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JUEGO DE BRUJAS

JUEGO DE BRUJAS

Status: Terminada
Genre:Brujas / Magia / Mundo de fantasía / Fantasía épica / Completas
Popularitas:4.1k
Nilai: 5
nombre de autor: lili saon

Cathanna creció creyendo que su destino residía únicamente en convertirse en la esposa perfecta y una madre ejemplar para los hijos que tendría con aquel hombre dispuesto a pagar una gran fortuna de oro por ella. Y, sobre todo, jamás ser como las brujas: mujeres rebeldes, descaradas e indomables, que gozaban desatarse en la impudencia dentro de una sociedad atrancada en sus pensamientos machistas, cuya única ambición era poder controlarlas y, así evitar la imperfección entre su gente.
Pero todo eso cambió cuando esas mujeres marginadas por la sociedad aparecieron delante de ella: brujas que la reclamaron como una de las suyas. Porque Cathanna D'Allessandre no era solo la hija de un importante miembro del consejo del emperador de Valtheria, también era la clave para un retorno que el imperio siempre creyó una simple leyenda.

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CAPÍTULO DIECISÉIS

056 del Mes de Maerythys, Diosa del Agua

Día del Último Aliento, Ciclo III

Año del Fénix Dorado 113 del Imperio deValtheria

Las puertas se abrieron, revelando a varias mujeres y hombres de túnicas blancas, quienes traían bandejas con pócimas pequeñas que comenzaron a repartir entre los reclutas. Aquella pócima no estaba ni cerca de quitar el dolor de las heridas, pero sí evitaba la muerte. Cathanna la pasó rápido, conteniendo el vómito.

—¿Solo murieron cincuenta personas? Eso es mucho menos que el año pasado —dijo Janessa, con una expresión de aburrimiento, acomodándose en su lugar.

—¿Cincuenta personas te parece poco? —preguntó Cathanna, encogiéndose mientras abrazaba sus piernas.

Su mirada estaba evitando el frente, donde había diez miembros de ese círculo rojo, observando a los reclutas, cada uno con un pergamino enrollado en las manos. Uno de ellos estaba leyendo en voz alta, mientras los demás aguardaban su turno para revelar lo que sabían.

—Considerando cómo es Rivernum, lo es —respondió, encogiéndose de hombros, sin apartar la vista del frente—. De todas formas, muchos más van a morir aquí, gracias a estas manos. —Agitó sus manos en el aire, sonriendo, aunque parecía más una mueca de dolor—. Mi padre dice que solo los más fuertes sobreviven... y estoy más que dispuesta a demostrar cuán fuerte soy.

—¿Eres una sádica enferma mental, Janessa? —cuestionó, mirándola de reojo.

—No creo que ese sea el nombre correcto para llamarme. —Soltó una risa baja—. Mis padres me educaron para ser una mujer muy fuerte. No para estar llorando por cosas sin sentido. Ya pasé lo más fuerte de Rivernum. Tengo que demostrarles a que puedo hacerlo.

Cathanna la miró un segundo más de lo normal, antes de obligarse a llegar la vista al frente. No podía negar que era una mujer hermosa —demasiado, quizás—, pero su personalidad le resultaba tan aterradora como fascinante. Había algo en ella que encendía el miedo y la curiosidad al mismo tiempo... y eso la inquietaba mucho.

—Recuerden que, si sobreviven los próximos seis meses, serán aceptados como cadetes de Rivernum —dijo otro miembro del círculo rojo, con la vista fija en el pergamino—. Pero por ahora, no son más que la escoria. Los inútiles que limpiarán los baños llenos de mierda. No serán tratados como iguales, porque no pertenecen a Rivernum todavía. Buena suerte a todos ustedes. Que los dioses cuiden sus almas —remató, dando un paso atrás.

Así siguieron los otros miembros, soltando información que le erizaba la piel a cualquiera que no conociera ese mundo. Cathanna tragó saliva, sintiendo a la incomodidad envolverla por completo. Se acomodó mejor contra la pared donde estaba recostada, intentando que el frío de la piedra le calmara el temblor del cuerpo.

