La historia de los Moretti es una de pasión, drama y romance. Alessandro Moretti, el patriarca de la familia, siempre ha sido conocido por su carisma y su capacidad para atraer a las mujeres. Sin embargo, su verdadero karma no fue encontrar a una fiera indomable, sino tener dos hijos que heredaron sus genes promiscuos y su belleza innata.
Emilio Moretti, el hijo mayor de Alessandro, es el actual CEO de la compañía automotriz Moretti. A pesar de su éxito y su atractivo, Emilio ha estado huyendo de las relaciones estables y los compromisos serios con mujeres. Al igual que su padre, disfruta de aprovechar cada oportunidad que se le presenta de disfrutar de una guapa mujer.
Pero todo cambia cuando conoce a una colombiana llamada Susana. Susana es una mujer indiferente, rebelde e ingobernable que atrapa a Emilio con su personalidad única. A pesar de sus intentos de resistir, Emilio se encuentra cada vez más atraído por Susana y su forma de ser.
¿Podrá Emilio atrapar a la bella caleña?.
NovelToon tiene autorización de JHOHANNA PEREZ para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Juego rudo...
Conseguir la invitación para Emilio tardó más de lo previsto. Mientras tanto, la fiesta avanzaba entre luces cálidas, copas de champagne y vestidos de diseñador.
Asdrúbal Balestra estaba completamente encantado con la belleza de la colombiana. Su acento sensual, su manera descomplicada y segura de moverse entre los invitados, la hacían destacar como una joya exótica en medio del glamour europeo.
—Licenciada Montero, ¿puedo hablarle sin tanta formalidad? —preguntó con una sonrisa seductora.
—Por supuesto, no tengo ningún inconveniente —respondió Susana, amable—. Así también podré explicarle más a gusto nuestra propuesta.
Asdrúbal sonrió con aprobación.
—Seré muy directo con la pregunta que le haré.
Ella arqueó una ceja, curiosa.
—¿De qué se trata?
—¿Qué tipo de relación tienes con Emilio?
—Una relación estrictamente laboral —dijo ella con naturalidad.
—¿Segura?
—Sí. ¿Por qué lo pregunta?
—Disculpa mi intromisión, pero... que estén ocupando la misma habitación...
Ella sonrió con soltura, sin perder el control.
—Sí, supongo que eso se puede malinterpretar, pero fue un error en la reserva. Y como ya teníamos pactada esta cita con usted, no podía irme. Por eso estamos compartiendo habitación.
Asdrúbal asintió, observándola con atención. Parecía sincera, pero él sabía reconocer cuándo Emilio tenía un interés personal por alguien. Se le notaba en la mirada.
—Entiendo... Bueno, entonces, ¿qué te parece si me vas contando la propuesta mientras bailamos?
—Está bien —aceptó ella, extendiéndole la mano.
Bailaron con soltura. Susana le habló con claridad y dominio del tema. Expuso cada punto del proyecto con elegancia y convicción. Él, aunque ya estaba convencido desde que Emilio se lo explicó, no dejó pasar la oportunidad de molestar a su viejo rival.
—Me has convencido, Susana. Acepto la propuesta. En dos días nos reuniremos para firmar la alianza. Solo tengo una condición.
Ella lo miró con una mezcla de alegría y recelo.
—¿Qué condición?
—En menos de un mes, mi compañía de modelaje celebrará un desfile exclusivo. Me gustaría que fueras una de mis modelos. El vestido que llevas esta noche es de mi última colección... y te luce increíble. Sería un gran acierto llevarte a la pasarela. Tengo un diseño que te quedaría perfecto.
Susana rió divertida.
—No, ¿cómo cree? No tengo ni el porte ni las medidas para ser modelo. Además, no me llama la atención. Por favor, no me pida eso... si quiere que la alianza se firme sin obstáculos.
Asdrúbal la miró encantado.
—Con esa carita tan linda… ¿quién podría decirte que no?
Ella no respondió, simplemente siguió bailando.
Emilio entró al lugar. Saludó con diplomacia a algunos conocidos mientras su mirada recorría todo el salón en busca de la caleña. Entonces la vio, acercándose sonriente a una de las mesas junto a Asdrúbal.
—Piensa, Emilio. No vayas a hacer una estupidez. No querrás espantarla otra vez —le aconsejó su inoportuna pero sabia conciencia.
