Dicen que la historia la escriben los vencedores.
Que los héroes son solo villanos que supieron contar mejor su versión.
Yo no crecí con cuentos de hadas.
Crecí con sus sombras.
Mi nombre es Hope Michelson.
Soy la hija de una loba alfa y del híbrido más temido del mundo.
Llevo en la sangre la magia de los brujos, la furia de los licántropos y la sed eterna de los vampiros.
Mi linaje está marcado por la tragedia, la traición… y el poder.
Durante siglos, mi familia fue temida por todos.
Hasta que fueron malditos, encerrados en un sueño del que solo yo puedo liberarlos.
Pero para hacerlo, debo encontrar al Doppelgänger.
Y tomar su sangre.
Esta es mi historia.
La historia de una heredera sin reino,
de una hija sin padre,
de una bestia con corazón humano.
Mi historia… y la de un linaje maldito.
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capítulo 17
POV JAY
El aire en la mansión se volvía más espeso conforme el eclipse se acercaba. Las sombras parecían alargarse más de la cuenta y el silencio, por momentos, parecía una advertencia. Había vivido muchas lunas llenas, eclipses solares, rituales sangrientos y noches donde el aullido de mi manada era lo único que rompía la calma… pero jamás había sentido algo como esto.
La magia se palpaba en las paredes. Dormida. Contenida. Como una bestia ancestral que estaba a punto de despertar.
Caminé por el pasillo principal de la mansión, los recuerdos colgaban como cuadros invisibles en cada rincón. Hope había vivido aquí una vida antes del dolor. Una vida antes de la traición. Y ahora, después de siglos de preparación, estaba a punto de recuperar todo lo que le fue arrebatado.
Me detuve frente a la biblioteca secreta. Solo se abría con una orden de Hope. Y justo cuando iba a tocar la puerta, se abrió sola. Ella me esperaba del otro lado, con una expresión cansada pero decidida.
— Pasa —dijo sin mirarme.
Lo hice. Cerré la puerta tras de mí.
El lugar estaba repleto de símbolos, mapas astrológicos, frascos con ingredientes oscuros, dagas de hueso, pergaminos viejos y una esfera de obsidiana flotando sobre una mesa circular tallada con runas antiguas. En el centro, el calendario lunar marcaba la fecha exacta. Faltaban cuarenta y ocho horas.
— Todo está listo —dijo ella, finalmente mirándome—. Pero necesito que confirmes la seguridad del perímetro. Las brujas nos encontrarán tarde o temprano.
— No hace falta que lo digas —respondí, cruzando los brazos—. Tengo a diez de los nuestros patrullando día y noche. Las criaturas oscuras no entrarán, pero... lo que me preocupa no está afuera.
Ella arqueó una ceja.
— ¿Stefan?
Asentí con lentitud.
— Aún respira bajo este techo. Aún tiene acceso a tu círculo. Aún no lo ejecutaste.
Hope apretó los labios y giró para mirar el mapa estelar.
— Lo necesito. No puedo matarlo todavía. Es el Doppelgänger.
— ¡Y también es el traidor! —bufé—. Admitió estar infiltrado. Y no sabemos qué más puede estar ocultando. Si lo dejas vivir...
— Sin él, el hechizo no funcionará —me interrumpió—. Y tú lo sabes.
Suspiré, frustrado. No había mucho que pudiera decir. Lo odiaba, pero también entendía el valor de lo que era. Hope siempre fue la estratega. Yo era el guerrero.
Me acerqué a la mesa y observé la lista tallada en piedra, los requisitos para romper la maldición:
Un lugar marcado por la magia.
— La mansión estaba ubicada en un cruce de líneas de energía ancestral. Fue construida con ese fin. Durante generaciones, su estructura había acumulado poder, esperando este momento.
El Doppelgänger.
— Stefan. El fragmento perfecto de un alma partida. El espejo que unía el mundo viejo con el nuevo. Y ahora, prisionero en su propia mentira.
La sangre de la bruja que creó el hechizo de encierro.
— Hope la había obtenido hace más de cincuenta años, cuando localizó la tumba de Agnes. Una gota bastaba. Y ella la había mantenido sellada en una daga encantada.
La sangre de los traidores.
— Esto era lo más delicado. Los que habían entregado a los Originales… la traición estaba en su linaje. Hope había rastreado durante décadas a los descendientes de aquellos humanos y brujas que participaron en el encierro de su familia. Algunos estaban muertos. Otros… estaban por morir.
Y por último, el eclipse lunar.
— Que sucedería en dos noches. Durante apenas siete minutos y treinta y seis segundos, el velo entre los mundos se levantaría. Si el hechizo no se completaba entonces, habría que esperar otros tres siglos.
— ¿Y si no lo logramos, Hope? —pregunté en voz baja, rompiendo el silencio—. ¿Si otra vez nos lo arrebatan?
Ella no respondió enseguida. Caminó lentamente hasta el vitral que daba al jardín encantado. Las flores seguían creciendo allí a pesar de estar marchitas. El poder de su madre aún vivía en esos campos.
— Si no lo logro... —dijo finalmente— destruiré todo. Lo juro por mi sangre.
Sus palabras me helaron. Pero no las dudaba.
— ¿Y si ellos despiertan… y no son como los recuerdas?
Eso sí la hizo detenerse. Cerró los ojos, respiró hondo. Cuando volvió a hablar, su voz estaba teñida de tristeza.
— Entonces será mi castigo. Pero deben tener esa oportunidad.
Me acerqué y apoyé una mano en su hombro.
— No estás sola. Nunca lo estuviste.
Hope giró hacia mí y por un segundo, solo un segundo, la vi como aquella niña que lloró cuando sus padres fueron encerrados. Luego, volvió a ser la emperatriz del linaje caído.
— Jay… necesito que cuides el sótano. Que nadie se acerque al brujo. Y cuando llegue la hora, tú y tu manada deben estar listos para el sacrificio de sangre.
— ¿Sabes lo que estás pidiendo?
— Lo sé. Y sé que me seguirás, como siempre lo hiciste.
Asentí. No había más que decir. Salí de la biblioteca sabiendo que los próximos dos días definirían el destino de todo lo que conocíamos.
Y aunque el cielo aún no se teñía de rojo, el aire… ya olía a guerra.