Cristóbal Devereaux, un billonario arrogante. Qué está a punto de casarse.
Imagínatelo. De porte impecable, a sus 35 años, está acostumbrado a tener el control de cualquier situación. Rodeado de lujos en cada aspecto de su vida.
Pero los acontecimientos que está a punto de vivir, lo harán dar un giro de 180 grados en su vida. Volviéndose un hombre más arrogante, solitario de corazón frío. Olvidándose de su vida social, durante varios años.
Pero la vida le tiene preparado varios acontecimientos, donde tendrá que aprender a distinguir el verdadero amor. Y darse la oportunidad de amar libremente.
Acompañame en está nueva obra esperando sea de su agrado.
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Leonora más que molesta.
No sabía cómo decírtelo. --
respondió Patricia con voz suave. -- Tenía miedo. --
--Tú nunca tuviste miedo, Ana Patricia. Simplemente. Elegiste desaparecer. --
Ella lo observó en silencio. Había una pizca de dolor en sus ojos, pero también una culpa genuina.
-- No estaba lista, para hacer tu esposa. Cómo tú querías, como tu mundo lo exigía. --
-- ¿Y ahora sí lo estás? --
-- No lo sé. --
Cristóbal observó durante algunos segundos. Ella había cambiado. Tal vez había madurado. Pero seguía teniendo ese aire de mujer que podía hacer temblar imperios con tan solo una sonrisa.
-- Entonces, ¿Por qué has venido?. --
Pregunta Cristóbal con dureza.
-- Porque me enteré de que te habías casado. Quería saber si era cierto. --
-- ¿Eso te molesta? --
-- Me sorprendió. Y me dolió... más de lo que pensé que dolería. --
Cristóbal se cruzó de brazos.
-- No tienes derecho a sentir, nada. Tú hiciste tu elección. --
-- Y tú hiciste la tuya. La amas. --
Cristóbal no respondió la pregunta de Ana Patricia.
-- No viniste a saber si soy feliz. Viniste porque pensaste que aún podrías remover algo dentro de mí. --
Ana Patricia lo quedó viendo seria a los ojos sin hacer ningún movimiento sostuvo su mirada con la de Cristóbal respondiéndole.
--Tal vez. Quería ver si eras el mismo. Si aún quedaba algo del hombre que amo tanto que estaba dispuesto a compartir su imperio conmigo. --
--Ese hombre murió el día que no apareciste en la iglesia. --
Dijo Cristóbal.
-- Y este nuevo Cristóbal... ¿Es feliz? --
Cristóbal guarda silencio. No tenía una respuesta. Lucía estaba en su vida. Lo enfrentaba, lo desafiaba, lo desconcertaba. Pero... ¿Feliz? Era una palabra que aún no podía tocar sin miedo.
-- Nunca es tarde, para perdonar Cris. --
Ella le dijo, como solo ella a. Sido la única mujer que podía llamarlo.
-- Yo no te odio, Ana Patricia. Eso sería demasiado fácil. Te supere. Pero no te olvide. --
Ana Patricia, solo asintió con tristeza en el rostros, tomó su bolso, se acercó a Cristóbal. Por un segundo, el pasado se coló entre ellos, como una ráfaga de aire viejo. Pero Cristóbal no se movió.
-- Que seas feliz, Cris. Aun que no sea conmigo. --
Dijo ella volviendo a repetir el apodo que solo ella solía decirle cuando estaban juntos. Y que nadie más se atrevía a decirle. La vio salir. Sin drama. Sin llanto. Como si su historia hubiera sido solo una estación más en el tren de la vida de Cristóbal. El se quedó ahí. Mirando la ciudad. Sintiendo que algo dentro de él, se había removido como una pieza vieja de ajedrez que acababa de romperse... O liberarse. En ese momento pensó en Lucía. En su terquedad. En su mirada desafiante. En cómo cada día lo hacía odiarla, pero al mismo tiempo la admiraba. Porque era la única que con una sonrisa en sus labios lo desafiaba.