Caminó con seguridad entre los invitados. Su andar elegante y su porte de hombre poderoso atrajeron más de una mirada.
—Buenas noches —saludó con voz firme, interrumpiendo la conversación entre Susana y Asdrúbal.
Ambos se giraron sorprendidos. Uno más que el otro.
—Disculpen la interrupción —añadió—. Licenciada Montero, tengo una urgencia familiar. Debemos regresar hoy mismo a Milán. He venido a buscarla, ya que no logré contactarla por teléfono.
—No había necesidad de que vinieras, Emilio —intervino Asdrúbal—. Me hubieras llamado. Yo la habría llevado de inmediato. Además, no tiene por qué devolverse contigo. Yo la puedo llevar en cuanto firmemos la alianza.
—No —respondió Emilio, cortante—. Ella tiene mucho trabajo. Y si vinimos fue por negocios. Lo lógico es que regrese conmigo para terminar lo pendiente.
Susana notó la tensión en el aire. Sin embargo, respondió con serenidad:
—Por su rostro entiendo que lo de su familia es importante. No se preocupe, me regreso con usted. —Se volvió hacia Asdrúbal—. Podemos hacer la firma de la alianza en Milán.
A Emilio le molestó la familiaridad con la que ella le hablo a Asdrúbal.
—Solo porque tú me lo pides —dijo Asdrúbal con una sonrisa coqueta y resignada—. Entonces nos vemos en dos días en Milán. Gracias por aceptar la invitación. Eres una gran compañera… además de una excelente bailarina.
—No hay nada que agradecer —dijo ella, con cortesía.
Emilio, por dentro, rogaba que se callaran ya. No podía soportar un segundo más de coqueteo.
Susana se despidió y salió. Emilio quiso decir algo más a Asdrúbal, advertirle, tal vez. Pero sería demasiado evidente. En cambio, simplemente caminó tras Susana. En cuanto estuvieron lejos de la vista de Balestra, Emilio la tomó de la mano con firmeza y prácticamente la arrastró hasta una habitación apartada.
—¿Qué le pasa? ¿Por qué me lleva así? ¡Suélteme, señor Moretti! ¡Me va a hacer caer!
Él la ignoraba. Su mandíbula tensa, el ceño fruncido.
—¡Oiga, suélteme! ¿Qué le pasa? Le advierto que me está haciendo perder la paciencia. Dígame… ¿no me sacó de la fiesta por ninguna emergencia familiar, cierto? ¡Respóndame!
Emilio abrió la puerta de la habitación y, al cerrarla tras ellos, soltó su brazo. Ella lo miró con enojo, frotándose la muñeca.
—¿Qué le pasa? ¿Qué hacemos aquí? ¡Dígame algo! Mire cómo me dejó el brazo. ¿Se volvió loco?
—¿Podrías callarte por un momento, parlanchina? —preguntó, mirándola con intensidad.
—Si no quiere que hable más, entonces dígame qué es lo que pasa. ¿Por qué actúa así? Primero me grita, luego me saca con mentiras de esa fiesta…
—Ni modo. Tú te lo buscaste. Tendré que callarte yo.
Emilio se acercó de golpe, tomó su rostro entre las manos y le estampó un beso. No fue suave. Fue un beso cargado de rabia, necesidad y deseo contenido. Ella quedó paralizada. Intentó resistirse, pero cuando abrió la boca para tomar aire, él se adueñó por completo de su boca y la exploró sin reparos.
Solo se separaron cuando el aire les faltó. Susana lo miró, incrédula, con el corazón acelerado.
Emilio se preparó para recibir una bofetada. Pero ella no retrocedió.
—¿Quiere jugar rudo, señor Moretti? —dijo con voz baja, desafiante—. Entonces déjeme enseñarle cómo se hace.
Sin que Emilio pudiera reaccionar, Susana se lanzó sobre él y lo besó con pasión, con fuerza, con una intensidad que lo desarmó por completo. Él, ni corto ni perezoso, le correspondió de inmediato, completamente fascinado por el sabor de esos labios que tanto había deseado.
