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La Raíz De Mi Felicidad

La Raíz De Mi Felicidad

Status: En proceso
Genre:Comedia / Aventura de una noche / Madre soltera / Autosuperación / Reencuentro
Popularitas:2.1k
Nilai: 5
nombre de autor: Naerith Velisse

Briagni Oriacne es una mujer como mucha fuerza mental, llega a un momento de colapso donde su felicidad se ve vista en declive ¿Qué hará para alcanzar la felicidad ?

NovelToon tiene autorización de Naerith Velisse para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Mes 7 — El Hogar Es Como Un Abrazo

El mes siete trajo más que un vientre prominente y bebés cada vez más inquietos. Trajo una necesidad ardiente en Briagni: la de sentirse rodeada, cuidada, contenida… amada. Ya no le bastaba con las caricias solitarias o los silencios compartidos con el eco de su casa. Deseaba voces, pasos, platos compartidos, risas en la sala.

Por eso, sin decir demasiado, mandó un mensaje simple al chat familiar:

 “¿Les provoca venir este domingo a almorzar? Yo cocino. Bueno… intento.”

La respuesta fue inmediata. Primero Antonella con un “¡Sí, obvio! Llevo postre”. Luego Ariadna con emojis de corazones. Y Samuel Elías cerró con un “¡Allá estaremos, reina!”. Hasta Micaela respondió con un “Llevo jugo y cámara. Esa barriga merece más fotos.”

Y así, el domingo, su casa se llenó de pasos conocidos. Samuel Elías llegó con un costalito de papas y su humor inconfundible. Ariadna llevó arroz con pollo hecho desde la madrugada. Antonella apareció con un flan casero que olía a infancia, y Micaela entró con un beso en la frente y dos botellas de jugo natural.

—¡Pero miren esa barriga! —dijo Ariadna al verla—. Cada mes estás más bonita, hija.

—Está enorme —soltó Antonella, riendo—. Pareces a punto de estallar.

—Y eso que aún falta —agregó Micaela, dándole una mirada cómplice a Briagni.

Ella se dejó abrazar, acariciar, rodear. Ese día no cocinó nada, como todos esperaban. Se sentó y permitió que la atendieran, que le sirvieran, que le preguntaran una y otra vez si quería más agua, más arroz, más flan.

Y mientras hablaban de todo y de nada, mientras su padre contaba historias de cuando ella era bebé, mientras su madre tocaba su vientre con lágrimas silenciosas, mientras Antonella se acostaba en el suelo para ver si lograba distinguir un pie por dentro de la piel… ella cerró los ojos un instante y pensó: Esto… esto es hogar.

—¿Se mueven? —preguntó Ariadna de pronto, poniendo la mano—. ¡Ay! ¡Ahí fue!

—¡Lo sentí! —gritó Antonella—. ¡Mamá, se movió! ¡Se movió!

Y todos rieron.

Después, ya más tarde, mientras Samuel lavaba los platos y Ariadna ordenaba los postres, Micaela se sentó a su lado en el sofá. Miró la barriga y murmuró:

—Nunca te había visto tan luminosa. De verdad.

—Nunca me había sentido tan... viva —respondió Briagni, apoyando la cabeza en su hombro.

Al despedirse, Samuel se acercó, le tomó el rostro con ambas manos, y con los ojos algo brillantes le dijo:

—Sean niños o niñas, que sepan que están llegando a un mundo donde serán inmensamente amados.

Esa noche, cuando todos se fueron y el silencio volvió, Briagni se metió en su cama, tocó su vientre y pensó en los nombres. Eliander si era niño. Aineth o Brielle si era niña. No lo sabía aún, pero tampoco le urgía.

Porque algo dentro de ella ya se lo decía:

Sus bebés estaban llegando a un mundo donde serían abrazados… y eso era suficiente.

El mes siete también trajo más exigencias, más correos por contestar, más reuniones virtuales, más nominas esperando por ella. Porque aunque estaba embarazada, su vida profesional no se detenía.

Cada mañana, después de hacerse un té tibio y prepararse algo liviano, encendía el portátil, acomodaba los cojines en la espalda y se sentaba frente a su escritorio de madera clara. A un lado, una vela encendida. Al otro, una botellita con agua fría. Y al centro, su cuaderno de apuntes con una letra que empezaba a inclinarse cada vez más.

—Buenos días —decía al conectar su cámara—. ¿Todos listos para revisar los informes?

Mientras hablaba, los bebés daban pequeñas pataditas. A veces suaves, a veces como si intentaran opinar también. Ella solo sonreía, se tocaba el vientre disimuladamente y seguía. Ya era normal para sus compañeros de trabajo verla así: radiante, con esa dulzura natural, y siempre con una eficiencia imbatible.

Uno de los jefes le dijo un día:

—Briagni, no sé cómo lo haces, pero parece que el embarazo te da más energía.

—Me da amor —respondió ella—. Y este amor organiza mejor el tiempo.

Cuando se cansaba, se recostaba unos minutos en el sofá del estudio, se acariciaba el vientre y les hablaba bajito.

—Estamos trabajando, mis amores, pero ya casi viene la hora de la comida y el flan que trajo la tía Antonella.

Y asi seguía, se esforzaba por que era lo que ella amaba, y ellos ahora eran una raíz más fuerte que pronto germinaria.

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