El último miembro del círculo dio un paso adelante, enmudeciendo el lugar nuevamente. Luego aclaró la garganta y se retiró la capucha, dejando ver su rostro: era una mujer de facciones sensuales, con una piel tan blanca como el mármol, y ese contraste resaltaba sus labios rojos y sus ojos naranjas. Tenía la mandíbula tensa, como si alguien la hubiera obligado a estar ahí. Abrió el pergamino y comenzó a leer, repartiendo el control de las tres fortalezas: Estrategia quedó bajo el mando de ella, cuyo nombre era Edil, Furia pasó a manos de un hombre llamado Taneh, y Ónix cayó en manos de Cariotya.

Las fortalezas se dividieron en grupos. Janessa y Cathanna terminaron en el mismo, así que se acercaron juntas a donde estaban los demás reclutas. Edil llegó unos minutos después con la mandíbula igual de tensa.

—Ustedes síganme —ordenó Edil, llevando las manos detrás de la espalda—. No quiero distracciones, mucho menos quiero que alguien se quede atrás. Solo me harían perder tiempo. Vamos.

Los estrategas se lanzaron miradas rápidas entre ellos antes de comenzar a seguir a Edil por uno de los pasillos por el que tiempo atrás habían salido varios de la prueba. Tras una larga caminata, dejaron atrás el encierro para encontrarse con los últimos rayos de sol del día. Cathanna miró todo con fascinación. Había muchos árboles de cerezo meciéndose con el viento. Sin embargo, lo que realmente llamó su atención fue ese hombre que iba caminando a paso apresurado, siendo seguido de cerca por una mujer. Por un instante, juró que era el mismo hombre que había visto en sus sueños.

—No se queden atrás —dijo Edil—. Los cadetes no reciben muy bien a los nuevos. Si no quieren ser víctimas de una broma muy cruel, muevan esas piernas rápido.

Edil subió por una colina, algo empinada, hecha de piedras oscuras, de donde se veían las torres altas del castillo, decoradas con estandartes que lucían el emblema del reino: un águila dorada con las alas estiradas hacia los lados y el pico entreabierto, estirando la lengua afuera. Detrás se cruzaban dos empuñaduras doradas y las hojas plateadas que apuntaban hacia abajo. En la parte superior, poseía una cinta con la palabra Imperio, y en la inferior otra con el nombre Valtheriano. A los lados del ave se veían adornos de flores doradas con lazos azules.

Bajaron la colina y caminaron durante varios minutos, sintiendo la mirada curiosa de todos a su paso. Cruzaron un sendero rodeado por flores que los condujo hasta un puente de piedra. El camino parecía interminable, pero finalmente giraron a la derecha y las fortalezas aparecieron ante ellos. Eran enormes, como castillos independientes, cada una con un color que parecía representarlos a la perfección: azul para Estrategia, rojo para Furia y gris para Ónix.

—Estas son las tres fortalezas de Rivernum —comentó Edil, dándose la vuelta con una sonrisa arrogante mientras cruzaba los brazos—. La nuestra está por allá. —Señaló la fortaleza del centro, cuya bandera llevaba la misma marca que todos compartían grabada en el brazo—. Vamos, chiquillos. No se queden atrás.

Cuando llegaron a la entrada de la fortaleza, las puertas de metal decoradas con aves fénix renaciendo de las cenizas, se fueron abriendo de manera lenta junto a un chillido ensordecedor que provocó que varios llevaran las manos a los oídos. Al otro lado no había salones, ni pasillos como muchos imaginaron, sino que un sendero angosto que se abría paso entre un bosque.

Avanzaron en silencio, hasta que comenzaron a emerger de entre los árboles estructuras de piedra: rotondas esféricas colocadas en hileras perfectas, como si alguien con obsesión por el orden las hubiera dejado caer una a una. Detrás de ellas, se alzaban torres altísimas, conectadas por pasillos suspendidos en el aire. Cathanna giró la cabeza, viendo una rotonda mucho más grande en el centro del lugar, con la bandera del castillo en la punta.

—Esta fortaleza se ve increíble —mencionó Janessa, con la boca ligeramente abierta, observando todo—. Ahora necesito escribirles una carta a mis padres, y al imbécil de mi hermano. ¿Cómo pudo evitar decirme que este lugar era más asombroso de como lo pintaban?

