Embarazado Del Padre De Mi Ex-novio

𝐸𝑚𝑖𝑙

El silencio fue lo peor.

Ni el vómito, ni las náuseas, ni las pesadillas, ni los insultos de Nicol o Karen. No.

Lo que más lo partía por dentro era ese instante en que Paul lo miraba, esperando una respuesta, y Emil solo podía quedarse ahí, temblando, con la garganta hecha piedra.

Se sentaron en una banca, lejos de la gente. Paul se quitó la chaqueta y se la puso a Emil encima sin decir nada. Ni una palabra. Solo lo miraba.

Esperando.

Respetando su tiempo.

Hasta que el nudo en el pecho se rompió.

— Paul... — dijo Emil, con la voz ahogada, como si hablara desde el fondo de un pozo. — 𝙉𝙤 𝙥𝙪𝙚𝙙𝙤 𝙢á𝙨...

Paul no respondió. Se quedó quieto, como si supiera que lo que venía era importante.

Emil tragó saliva. El labio le temblaba. La voz se le cortaba a cada intento.

— Estoy... — repitió, con un hilo de voz — 𝙚𝙨𝙩𝙤𝙮 𝙚𝙢𝙗𝙖𝙧𝙖𝙯𝙖𝙙𝙤

La palabra quedó flotando en el aire como una sentencia.

Era real. Lo había dicho.

Lo había dicho en voz alta.

Y 𝙙𝙤𝙡í𝙖

— Me embarazaron, Paul. — Una risa amarga le brotó del pecho, pero se apagó rápido. — Ni siquiera sé quién fue. No sé su cara. No sé su nombre. No sé nada. Solo... que estaba borracho, solo... y ahora tengo algo creciendo dentro de mí. Algo que no pedí. Algo que me da miedo.

Se cubrió la cara con las manos. Lloraba. Pero no era un llanto silencioso ni bonito.

Era un llanto feo, desesperado, rabioso. De esos que nacen del estómago, de la injusticia, del asco por la propia existencia.

— ¿Por qué a mí...? — sollozó. — ¿Por qué todo me tiene que pasar a mí? ¿Qué carajo hice para merecer esto?

Paul seguía en shock. Lo miraba con los ojos muy abiertos, sin moverse.

— Tengo diecinueve, Paul. Diecinueve. Y ya estoy arruinado. No tengo futuro. No tengo estabilidad. No tengo una mierda. ¡Y encima ahora tengo que cargar con esto solo!

¡Ni siquiera puedo decirlo en casa porque seguro me matan o me internan en algún puto manicomio!

Golpeó la banca con el puño.

— Estoy cansado. Cansado de aguantar. Cansado de fingir que estoy bien. Cansado de tener que justificar mi existencia. Ya no quiero. Ya no quiero nada.

Paul por fin reaccionó. Se acercó y lo abrazó fuerte. No dijo nada al principio. Solo lo sostuvo, mientras Emil se deshacía en llanto en su pecho.

— Idiota... — murmuró Paul. — Eres un completo idiota. ¿Cómo pensaste que ibas a pasar por esto solo?

Emil no respondió. Solo lloraba más fuerte.

— Estoy contigo, Emil. Hasta el final. Aunque me saque canas verdes, aunque no sepa cómo manejar esto... estoy contigo. Vamos a salir de esta, ¿sí? Vamos a salir de esta, idiota.

Emil se aferró más fuerte a él. Por primera vez desde todo esto comenzó, sintió un pequeño, ínfimo alivio.

No lo había dicho solo para él. Alguien más lo sabía. Alguien que no lo juzgaba. Alguien que lo quería.

Permanecieron así, abrazados, respirando despacio. Paul le acariciaba la espalda, y Emil se permitió cerrar los ojos. Aunque fuera solo por un minuto, aunque el caos siguiera, había paz ahí.

Un poquito.

Pero la calma no podía durar.

Paul se separó un poco, le limpió una lágrima con el pulgar y lo miró fijo.

— Emil… tenemos que encontrar 𝙖𝙡 𝙖𝙡𝙛𝙖. Ya.