Katerina murió por salvar a una joven. No esperaba despertar en una historia que no era suya... con un destino aún más cruel.
Cuando abre los ojos, ya no está en su mundo. Ha reencarnado como Avery, una noble ignorada por su padre, despreciada por su hermana y condenada a morir junto a su madre en una historia que no escribió. Pero Katerina conoce ese final: lo leyó. Sabe quién mata, quién sobrevive… y quién sufre en silencio.
Solo que esta vez, ella no va a permitirlo.
NovelToon tiene autorización de Hadassa Paz para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capítulo 17
El Archiduque se acercó con una sonrisa diplomática y, con disimulo, susurró al oído de Avery:
—Es momento de presentar nuestros respetos al Emperador y al príncipe.
Ella asintió, aunque cada fibra de su ser deseaba hacer lo contrario. No podía oponerse abiertamente, pero tampoco se prestaría a su juego. Con sutileza, decidió pasar después de su hermana.
Avery observó con frialdad cómo Ágata se adelantaba, inclinándose con una exagerada reverencia. El escote de su vestido se abría con descaro, revelando más de lo necesario. Sonrió para sus adentros, sin rastro de sorpresa.
“Qué lamentable. Su única virtud se encuentra en el reflejo de un espejo.”
Luego llegó su turno. Avery se presentó al frente del trono, con su madre a su lado, y se inclinó con la elegancia sobria de quien sabe que no necesita adornos para destacar. Cuando levantó la mirada, captó una escena fugaz pero reveladora: el Emperador susurraba algo al oído del príncipe, y este la observaba con una mezcla de sorpresa y desconcierto.
El segundo príncipe, Ossian, sintió que el tiempo se ralentizaba al verla de cerca.
“¿Así que ella es mi futura esposa?”
Cabello negro como la medianoche, ojos violetas profundos y penetrantes. Una belleza etérea. Pero lo que lo desarmó no fue su rostro… fue su mirada. Fría, inquisitiva. Como si pudiera verlo por completo y aún así no encontrara nada digno de interés.
~{“¿La conozco? ¿Hemos coincidido antes? No lo creo… recordaría un rostro así. ¿Será una de aquellas noches de borrachera que no logré recordar?”}~
Le resultaba improbable. Si algo tenía claro, era que no olvidaría una mujer como ella. Y sin embargo, había algo incómodamente familiar en la forma en que lo miraba.
~{“Sea como sea, debemos hablar. No puedo permitir obstáculos. Para que mi plan funcione, necesito a una mujer como ella a mi lado. Inteligente, fuerte... y manipulable.”~}
Mientras tanto, el Emperador permanecía silencioso, cautivado. A la luz de los candelabros imperiales, las facciones de Avery parecían esculpidas por dioses antiguos. Pero no era ella quien lo desarmaba… era la mujer a su lado.
El corazón del Emperador dio un vuelco, como si lo reconociera antes que su mente. Aquella ternura en los ojos, esa dignidad callada. Era ella. La mujer que lloraba en silencio con el alma hecha pedazos.
“Maldito suertudo…” pensó, con un rencor apenas contenido.
Recordó la estúpida ley que permitía a los nobles tener múltiples esposas. Una tradición que él detestaba profundamente. Él había amado a su esposa con devoción única, y desde que la enfermedad se la llevó, ninguna había podido ocupar ese lugar... hasta ahora. Algo en Eliana le hablaba de calidez, de hogar. Y, por primera vez en años, deseó.
Por un instante, una idea descabellada cruzó su mente: enviar al Archiduque al frente de batalla, con una misión suicida. Pero la desechó con una carcajada sonora y repentina que hizo girar cabezas en todo el salón.
—Jajaja… —rió con fuerza, dejando a más de uno desconcertado. Luego volvió a su pose regia como si nada hubiera pasado.
Momentos después, la orquesta comenzó a tocar y el baile dio inicio.
Avery y su madre se apartaron del centro del salón, buscando el resguardo de una esquina discreta entre columnas decoradas con hiedra dorada. Desde ahí, observaron cómo las parejas se formaban, cómo las sonrisas velaban deseos y estrategias, cómo la nobleza danzaba con una gracia que ocultaba espinas.
—¿Le emociona tanto como a mí? —preguntó Avery, con una sonrisa que mezclaba nostalgia y burla.
—Sí, hija. Esto... esto es algo que una plebeya como yo jamás imaginó presenciar —dijo Eliana, con los ojos brillantes.
—La distinción de clases es una basura con moño —replicó Avery sin filtro.
—¡Shh! No hables así aquí, no sabemos quién podría oírnos —advirtió su madre, mirando nerviosa a su alrededor.
Avery asintió, pero su atención se desvió hacia su supuesta familia. Ágata revoloteaba como una mariposa desesperada alrededor del príncipe, compitiendo con otras veinte jóvenes igual de ansiosas.
—Desesperadas —murmuró mientras bebía un sorbo de su copa.
—Madre, ¿cómo es el primer príncipe?
—Físicamente se parece mucho al Emperador. La última vez que lo vi fue en un carnaval de primavera, era solo un niño entonces. Cabello negro, ojos grises y una sonrisa traviesa. No creo que pudiera reconocerlo hoy —respondió Eliana, sumida en el recuerdo.
—Entonces seguro es atractivo. Su padre está como el vino.
—¿El vino?
Avery rió por lo bajo. Claro, ese tipo de frases no existían en este mundo.
—Significa que cuanto más viejo, mejor —explicó, divertida.
—¡Avery, por favor! —Eliana se sonrojó de inmediato.
—Admita que es guapo. Vamos, madre. Tiene una presencia que deja sin aliento. ¿Verdad que sí?
Los ojos de Eliana se posaron, involuntarios, en el perfil del Emperador. Una línea de tensión se dibujó en su mandíbula, como si estuviera librando una guerra interna. Un suspiro se le escapó antes de que pudiera evitarlo.
Avery lo notó, y con una sonrisa traviesa se acercó a su oído.
—Admita que es varonil... y muy, muy guapo.
—Ay, hija... no me metas en problemas —murmuró Eliana, pero no negó nada.
En ese instante, como si sus pensamientos hubieran sido escuchados, el Emperador volvió la cabeza en su dirección. Sus ojos se fijaron en ellas. No. En Eliana.
—¿Nos está mirando? —preguntó Eliana, con la voz temblorosa.
—¿Nos? —Avery sonrió ampliamente—. Madre, la está mirando a usted.
Eliana, nerviosa, tomó una copa y la vació de un trago. Avery rió por lo bajo.
Lo que ninguna de las dos esperaba sucedió.
Desde lo alto del trono, el Emperador se puso de pie. Su túnica ondeó ligeramente al caminar con paso seguro... directamente hacia ellas.
—¡Dios mío! ¡Viene hacia aquí! —Eliana palideció, llevándose una mano al pecho.
—Madre… —Avery la miró, frunciendo el ceño— ¿Hay algo que yo no sepa?
—Te lo contaré luego —susurró Eliana, apretando con fuerza su copa vacía.