—¿Tienes un hermano aquí? —preguntó Cathanna, mirándola de reojo.

—Sí —respondió con orgullo—. Solo que él escogió Alquimia. Verdaderos enfermos mentales. —Una sonrisa apareció en sus labios—. Aunque él es encantador.

Aunque pareciera, Janessa no lo dijo como una broma. Los alquimistas que formaba el castillo eran muy famosos en el reino por sus métodos poco convencionales. La reputación no se debía únicamente a la brillantez de su mente, sino que también a su brutalidad, pues no les temblaba la mano al practicar con cuerpos vivos, como si la carne ajena fuera simple materia lista para realizar experimentos. Por eso, nadie quería acercarse a sus salones de estudio.

Cathanna solo asintió y despegó su mirada de Janessa. Había movimiento por todos lados: cadetes que iban y venían cargando armas en sus espaldas, libros que parecían pesar más que cinco cabezas en las manos y mochilas. Uno que otro los miraba de reojo, mientras los demás simplemente los ignoraban, sin darles atención.

—Escúchenme bien, reclutas: desde este momento, esta fortaleza será su hogar —sentenció Edil, dándose la vuelta hacia ellos—. Cada rotonda es compartida por quince reclutas. No esperen muchas comodidades aquí. No se aceptan fiestas, consumo de drogas y, mucho menos, sexo entre ustedes. Y si lo van a tener, que es lo más probable porque las reglas al parecer no existen, procuren no embarazarse. ¿Entendido? Si eso llega a pasar, los expulsan.

Todos movieron la cabeza de arriba abajo.

—Pueden revisar su marca —continuó Edil, con despreocupación—. Ahí encontrarán el número de rotonda a la que fueron asignados. Tienen quince minutos para encontrarlas. Nos veremos aquí hasta entonces.

Cathanna subió la manga de su camisa con un gesto lento, encontrándose con ese pequeño número cinco. Levantó la mirada hacia las rotondas frente a ella. Contó en voz baja: una... dos... tres... cuatro... y cinco.

—Tengo la numero ocho —dijo Janessa, dándole un suave golpe en el hombro—. Nos veremos después.

Cathanna asintió y se arrastró hasta su nueva morada, donde estaría por quién sabe cuánto tiempo. Al empujar la puerta de madera, se encontró con algo inesperado. Desde afuera, la construcción parecía pequeña, pero por dentro era otra historia. Era amplia, hecha de madera oscura y piedra, con un techo alto sostenido por vigas gruesas, con quince camas en perfecta alineación, todas cubiertas por sábanas verdes.

Caminó entre ellas, como si intentara convencer a su cuerpo de que ese sería su refugio desde ese momento. Se dejó caer en una cama con cuidado, y apenas tocó el colchón, supo que dormir ahí sería como pelear con una espada invisible cada noche. Pasó la mano por el toldillo verde, una tela delgada que colgaba del marco de la cama.

—Bien, Cathanna. No hay de que preocuparse —se dijo así misma, respirando con torpeza, levantándose—. No estás en una cárcel... Solo es una academia militar, donde siempre te dijeron que nunca debías estar. ¿Qué tan malo podría resultar esto?

La puerta se abrió con un leve chirrido y una silueta femenina se materializó en el umbral. Lo que realmente imponía de ella, además de su mirada severa que acompañaban esos ojos ámbares, era la marca de dos alas puntiagudas de dragón enroscada en su cuello. Su mano se elevó a su cabello, tomando entre los dedos uno de sus rizos que mostraban un degradado que iba del negro a un rojo escarlata, mirándolo todo con una expresión aburrida.

Pocos segundos después, otra figura cruzó la entrada: una joven de cabello platinado y extremadamente liso, largo hasta un poco más debajo de los hombros, con una expresión dura que contrastaba con la ternura de sus ojos lilas. A su lado estaba un chico de tonalidad peculiarmente translúcida, aunque no tanto como para dejar ver lo que había dentro de su cuerpo. Su cabello era una mezcla de negro y miel, igual que sus ojos rasgados, parecidos a los de un gato.