Los besos se volvieron más voraces, más hambrientos, como si hubiesen estado esperando ese momento. Susana tomó el control. Lo empujó con determinación hasta un sillón, y con movimientos fluidos y decididos, le quitó el saco, luego la camisa. Sus delicadas manos recorrieron su pecho, sus hombros, su abdomen firme… sin dejar de besarlo, sin darle tregua.
Emilio, encendido por el deseo, intentó hacer lo mismo con ella. Quiso acariciarla, tocarla, explorarla. Pero ella le apartó las manos con firmeza, sin dejar de besarlo.
—Déjeme a mí… —susurró sobre su boca, con voz cálida y dominante.
Emilio no protestó. Habían pasado muchos meses desde la última vez que se había sentido así, tan vivo, tan encendido. Los besos y las caricias de la colombiana lo estaban volviendo loco.
Ella le desabrochó el pantalón con lentitud, disfrutando su reacción. Solo por un momento le permitió tocarla por encima del vestido, apenas un roce… una concesión calculada.
—Prometame que no abrira los ojos —le pidió ella, susurrando entre besos, mientras sus labios se deslizaban desde su cuello hacia su pecho y su pelvis.
—Te lo prometo, Susi —respondió él, totalmente perdido en el momento, sin pensar en nada más.
Ella le quitó el pantalón con suavidad, dejándolo en boxer y medias.
—No abra los ojos hasta que yo se lo diga —ordenó, con una sonrisa traviesa en los labios.
—Haré lo que tú digas… —dijo Emilio, respirando agitado.
Susana se apartó lentamente, mordiendo con suavidad los labios del italiano antes de alejarse. Caminó alrededor de él mientras recogía su ropa con movimientos precisos. Sus tacones apenas hacían ruido sobre el suelo pulido.
—Me desvestiré para usted… —dijo con tono meloso, como si fuera una promesa.
Emilio, con los ojos cerrados, respiraba con dificultad, completamente entregado al momento. Su mano se deslizaba por encima del boxer acariciando su latente hombría, y una sonrisa se dibujaba en sus labios.
—Tú solo dime cuándo pueda ver… —susurró él, deseando que el instante se prolongara eternamente.
Pero lo que vino después no fue lo que esperaba.
Susana recogió todas sus prendas, tomó su pequeña bolsa y se dirigió a la salida. Antes de cruzar la puerta, se detuvo, miró al hombre semidesnudo en el sillón y, con voz clara y firme, dijo:
—Espero que le haya quedado claro cómo se juega rudo, engreído… idiota.
Y sin más, salió corriendo, cerrando la puerta de un portazo.
Emilio abrió los ojos de golpe al escuchar el sonido seco. Tardó un par de segundos en procesar lo que había pasado. Se incorporó sobresaltado.
—¡Susana Montero! ¡No me hagas esto! ¡Vuelve aquí! —gritó, sin respuesta.
Miró a su alrededor. No había nada. Ella se había llevado su ropa. Se froto el rostro incrédulo, y luego sonrió, rendido.
—Parlanchina traviesa… —murmuró, negando con la cabeza mientras se saboreaba los labios—. Pero cómo besas de rico.
La caleña salió corriendo del lugar como si la estuvieran persiguiendo, con la respiración agitada, el corazón latiéndole con fuerza y su intimidad húmeda, encendida por aquel beso robado que había terminado siendo una bomba de sensaciones.
Subió a un taxi apresurada y dio la dirección del hotel. Apoyó la frente contra el vidrio, mirando las luces de la ciudad pasar borrosas.
—¿Qué acabas de hacer, Susana Montero? —murmuraba, hablando consigo misma—. Encendiste una hoguera… Maldito engreído. ¡Besa como los dioses! Ahora sí estoy en serios problemas. Ese idiota me va a despedir, y adiós Italia, adiós proyecto, adiós sueños…
Angustia, ansiedad y temor se mezclaban dentro de ella como un cóctel explosivo. Pero lo único que sabía con certeza era que debía regresar al hotel lo antes posible, empacar sus cosas y encontrar la forma de volver a Milán. Luego vería qué hacer con su vida… y con su corazón que palpitaba como loco...
/CoolGuy/
/CoolGuy/
/CoolGuy/
/CoolGuy/
És más ni cita hago ahí mismo lo páro en seco y le digo hablémos de el negocio aquí mismo y ahora.
/CoolGuy//CoolGuy//CoolGuy//CoolGuy//CoolGuy/