Bailando Con El Peligro

–Venga Killian, ¿así es como recibes a una vieja amiga?

Me acusa con las manos arriba en señal de rendición. Me lo pienso detenidamente. No podía confiar en ella, pero era un contrincante con el cual no podía pelear con un arma.

Finalmente, guardo el arma en la canana de mi cintura y le ordeno a Einer retirarse del lugar, pues había sido él quien la había traído hasta el despacho junto con Jairo. Por alguna razón, había aprendido a confiar en este hombre, así que estaba seguro de que ella no había tenido tiempo para hacer cualquier truco dentro de la habitación.

Cierro la puerta tras de mí, dejándola entreabierta, y me aproximo lentamente hacia ella. Si bien había cambiado desde la ultima vez que la vi en el reformatorio, su característico cabello negro hasta la cintura y tez morena, la delataban con facilidad.

–¿A qué has venido?

Pregunto, plantándole cara y reclinándome contra la mesa.

–Por ti, por su puesto.

Expresa, regalándome una sonrisa coqueta. Suelto un suspiro, después de todo, su personalidad no había cambiado tampoco.

–No estás en posición de decirme una tontería como esa después de lo que hiciste.

–Bussines is Bussines, my love.

Completa, levantando los hombros cual niña chiquita. La razón por la cual en ese entonces no le disparé en cuanto se destapó en el bando enemigo fue precisamente porque era alguien importante de alguna forma para mí.

Un ligero paso cerca a la puerta llama mi atención, provocando que una sonrisa sobre salga en mi rostro. Esa no podía ser otra que Laila, podía sentir su perfume con facilidad.

–Así que estás aquí por mí.

Le sigo el juego, extasiándome con la idea de enloquecer a Laila. Esa manipulación que solo sale de mí cuando pienso en ella, me empuja a hacerla sufrir, así sea por miedo a perder su esfuerzo, lo mismo que yo estaba sintiendo con su rechazo.

Tomo a Fiorela del mentón, acercándome un poco, con la distancia suficiente como para controlarla si llegaba a intentar algo más.

–Por favor no me mires así. Sabes que me derrito.

Suelta, sonrojada con ese movimiento. A pesar de su reacción, sus palabras solo me aburren. Laila no diría algo así, por el contrario, con una sola mirada me haría entender que no sería suficiente con ello.

,Rápidamente, extiende sus brazos, rodeando mi cuello y en un impulso intenta besarme; no obstante, un cuchillo viaja rápidamente, pasando en medio de ambos, logrando cortar levemente mi mano, ya que la había usado para taparle la boca a Fiorela.

–Como lo siento, se me resbaló.

Interrumpe con una sonrisa inocente. Robándome una sonrisa aún más amplia, pues me estaba conteniendo de burlarme de su forma tan directa de rechazar a Fiorela.

–No tiene de qué disculparse, Durga. A mí siempre se me resbalan un par de explosivos.

Le devuelve el comentario, sacando una diminuta esfera de un bolso atada su cintura. No me lo pienso dos veces y le sujeto con fuerza la muñeca.

–Ni se te ocurra ponerle un solo dedo encima.

Le advierto, apretando cada vez con más fuerza su muñeca, cosa que me hace saber soltando un chillido. Aquella situación llama la atención de Ethan, quien sin pensarlo le apunta con la pistola, protegiendo cual galante caballero a Laila.

El escándalo es tal que las personas alrededor comienzan a vigilar cual halcones el despecho, atrayendo al carroñero de Iker, quien en cuanto se asoma en la puerta, provoca que Fiorela enloquezca, abalanzándose cual perro ante su amo.

Su reacción es tan inesperada que nadie se atrevió a dispararle aun cuando parecía no poder controlar su energía, con la cual ahora abrazaba a Iker.

Este no se contiene y la abraza cual niño de primaria, saltando junto con ella y dándole vueltas en el aire.

–Oigan ustedes dos – Les llamo, haciéndole señas al resto para que se retirasen. – ¿Qué no ven la atmosfera?

–¿Qué es lo que está sucediendo aquí?

Pregunta Ethan, vigilando detenidamente a Fiorela, quien a pesar de mi advertencia, aún reía a carcajadas con Iker.

–Solo es una vieja amiga que ha venido a buscar refugio.

Explico, seguro de que se trataba de ello, después de todo, ya se había tardado en venir a buscarme; meterse con la mafia no era una situación de la cual salías fácilmente, aun cuando la cabeza de los Nakamura había sido derrotada en la pelea.

–¿Qué piensas hacer?

Pregunta Laila con una sonrisa apagada, expresión que sorprende incluso a Ethan pues no estaba ocultando muy bien su desagrado en esta ocasión.