—Supongo que seremos compañeros de rotonda —mencionó la primera chica que había ingresado, dejándose caer en la cama junto a Cathanna—. Soy Shahina, y espero con todo mi maldito ser que convivir con ustedes no sea una completa pesadilla. ¿Y dónde están los otros once? —preguntó, mirando a su alrededor.

Cathanna iba a hablar cuando un intenso aroma a limón le invadió las fosas nasales. Miró a su alrededor, buscando el origen, pero no logró descifrarlo, hasta que sus ojos se posaron en Shahina y luego en las dos personas que recorrían el lugar con una expresión de calma. El chico no parecía desprender ese olor, pero la chica sí.

—¿Cuál es tu nombre, niña? —curioseó Shahina.

—Ahh, yo soy Cathanna. —Hizo una reverencia.

—¿Por qué haces una reverencia? —le preguntó Shahina, mirándola como un bicho raro.

—Solo es costumbre —respondió rápido Cathanna.

—Soy Riven Dalkir —dijo el chico, dejándose caer en una cama justo cuando la puerta se volvió a abrir, revelando a más personas—. Vengo de Swellow. Estoy haciendo una obra de caridad... alguien tenía que venir a iluminar este lugar con algo de hermosura.

—Tienes como que mucho ego, ¿no? —Shahina lo recorrió con la mirada.

—El pecado sería no tenerlo.

Cathanna arrugó el rostro, tratando de no dejar escapar una carcajada sonora, mientras se sentaba nuevamente en la cama, con las manos unidas, intentando concentrarse en la conversación que estaban teniendo sus nuevos compañeros, pero le resultaba tan difícil cuando ese aroma parecía no querer dejarla libre.

—¿Y tú que, niña? —Shahina dirigió su atención a la chica que seguía de pie al lado de la cama, inmóvil como una estatua—. ¿Cuál es tu nombre?

—Loraine Solmire —dijo en bajo tono, recorriendo con la mirada a todos—. Vengo de Naggada.

Cathanna se apartó en silencio, porque la vejiga le estaba pidiendo un descanso y caminó hasta la zona de baño, donde la idea de privacidad se resumía en unas cortinas finas que apenas separaban los inodoros. Su rostro se tensó de inmediato, ahogando las arcadas internas. Nunca había tenido que lidiar con algo así. Siempre había contado con su espacio y puertas que cerraban de verdad, no esa cosa tan poco elegante.

—Esto debe ser un chiste mal contado. —Respiró profundo, ignorando las ganas de llorar—. Mantente tranquila, Cathanna. Tranquila. Todo está bien. Bien.

Corrió una de las cortinas hacia un lado y se encontró con un inodoro impecable, una caneca al lado y papel higiénico bien colocado. Al menos eso estaba bien. Respiró hondo nuevamente, armándose de valor, y comenzó a bajarse el pantalón, pero al hacerlo, el dolor que seguía presente en sus manos, la azotó. Soltó un gemido, mordiéndose el labio para que no sonara fuerte.

Cuando salió, fue directo al lavabo y, soportando el dolor, empezó a limpiar sus manos y luego su rostro. Se quedó mirando su reflejo en el espejo más de lo necesario, dándose cuenta de que ya no lucía como una mujer hermosa, pues las heridas cubrían su piel y, aunque sabía por qué tenía esas marcas en ella, no se sentía mejor.

—Hueles a canela y vainilla, definitivamente eres una bruja —murmuró Loraine, recostándose en la pared junto al lavabo, mirándola con intensidad—. No te preocupes. Yo también soy como tú. No me he encontrado con brujas seguido, ni de la manera que me hubiera gustado. Siento que están demasiado locas esas mujeres.

—No sé de qué hablas —dijo Cathanna, asustada.

—No mientas, Cathanna —dijo, con una sonrisa que no poseía maldad, pero tampoco era amigable—. Estoy completamente segura de que puedes oler mi sangre. Dime algo, ¿sabes lo que significa ser una mujer como nosotras en este lugar? Las brujas no son bienvenidas en ninguna parte de Valtheria, y este castillo, en definitiva, es la maldita boca del lobo.

