Gabriela Estévez lo perdió todo a los diecinueve años: el apoyo de su familia, su juventud y hasta su libertad… todo por un matrimonio forzado con Sebastián Valtieri, el heredero de una de las familias más poderosas del país.
Seis años después, ese amor impuesto se convirtió en divorcio, rencor y cicatrices. Hoy, Gabriela ha levantado con sus propias manos AUREA Tech, una empresa que protege a miles de mujeres vulnerables, y jura que nadie volverá a arrebatarle lo que ha construido.
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Límites y heridas
GABRIELA
No podía creer que hubiera llegado a eso.
—¡¿Se puede saber qué demonios estás haciendo?! —bramó Sebastián de pronto. Su voz llenó la habitación de Axel como un trueno.
Me quedé helada, con la palma aún ardiendo por la cachetada. Valentina, con los ojos llorosos, se apartó, refugiándose contra la pared. La mirada que me lanzó Sebastián me atravesó como un cuchillo.
—¿Qué clase de madre le pega así a su hija? —espetó con rabia.
—¡No me hables como si yo fuera un monstruo!—repliqué, con la voz temblando de rabia y culpa—. Me contestó de forma grosera y tiene que aprender a respetar. ¡Es mi hija, Sebastián!
Él se adelantó, con los puños cerrados.
—¡No, Gabi! ¡No es solo tu hija, es nuestra hija! Y no tienes derecho a tratarla así, ¿me entiendes? ¡Tina no es tu saco de boxeo!
La furia me nubló los ojos.
—Tampoco exageres Sebastián. Hablas como si yo maltratara a esa niña, cuando por estar consintiéndola tanto es que está así ¡No me vengas con sermones de padre perfecto! ¡Porque si algo le falta a Valentina es precisamente un padre presente!
—¡Yo estoy presente! —rugió él.
—¡¿En serio?! —solté una risa amarga—. Estás presente para las fotos, para las cenas de sociedad, para los viajes con tu novia de veinteañera. Pero cuando Valentina está enferma, cuando la suspenden, cuando llora en las madrugadas, ¿quién crees que está? ¡Yo!
Él dio un paso más, con los ojos encendidos.
—¡¿Y eso justifica que la golpees?!
—¡Es mi deber enseñarle límites, Sebastián! —mis lágrimas empezaron a correr—. ¡Prefiero mil veces que me odie a que termine perdida, buscando afecto en tipos como Axel porque a su papá se le olvidó que tiene una hija!
El golpe fue brutal. Vi cómo se le desfiguraba la cara.
—¿Y tú crees que lo estás haciendo mejor? —me gritó, con la voz rota—. ¡Convirtiéndote en tu padre!
El aire se me fue de los pulmones.
—No… —susurré, negando con la cabeza—. No te atrevas, Sebastián.
Pero él no se detuvo.
—¡Sí, Gabi! ¡Porque tu viejo también pensaba que a punta de golpes y gritos iba a enderezar lo que no le gustaba! ¿Y ahora qué? ¿Quieres repetir la historia con Valentina?
—¡Ya basta! —interrumpió Axel, colocándose delante de Valentina como si quisiera protegerla. Nos miraba con el ceño fruncido, desafiante—. ¿No se dan cuenta de lo que están haciendo? ¡Se están destrozando entre ustedes y la están destrozando a ella también!
—Axel, no te metas —gruñó Sebastián, fuera de sí.
—¡Claro que me voy a meter! —replicó el chico, cruzándose de brazos—. Porque estan en mi casa y mientras ustedes juegan a ver quién grita más fuerte, ¿saben quién es la que queda hecha pedazos? ¡Valentina!
La rabia en sus palabras me atravesó. Miré a mi hija: estaba encogida contra la pared, con lágrimas corriendo por sus mejillas, usando aquella camisa enorme de Axel y viéndose más frágil que nunca.
El mundo se me vino abajo. Pero la rabia me cegó.
—¡Sebastian, tampoco eres nadie para hablar de eso! —grité, las lágrimas cayendo—. Porque la primera vez que me miré al espejo con miedo fue por tu culpa. ¡Porque también me agarraste como un salvaje!
El silencio cayó de golpe. Sebastián abrió la boca, pero no dijo nada. Valentina, petrificada, nos miraba con los ojos enormes, como si estuviera viendo cómo su mundo se partía en dos
El silencio fue absoluto. Valentina abrió los ojos de par en par, petrificada. Axel me miró confundido, como si no terminara de entender.
Y yo supe en ese instante que habíamos cruzado la línea más peligrosa: ahora nuestra hija lo había escuchado todo. Estábamos desgarrando a nuestra hija con nuestras cicatrices viejas.
El silencio era tan pesado que podía escuchar el temblor de mi propia respiración. Sebastián me miraba como si acabara de escupirle la verdad más dolorosa. Y lo peor es que lo había hecho.
—¿De qué está hablando mamá? —preguntó con voz entrecortada, apartándose de los brazos de Axel.
Sebastián intentó acercarse, pero ella retrocedió, aterrada
—. ¿Qué quiso decir con eso?
—Tina, no es lo que piensas… —balbuceó él, extendiendo la mano.
—¡Entonces qué es, papá! —sollozó ella, con la cara empapada de lágrimas—. ¡¿Es cierto lo que dijo mamá?!
Mi corazón se partió en mil pedazos al verla. Me acerqué, intentando calmarla.
—Amor, escúchame, yo no quise que supieras esto así…
—¡No! —gritó Valentina, apartándome también—. ¿Qué fue lo que hiciste? ¿Qué pasó entre ustedes?
Sebastián trató de responder, pero su voz se quebró.
—Tina… fue hace muchos años, fue un accidente, yo era un idiota, cometí un error y me he pasado la vida arrepintiéndome…
Ella lo miraba con horror, como si no reconociera al hombre que siempre la había protegido.
—¿Le levantaste la mano a mamá? —dijo, casi en un susurro.
El silencio fue la respuesta más cruel.
Yo tragué saliva, con el alma destrozada.
—No fue como lo estás imaginando, Valentina… Fue un accidente, algo que él siempre lamentó.
—¡No me mientan! —gritó de nuevo, rompiéndose frente a nosotros—. ¡Me están ocultando cosas! ¡siempre lo hacen !
Sebastián dio un paso hacia ella, suplicante.
—Hija, por favor, no me mires así… yo nunca te haría daño a ti, jamás…
Pero ella se apartó más, buscando espacio para respirar, temblando de pies a cabeza.
—Ya no sé en quién confiar —dijo, y esas palabras me atravesaron como una daga.
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(No creen que merezco un especial saludo de la autora?)