Quizás no era amor. Pero por primera vez... Sintió que con ella, el futuro era incierto. La tarde se filtraba con elegancia por los ventanales de la mansión de Leonora. Y la sala principal, leonora. Devereaux estaba sentada, como de costumbre con una taza de té de porcelana inglesa perfectamente equilibrada entre sus dedos enguantados. Cada gesto de la mujer daba sofisticación y control, como si el mundo entero debería moverse según sus reglas.
Su expresión era tranquila. Lo había estado observando en silencio el cambio de su hijo desde hacía meses atrás. Cristóbal estaba más sombrío, más irascible... Y, paradójicamente, más humano desde la llegada de Lucía a su vida. No podía negar que algo en la mirada de su hijo se había ablandado con ella. Una grieta en su corazón. O tal vez una ventana abierta donde solo había muros. Fue en medio de ese silencio que Henry el asistente de Cristóbal apareció siempre discreto, siempre tan puntual.
-- ¿Señora Devereaux?
Con voz baja pero firme. Leonora levantó la vista.
-- ¿Si, Henry? --
Henry bacilo, algo poco común en él.
-- ha vuelto. Ana Patricia Marceau, está de vuelta en la ciudad, se presentó en la torre Devereaux, esta tarde. Pidió ver a Cristóbal. --
El silencio que siguió fue glacial. Leonora posó su taza con una lentitud casi ceremoniosa sobre el platillo. Luego levantó la mirada con la elegancia de una emperatriz.
-- ¿Qué dijiste? --
Ana Patricia Marceau. Cristóbal la recibió la hablaron por más de una hora. --
Leonora se irguió. No gritó, no mostro ninguna reacción visible, pero esos ojos apareció ese brillo acerado que tantos. El mismo que había usado para destruir fortunas, intimidar diplomáticos y moldear imperios.
-- ¿Y qué demonios quiere esa mujer ahora? --
Preguntó con cada palabra afilada como una daga.
-- Dice que vino a hablar. a cerrar ciclos. No solicitó nada más... por ahora. --
Leonora se levantó. Su vestido de seda azul marino cayó con gracia sobre sus piernas. Camino hacia la ventana, mirando hacia sus rosales que cada vez que los miraba le recordaban lo delicada que puede ser una rosa. Pero dentro de ella la tormenta era eminente.
-- Esa víbora... tiene la audacia de volver después de humillarlo públicamente. Después de casi destruir su futuro que construyó con tanto esfuerzo. --
Henry sabía que debía ser cauteloso. Llevaba más de dos décadas al servicio de los Devereaux. Pero algo sí tenía muy en claro Leonora no perdonaba traiciones... ni debilidades.
-- No debe preocuparse Cristóbal no dio señales de alteración frío y cortante. --
-- ¡¡Claro que debió hacerlo!!, porque ya no es el mismo. Porque esa mujer mató su alma el día que lo dejó frente a todos como un bufón. --
Leonora se giró con brusquedad, los ojos húmedos, pero duros.
-- ¿Sabes lo que fue, para mí sostenerle la cara a la prensa, y eso que no fui invitada a la boda, a los inversores, a los aristócratas europeos que estuvieron en la boda y me los encontré en un viaje a Suiza la boda del único heredero de. Los Devereaux? ¡Fue una humillación sin precedentes!, ¡mi hijo, solo en el altar, Mientras ella huía como toda una cobarde de su clase! --
Henry permaneció en silencio. Leonora no sólo hablaba desde su orgullo, sino desde su herida que jamás había cerrado. No ere solo el frente a la familia. Era ver a su hijo. El único ser que había amado con fiereza verdadera verlo destrozado, aunque Cristóbal aparentaba estar bien, ella sabía que no era así. Porque detrás de ese hombre duró, arrogante y prepotente se escondía un hombre débil como cualquier otro.
--¿Crees que se puede regresar como si nada hubiera pasado? ¿Después de desaparecer por más de 5 años sin dar ni una sola explicación, sí ni siquiera escribir una miserable carta, una simple llamada? --