Cathanna tragó duro, sabiendo que ya no tendría sentido mentir con que no era una bruja, cuando su sangre la delataba, pero tampoco sentía confianza con esa mujer desconocida. Puso las manos con cuidado sobre el lavabo, apoyando su espalda contra el concreto.

—Estoy al tanto —susurró, con recelo, bajando la mirada a sus botas—. Pero no tengo más opción que quedarme aquí. Soy huérfana, así que no tengo a nadie en el mundo. Y estar en este lugar me brinda una oportunidad de mejorar mi calidad de vida —mintió.

Loraine asintió.

—Espero que seas muy buena guardando secretos, porque entre más pases por desapercibida, es mucho mejor. Por lo que más quieras, no uses tu magia de bruja. Los ingenieros han creado muchos artefactos capaces de percibir nuestra magia —advirtió, torciendo los labios—. Morir en una hoguera, frente a todos no es lo mejor.

—No tengo magia de bruja. —Cathanna frunció el ceño—. Nunca he manifestado nada de eso en mi vida. Hasta hace poco descubrí que era una bruja. Lo único que puedo hacer es percibir el olor de la sangre de las personas.

—¿Me permites ver tu cuello?

—¿Y eso para qué?

—Solo quiero ver algo.

Cathanna se giró lentamente, sintiendo la desconfianza arder en su cuerpo por aquella mujer, que se acercó rápido a ella. Le apartó el cabello, dejando a la vista la pequeña marca que se distinguía en la piel morena de su cuello. La marca de las brujas solía tardar años en aparecer, pero en este caso era muy distinto: una mujer que ya se encontraba entrando en la adultez temprana debía tenerla completa.

—¿Tu marca cuando empezó a salir?

—¿De qué marca me estás hablando? —susurró Cathanna, acomodando su cabello.

—La marca de las brujas.

—¿Tengo una marca en el cuello?

—¿Es que acaso no revisas tu propio cuerpo? —Bufó, cuando Cathanna negó, dándose la vuelta—. Esa marca es la fuente de todo nuestro poder y nos indica que bruja somos. —Se giró, levantando su cabello para que Cathanna mirara la marca de cinco estrellas, la cual tenía una luna negra en la punta que daba hacia arriba—. Yo soy una bruja de las sombras, por eso tengo la luna negra. Otras brujas poseen la luna roja, o gris, y demás —susurró—. Nadie puede ver esa marca aquí.

—¿Y cómo se supone que la tengo que tapar?

—Con magia. —Miró hacia la puerta por donde entraba un hombre—. Te ayudaré a ocultarla, pero mi magia tiene duración de una semana. Cuando veas que se te está haciendo visible, búscame y te ayudaré de nuevo.

—Esto es una locura —murmuró Cathanna, apretando la mano con fuerza a pesar del dolor—. Nada de esto tiene ningún sentido para mí. Se supone que soy una Elementista de aire, no una maldita bruja —susurró, torciendo los labios.

—¿Qué dijiste? —preguntó Loraine, confundida.

—Nada. —Desvió la mirada—. Por favor, ocúltala.

Cuando ya no hubo nadie más en el baño, Loraine se acercó con rapidez, y sin decir ninguna palabra, deslizó su fría mano por la piel de Cathanna, trasmitiéndole una electricidad que la hizo estremecer de inmediato. Una bruma negra y espesa comenzó a salir de la mano de Loraine, envolviendo el cuello de Cathanna, hasta que aquella marca que estaba formándose, fue ocultada.

Ambas mujeres se miraron y salieron del baño, dirigiéndose al lugar donde minutos antes hablaban con aquellos dos que reían a carcajadas, ignorando al resto de sus compañeros, quienes simplemente estaban con la mirada perdida, sumidos en mucha confusión. Cathanna se sentó junto a Shahina, quien la miró de reojo, riendo.

—¿Y tú qué haces en este lugar, Cathanna? —preguntó Riven, arqueando una ceja mientras apoyaba las manos detrás de su espalda, despreocupado—. Te ves demasiado femenina para estar rodeada de hombres... y de mujeres con complejo de uno. Te verías mejor, no sé... en reuniones, fiestas, lugares finos. Pero aquí no lo creo.

