Un Villano Para La Protagonista

Arlette volvió a la realidad de manera abrupta, como si un velo se hubiera levantado de sus pensamientos. La habitación estaba iluminada por el cálido resplandor de la chimenea, las llamas danzaban suavemente, proyectando sombras que parecen cobrar vida en las paredes. Se levantó rápidamente. Everest, sentado en el suelo, observó cada uno de sus gestos con una devoción pura. Era como si, en ese momento, todo lo que existía fuera ella y la intensidad de su presencia.

— perdóname. Creo que invado tu privacidad —musitó Arlette, su voz apenas un susurro, como si temiera romper la burbuja que se había formado entre ellos.

Everest, con una mirada profunda que parecía atravesar la piel y llegar hasta el alma, tomó su mano. Su toque era firme, pero no opresivo, una conexión que parecía decir más que mil palabras. En su mirada había una mezcla de admiración y un tipo de anhelo que Arlette no pudo ignorar. Sin embargo, él la soltó, como si el simple acto de tocarla fuera un riesgo demasiado grande.

— no me importa —respondió él, su voz grave resonando en el aire, lleno de una sinceridad que la sorprendió.

Arlette, sintiendo el calor de su rostro elevarse, desvió la mirada y, incapaz de soportar la intensidad de su presencia, salió apresuradamente de la habitación.

Everest se quedó allí, conteniendo un impulso poderoso de abrazarla, de envolverla en un abrazo que prometía seguridad y comprensión. El aroma que dejaba a su paso era caótico y dulce, una mezcla de flores y algo indefinible que siempre lo dejaba con ganas de más.

“Es muy pronto”, pensó él.

Recordando la brecha que aún existía entre ellos. Pero que muy pronto él los unirá.

_________

Al día siguiente, la tía Leticia se enteró de que las hermanas habían sido invitadas a un baile, un evento que prometía ser el centro de atención de la alta sociedad. La emoción era eufórica por Leticia.

Alejandra, siempre práctica, respondió con un tono serio que no podría asistir debido a un compromiso previo. Pero Arlette, sintiendo rechazo por ir a la fiesta, le ofreció a Leticia a ir en su lugar, sugiriendo que habría muchos pretendientes esperando conocerla.

— por supuesto que iré.—dijo Leticia, sin dudarlo, entusiasmada por la idea de que Arlette le diera una oportunidad grande.

Luego de su decisión, Arlette se levantó de la mesa del comedor y se retiró hacia el jardín, buscando un poco de aire fresco y espacio para pensar. Alejandra, preocupada por su hermana, la siguió, alcanzándola justo cuando se detenía entre las flores.

— ¿Qué tienes? Te veo callada —preguntó Alejandra, el tono de su voz reflejando la preocupación genuina por su hermana.

— no es nada —respondió Arlette, aunque sabía que era una mentira.

Su mente estaba ocupada con pensamientos que la hacían sentir extraña.

— ¿Es por Everest? —inquirió Alejandra, su mirada atenta, como si intentara leer los pensamientos de Arlette.

— en parte —admitió Arlette, sintiendo que la confesión era liberadora. — me siento muy diferente cuando estoy con él. Es extraño, pero no me desagrada, al contrario, quiero estar con él.

— es muy pronto para que te enamores de él —dijo Alejandra con una mezcla de advertencia y cariño.

— no te preocupes. No creo que sea eso. Solo quiero ver cómo se desarrolla. Déjame tomarme mi tiempo con él y ya te diré qué es.

En ese momento, Everest apareció detrás de ellas, su figura alta y serena contrastando con la belleza del jardín.

— ¿Empezaremos nuestra lección? —preguntó, su voz suave como un susurro que hacía que Arlette se sonrojara de inmediato.

— Sí, iré tan pronto termine con Alejandra —respondió ella, sintiendo un ligero cosquilleo en el estómago.

Everest asintió, su expresión tranquila, mientras que Arlette oculta una tormenta de emociones, y él se alejó con la misma gracia con la que había llegado. Arlette volvió a mirar a su hermana.

— él no necesita lecciones. Él no es ningún retrasado —dijo Arlette. — ayer me contó una parte de su vida y su manera de hablar fue diferente. Quiero saber quién es en realidad.

— cuando eso pase, me dices quién es. Yo también siento curiosidad. Me iré pronto, para regresar rápido —prometió Alejandra, dándole una sonrisa alentadora.

— está bien —respondió Arlette, sintiéndose más segura de su decisión.

Cuando finalmente Arlette fue tras de Everest para la lección de aquel día, entró en la habitación donde él la esperaba. Era un momento sencillo, pero la manera en que él la miraba, casi como un niño inocente, hizo que su corazón diera un vuelco. Una sonrisa superficial cruzó el rostro de Everest, lo cual provocó que Arlette también sonriera, sintiéndose cómoda en su presencia.

__________

Más tarde, en la noche, el palacio estaba vestido de gala. La fiesta, un evento organizado por el príncipe Murphy, prometía ser un espectáculo lleno de nobles y suspiro de elegancia. Sin embargo, no era solo una reunión social; el príncipe tenía un interés particular en dos mujeres. Quería observar cuál de las hermanas se mostraba más decidida por su atención, y, en un rincón más íntimo de su mente, anhelaba que Arlette llegara para agradecerle por el collar que le había regalado y así ganar una apuesta de mucho dinero.

La espera se hacía larga y, aunque la música sonaba como un murmullo lejano, el príncipe se sentía inquieto. Finalmente, la tía Leticia llegó, luciendo su mejor glamour, con un vestido que desbordaba alegría. Cuando el príncipe la vio, una expresión de asco se dibujó en su rostro, aunque se esforzó por mantener una fachada educada y se acercó a Leticia. Le pregunto por las hermanas.

— Alejandra está en una reunión. Y Arlette no quiso venir —informó Leticia, sin percatarse del desdén en los ojos del príncipe.

El príncipe, rodeado de sus amigos, se rieron detrás de él. Por dentro, estaba hirviendo de rabia. Las expectativas que había colocado en la llegada de las hermanas se desvanecían, y en su lugar, la decepción e ira se asentaba en su pecho. El juego de poder y seducción que había imaginado se desmoronaba ante sus ojos y, mientras ellos sonreía de manera hipócrita, la frustración del príncipe crecía en su interior. La velada se tornaba cada vez más pesada, un recordatorio de que a veces lo que se desea no siempre se obtiene.