–Se va a quedar.

Suelto, observando la sorpresa de la Durga y su acompañante, ya que estaba yendo en contra de los deseos de Laila.

-En serio, querido?

Pregunta Fiorela extasiada por cómo la estaba defendiendo ante mi esposa, cosa que Iker observa curioso. Por su parte Laila se acerca a ella lentamente, provocando que su contrincante se calle instantáneamente.

A pesar de que no puedo ver su rostro, estoy seguro de que su mirada era aterradora. Una de la cual nadie puede escapar sin sentir que el mundo se te caía al piso.

–Te permito quedarte aquí porque es deseo de Killian, pero no admito que te dirijas a mi esposo de esa forma. Él es el jefe de los Miwra, así que dirígiste a él como tal.

–Lo siento mucho Durga – Completa Fiorela – Pero su esposo es un amigo de infancia, así que es difícil llamarle como tal.

Se enfrenta, intentando imponersele con la voz temblorosa, cosa que me arranca una sonrisa. Qué mujer tan estúpida como para pensar que iría en contra de mi esposa con tal empeño.

–Vas a tener que acostumbrarte, porque de ahora en adelante eres mi subordinada – Mis palabras la descolocan, provocando que Laila voltee a verme sorprendida – Vas a enseñarle todo lo que sabes de a Brais. Sí no estás de acuerdo, bien puedo echarte como comida a los leones.

–Bien.

Responde, claramente enfadada.

No me lo pienso dos veces y le ordeno a Iker llevarla a mi tigua habitación, donde se encontraban ambos jóvenes, y ademas que le diese una habitación lejos de la de Laila y mía.

En cuanto salen del despacho, Laila e Ethan se dirigen hacia la salida, razón por la cual no me lo pienso dos veces y empujo al caballero de brillante armadura, dejándole fuera y cerrando la puerta.

Debido a que esta no era la primera vez, parece no reaccionar, y, por el contrario, decide esperar calladamente a que La Durga saliese.

Por mi parte, había detenido a Laila abrazándola por la espalda con un brazo, y cerrando la puerta con el otro, razón por la cual quedamos cerca de la misma.

–¿Qué haces?

Expresa sin despegarse de mí ni darme la cara. Aquella situación hacer que desee ver su rostro con más desespero, pues estaba seguro de que no estaba sonriendo como de costumbre.

–Si no sientes nada por mí, ¿por qué actúas así?

La enfrento sin cambiar la posición. Quería saber su respuesta antes de inclinarme a tomar una decisión respecto a mis sentimientos hacia ella.

Laila parece meditarlo un segundo y sin ningún cuidado toma mi mano. Aquel mínimo tacto hace que mi cuerpo arda en llamas. Estaba bajo su control a espera de una respuesta.

Lentamente la retira volteando a verme cara a cara – Porque me perteneces. Hasta que el compromiso se rompa, eres mío.

Aquellas palabras acompañadas con una mirada completamente resignada hace que no pueda contenerme más, llevándome a tomarla de la mano y a aproximarla nuevamente a mis brazos.

–No deberías obligarte a no amarme.

Suelto con un susurro cerca de su oído.

La respiración de Laila se vuelve rápidamente agitada, haciéndome entender que había dado en el clavo. ¿Acaso creía que era un idiota? Claramente, había un sentimiento dominante entre los dos, y era por esta razón por la cual se me hacía tan difícil aceptar su rechazo.

Lentamente me despego un poco de ella sin soltarla totalmente. Un solo pensamiento cruzaba mi mente ahora mismo y era hacerla pagar por lo que había hecho, de la misma forma que ella lo hacía conmigo.

Tomo su mentón y la hago retroceder hasta la puerta. Esos ojos completamente deleitados por nuestra cercanía hacen que esas palabras viajen a mi mente.

...<< No te detengas>>...

La súplica era maravillosa, una que solo ella podía trasmitirme con tal magnetismo que me hacían desear raptarla.

Observo sus ojos y su boca, viajando de un lado a otro con extremo placer. Quería besarla con un impulso tan abrumador que hace que mi cuerpo se sienta bajo su poder nuevamente. Nuestros labios están tan cerca que podían rozarse. La sensación era suave y electrizante. Levanto la vista, encontrándome con una súplica aún más fuerte en su rostro ruborizado.

Acaricio su mejilla con mi mano sin juntar nuestros labios, provocando que su cuerpo se sacuda en un pequeño temblor, arrancándome una sonrisa. Esto era divino, ahora la tenía en mis manos.

–Hasta que no salga de tu boca esas palabras, no pienso tocarte de esta forma nuevamente.

Le susurro, soltándola y dejándola sola dentro del despacho.