—¿Qué quieres decir con eso, Riven? —respondió Cathanna con una pizca de enojo, acomodándose mejor en la cama—. ¿Quién te crees para decir dónde debería estar una mujer? ¿Acaso piensas que solo los brutos sin gracia pueden sobrevivir en un lugar como este? Por favor... Afortunadamente, no vine buscando tu aprobación.

—No te lo tomes a mal, Cathanna. Solo digo que no pareces del tipo de persona que se ensucia las manos.

—Riven, no seas tan anticuado —intervino Shahina, rodando los ojos, con una creciente molestia en su pecho—. Que haya mujeres aquí no quiere decir que seamos machorras. Somos igual de capaces de hacer la misma mierda que ustedes. Lo que pasa es que a algunos todavía les cuesta aceptar que una mujer ya no necesita de un hombre para sobrevivir sola en este mundo.

—Es que no lo digo por ser machista, pero...

—Desde que dices “pero”, ya sé que vas a soltar la estupidez más machista que se te pueda ocurrir —lo interrumpió Shahina, poniéndole un dedo en la boca, con descaro—. Enrolla esa lengua antes de que tengamos que arrancártela. No queremos tu mierda ahora, ni nunca. ¿Lo entiendes, príncipe hermosito? Cierra la jeta.

Riven se encogió de hombros e hizo el gesto de cerrarse la boca con un cierre invisible, que luego simuló lanzar por detrás de su espalda.

—Qué amable de tu parte —dijo Shahina, dándole leves golpecitos en la cabeza, como si fuera un simple perro.

Cathanna arqueó una ceja de manera inconsciente y bajó la mirada a sus pies, soltando un suspiro cansado, hasta que un aroma familiar captó su atención. Alzó la cabeza y vio ingresando por la puerta al hombre que la había arrastrado fuera de ese laberinto. Venía acompañado por otro hombre que, de pronto, se dejó caer en una cama desocupada. Sin decir nada, Cathanna se levantó, ahogando un gemido de dolor, y se acercó al hombre, quien la miró con confusión. Su cabello naranja estaba cubierto de tierra seca y sangre, al igual que su rostro, marcado por cada golpe que había recibido en la prueba.

—¿Eres la chica que salió corriendo como una gallina? —preguntó él, arqueando una ceja—. Ni las gracias me diste. Pero está bien, supongo que me acostumbraré a tu mala educación. Seremos compañeros de rotonda, no puedo ignorarte.

—Soy Cathanna —respondió ella, inflando las mejillas, avergonzada—. Fui descortés, lo lamento. —Le regaló una leve reverencia—. Gracias por sacarme de ese laberinto.

—Al menos ahora sabes agradecer —dijo él con un dejo de burla—. Xantheus Onedrak. —Extendió la mano. Cathanna solo rio bajo, mostrando las suyas—. Tienes las manos horribles.

—Gracias por el cumplido —dijo Cathanna, rodando los ojos—. ¿Por qué no me asesinaste en el laberinto? Los cazadores dejaron en claro que solo uno podría seguir en pie.

—Lo dicen para asustar a las personas. No hay necesidad de matarnos entre nosotros. O eso es lo que dijo mi hermano.

Cathanna asintió.

—De nuevo, te agradezco.

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Rubí Jane
aqui hay amooie😫
Rubí Jane
vea a este animal 🦍
Rubí Jane
pero cathanna
Rubí Jane
no es tú culpa
Rubí Jane
perro desgraciado
Rubí Jane
no lo eres. nunca 😭
Rubí Jane
hijo de tú madre 😫
Rubí Jane
😫😫😫😫 te entiendo mana
Rubí Jane
las mujeres no nacimos para parir 😭
Rubí Jane
eso mami, calla a esas mujeres
Rubí Jane
anne cállate mil años
Rubí Jane
exactamente reina👏
Rubí Jane
me encantan las protagonistas altas 🤭
Rubí Jane
amooi
Rubí Jane
ojala te caiga fuego en la cabeza, desgraciada
Sandra Ocampo
quiero el final
Sandra Ocampo
q paso sé supone q está completa ,tan buena q está
Erika García
Es interesante /Proud/
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