Lo Que Arde Entre Nosotros

-Capítulo 17-

La fiebre había bajado, y aunque el cuerpo de Abril aún se sentía débil, la calidez de la cabaña, el aroma a café recién hecho y la voz firme pero cariñosa de Yazmín la hacían sentirse a salvo. Estaba recostada sobre una manta tejida, con una taza entre las manos, mientras su amiga hojeaba una revista vieja sentada en el borde del sofá.

—Ya casi pareces humana otra vez —dijo Yazmín con una sonrisita.

Abril soltó una risa suave, apagada.

—No me siento así, pero gracias por no dejarme morir.

—Por favor… vos no sos tan fácil de quebrar —respondió su amiga, mirándola con una mezcla de orgullo y ternura.

Pasaron unos segundos en silencio, hasta que Abril dejó la taza sobre la mesa y suspiró.

—Yaz… estoy cansada. Me siento sobrepasada. Todo está bien y al mismo tiempo, todo se siente como si pudiera romperse en cualquier momento, la relación con Elías ha mejorado… hemos tenido momentos bonitos, hasta divertidos. Pero luego está la carta… el miedo, el estrés. Es como si algo me empujara siempre al borde.

Yazmín cerró la revista y la miró con atención.

—No me sorprende que te desmoronaras así, encima tenes una relación secreta con tu padrastro, alguien te está extorsionando, tu mamá está saliendo de un estado delicado… y encima estás con un embarazo que no querés ver.

—No estoy embarazada —dijo Abril, bajando la mirada, aunque su voz sonó más como un intento de convencerse a sí misma.

—Si vos lo decís…

El celular de Abril volvió a sonar, ella lo tomó con cierta duda al ver el nombre en la pantalla: Elías.

—¿Atendés? —preguntó Yazmín, sin juicio.

—Sí…

Con manos temblorosas, deslizó el dedo sobre la pantalla.

—¿Hola? —dijo, la voz más frágil de lo que esperaba.

—Abril… —Elías del otro lado, su voz ronca y contenida— ¿Estás mejor?

—Sí… Yazmín me cuidó, fue solo un pocode fiebre.

—Me asusté —admitió él tras una pausa, no era una frase común en su vocabulario.

Abril cerró los ojos un segundo.

—No sabía que te importaba tanto —murmuró.

—Me importás más de lo que debería, Abril, y lo sabés… Lo nuestro… Lo que somos… Me sobrepasa a veces, me enojo, soy torpe, digo cosas que no siento. Pero cada vez que estás lejos, todo se me cae, y cuando te veo mal, me muero de miedo.

El silencio se estiró, cálido, Abril sintió un nudo en la garganta. Las palabras de Elías eran tan simples como sinceras.

—No me digas esas cosas si no van a ser a la cara… —susurró, la voz quebrada.

—Estoy afuera… Si querés… puedo llevarte a casa.

Ella se levantó lentamente, cruzó una mirada rápida con Yazmín, quien asintió con una media sonrisa, y luego tomó su abrigo.

—Estoy saliendo —le dijo a Elías.

—Te espero.

Colgó y, al salir, vio la camioneta encendida bajo la luz tenue de la luna. Elías bajó para abrirle la puerta, sin decir nada al principio. Abril lo miró unos segundos… luego subió.

Y mientras el motor arrancaba, ambos sabían que, pese a los silencios, pese al miedo, el fuego seguía ardiendo entre ellos.