no dormiste anoche.
— Efectivamente. Gracias a ti no pude dormir.
— ¿Tan bien te fue con la joven? — fue una pregunta sarcástica.
— No vamos a entrar en detalles.
La expresión de su padre, cargada de una burla velada, no le agradó. Eykel lo miró con furia contenida, terminó el jugo y se levantó de la mesa.
— Espera, hijo. Siéntate.
Eykel suspiró profundamente, pero se volvió a sentar.
— ¿Por qué no prueba el desayuno? — indagó Rodrigo.
— No tengo apetito.
El señor conocía perfectamente a su hijo, y sabía cuándo estaba verdaderamente molesto. Para evitar malos entendidos, y para no pasar el día sin mediar palabra, decidió aclarar lo sucedido en la subasta.
— Eykel, quiero que sepas que… aposté por esa chica solo para verte reaccionar, para verte molesto. Vi cuando llegaste al club. Noté en tu expresión que estabas incómodo, y tenía una mirada de villano. Esa joven… nunca me interesó, ni siquiera le presté atención. ¿Entiendes? — La voz de Rodrigo estaba cargada de una sinceridad paternal.
Eykel lo miró con reproche. — Si tu plan era verme molesto… lo lograste. Ahora, si me disculpas, tengo una agencia que atender. Y por ese chiste de anoche, tendrás que asistir a la reunión con los rusos. — Se levantó y se marchó, dejando al señor arrepintiéndose por la broma.
El señor Rodrigo no quería lidiar con esos clientes, no tenía la autoridad y el temple dominante de su hijo.
Cinco meses después…
Puedes tener paz en la tormenta.
La salud de Leticia mejoraba pausadamente. Las sesiones de quimioterapia eran un tormento, pero también una promesa de recuperación. Ella cada día le daba las gracias a su hija por regalarle la esperanza de vivir unos años más.
Después de la noche de la subasta, la vida de Brianna cambió silenciosamente. Renunció a su puesto en el restaurante; las miradas, los susurros, la asfixiaban, eran un juicio constante. Cada comentario era una puñalada. El fantasma de esa noche la seguía como una sombra.
No obstante, no todo era oscuridad. Tres meses atrás, un rayo de sol irrumpió en la penumbra: Maicol Green. Lo conoció en el hospital, un hombre apuesto, amable, con una sonrisa que intentaba derretir su armadura. Compartían cafés, risas y silencios cómodos.
Maicol era hijo de dueños de una agencia de modelos, y le había ofrecido trabajo a Brianna en varias ocasiones.
Ella siempre se negaba. Sentía que, detrás de su insistencia, había algo más: lo notaba en la intensidad de sus ojos, en la dulzura de sus palabras, en esos mensajes antes de dormir y al amanecer, en la preocupación para que estuviese bien. Y lamentablemente, no estaba preparada para lo que presentía.
Esa noche, mientras Brianna se arreglaba, una corazonada invadió a su madre. — Hija, ¿adónde vas? — Leticia la observó, extrañada.
Brianna no salía de noche después que dejó el trabajo.
— Voy a cenar con Maicol. — respondió ella, intentando sonar casual.
Leticia sonrió con melancolía, conocía los sentimientos de su hija. — Ese muchacho es un buen hombre. Lástima que no lo mires con los mismos ojos que al otro… Al que siempre mencionas con Luchi.
Las palabras de su madre cayeron como un jarro de agua fría. Brianna se quedó paralizada, el peine suspendido en el aire. Trató de ignorarlo, pero el rubor se extendió por su cuello.
— No vas a decirme nada, ¿verdad? — insistió Leticia, su voz llena de sabiduría.
— Mamá, no sé de qué hablas.
— Claro que lo sabes. Estoy vieja y enferma, pero no soy tonta. ¿Quién es él?
Brianna suspiró, el peso de ese recuerdo oprimiéndole el pecho. — Un joven que conocí hace unos meses. No lo he vuelto a ver y, probablemente, jamás lo vuelva a ver. Ahora, señora preguntona, me voy. Te quiero.
Ella tenía razón, no lo había vuelto a ver, pero en persona, porque a diario veía sus fotos en las redes sociales.
Mientras tanto, en el décimo piso de la agencia Richardson Creatividad, un hombre tenía la cabeza hirviendo por el coraje y la frustración. Eykel tenía horas tratando de proyectar un anuncio para ”Cerveza República”.
Su equipo de trabajo estaba cansado, y al parecer él era el único que insistía en continuar.
— Eykel, ya es tarde. Deja eso para mañana, ¿por qué no vamos a cenar? — La voz seductora de Paola lo sacó de su trance.
Él continuó mirando unas gráficas. — Estoy cansado.
— Te prometo que te vas a relajar.
— Si quieres, vamos a tu apartamento. — murmuró, sin levantar la vista de las carpetas.
Paola se acercó, sus dedos rozaron los suyos y, con un movimiento firme, le cerró la página del portátil. — Vamos a cenar y luego a mi apartamento. Anda, di que sí.
Eykel la miró, una chispa de resignación en sus ojos. — Está bien. Tú eliges el restaurante.
Y así mismo, como ellos se disponían a salir, Maicol no perdió tiempo y pasó a recoger a Brianna.
Para Brianna, el viaje al restaurante fue un preámbulo a un momento que ella temía. Y sus sospechas se intensificaron cuando llegaron al lugar; el espacio era una sinfonía de romance: velas danzantes, rosas rojas en cada mesa, una atmósfera que gritaba "enamorados".
Ella miró a su alrededor, luego a Maicol, con su rostro iluminado por la ilusión. Un nudo se formó en su estómago. Lo sabía. Iba a pedirle que fuera su novia, y ella, con el corazón firme, tendría que negarse.
La cena transcurrió entre una tensión palpable para ella y una felicidad radiante para él. Cuando terminaron, Maicol la miró fijamente, sus dedos entrelazándose con los suyos. De una de las rosas sacó un anillo, un destello de oro que parecía burlarse de su dilema.
“Caray, por qué a mí”, pensó Brianna, sintiendo cómo el aire se le escapaba de los pulmones.
— Brianna, sé que no llevamos mucho tiempo en conocernos, pero estoy completamente enamorado de ti. Por ello, quiero pedirte que seas mi novia. ¿Quieres ser mi novia? — preguntó Maicol, sus ojos brillando con una esperanza tan pura que le partía el alma.