Ginevra es rechazada por su padre tras la muerte de su madre al darla a luz. Un año después, el hombre vuelve a casarse y tiene otra niña, la cual es la luz de sus ojos, mientras que Ginevra queda olvidada en las sombras, despreciada escuchando “las mujeres no sirven para la mafia”.
Al crecer, la joven pone los ojos donde no debe: en el mejor amigo de su padre, un hombre frío, calculador y ambicioso, que solo juega con ella y le quita lo más preciado que posee una mujer, para luego humillarla, comprometiéndose con su media hermana, esa misma noche, el padre nombra a su hija pequeña la heredera del imperio criminal familiar.
Destrozada y traicionada, ella decide irse por dos años para sanar y demostrarles a todos que no se necesita ser hombre para liderar una mafia. Pero en su camino conocerá a cuatro hombres dispuestos a hacer arder el mundo solo por ella, aunque ella ya no quiere amor, solo venganza, pasión y poder.
¿Está lista la mafia para arrodillarse ante una mujer?
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La última bestia.
Vladimir observa el moretón en el rostro de la joven y se le tensa la mandíbula. Odia que golpeen a las mujeres, y más aún si son tan frágiles como ella.
—Iremos a que te revise un médico. Después… —Ginevra niega con la cabeza. No es para tanto. No mató ella misma a esos hombres para tener que explicar por qué una simple ejecutiva sabe pelear.
—No creo que sea necesario, de verdad. Estoy bien —dice. El hombre rueda los ojos hacia un lado y suspira.
—La próxima vez, deberías fiarte de tus sospechas. No debes exponerte así —la gravedad en su voz activa algo en su cuerpo; ella maldice por no saber qué hacer.
—Conseguí pruebas de fraudes… No solo eso, hay más —susurra, aparentando estar más débil de lo que realmente está. Eso preocupa al sujeto; no soporta ver a ninguna mujer en esa situación, y por alguna razón, a ella mucho menos.
—No es importante, señorita… —deja la frase en el aire, esperando que ella la complete.
—Ginevra De Santis —responde. El sujeto asiente y saca su teléfono.
El auto sigue en movimiento, recorriendo con rapidez las calles de Rusia. La vista de la joven se instala en la ventana; admira el paisaje maravilloso, la nieve por todas partes, los vivos colores que rodean cada espacio. El aroma que percibe es el del hombre a su lado: elegante y costoso, con un toque picante que parece describirlo a la perfección.
Voltea al escucharlo hablar por teléfono. Tiene los músculos tensos, la vena del cuello abultada en clara señal de molestia.
—¿Qué demonios estabas pensando para dejar que tus empleados vinieran a la maldita zona X? —estalla, y su tono se agrava mucho más. La mano que aprieta el celular está a punto de partirlo.
Al otro lado, Aleksei no entiende la actitud de Vladimir. Él es el más obstinado de todos, sí, pero jamás sin motivo.
—Ey, ¿qué te ocurre? Estoy en una reunión —responde, alejándose de los inversionistas para tratar de entender qué le ha picado.
—¿Que qué me pasa, dices? Me pasa que vine al chiquero de la empresa en esa zona de mierda, y unos desgraciados iban a abusar de tu empleada —suelta con fuerza. Ginevra observa por la ventana y, aunque no quería enfrentarlos, debe admitir que fue divertido. Ríe con disimulo.
—¿Qué quieres decir? ¿Cuál empleada? Vladimir, ¿comenzaste a drogarte ahora que te hiciste viejo? —le riñe, y Vladimir maldice.
—Deja tus malditos juegos. Busca a otra persona que te arregle los números, porque esta mujer se queda en Lion Corp —corta la llamada sin esperar respuesta.
—¿Estoy despedida? —pregunta Ginevra, juntando las cejas con falsa preocupación.
Vladimir niega, mirándola serio. Toca con cuidado el golpe en su rostro y luego se pasa la mano por la cabeza.
—Para nada. Solo cambiaste de empresa, aunque somos un solo grupo…
La actitud de ese hombre la inquieta. No se ha comportado de forma atrevida ni atraída por ella. Más bien parece protector.
—¿Y eso por qué? —pregunta, enderezando la espalda. Al mirar su reflejo en el espejo retrovisor se asusta. El golpe parece peor de lo que es; ni siquiera le duele, pero da la impresión de que se le va a salir el ojo.
—Necesitamos personas como tú. Hemos visto tus resultados. Solo que… pensé que eras un hombre —ella sonríe, girando su cuerpo un poco más hacia él.
—¿Hombre? ¿Yo? —levanta una ceja. Él hace un amago de sonrisa, una mueca distorsionada; se nota que no suele reírse.
Se hace un silencio nada incómodo. Solo se escucha música suave, el fondo del chofer, y el leve sonido de los pies de Ginevra al moverse de forma inquieta.
—Vamos a ir un momento a que te revise el doctor de confianza. No tardará —ella abre los ojos y ligeramente los labios.
—Pensé que iríamos a un hospital —el hombre frunce el ceño y niega. Ella se pierde en la pequeña arruga que se le forma en la nariz y debajo de los labios cuando está en desacuerdo.
—Esa era la idea original, pero tengo al médico en la empresa —va a responder, pero su teléfono comienza a sonar.
El nombre de Aleksei aparece en la pantalla. Ella contesta, tratando de sonar tranquila.
—¿Dónde estás? ¿Ya sabes dónde queda la empresa a la que fuiste hoy? —la aborda con preguntas. Su tono delata su preocupación.
—Estoy bien. Vine a una empresa en Lyubertsy. Vi algo raro y decidí venir —su respuesta lo altera. Al otro lado del teléfono, él maldice.
—¿Estás bien en este momento? ¿Dónde estás? Voy para allá —ella trata de calmarlo; sabe que estaba en una reunión.
—No dejes la reunión tirada. Voy en un auto con un señor muy serio, llamado Vladimir —el hombre mencionado la mira, levantando una ceja.
—Voy para allá —corta. Ella se encoge de hombros.
—Ups… No quería hacer tanto problema.
—No hiciste nada. Tú no sabías que ese lugar era un nido de alimañas. Si no hubiera decidido ir, no sé qué hubiese pasado —Vladimir la mira, tratando de leer en sus ojos, pero no encuentra nada. Sus amigos suelen mostrar su cerebro a través de la mirada. Ella no. Es como si estuviera vacía.
—Mejor cuéntame, ¿de dónde eres? Hablas muy bien inglés, pero tu acento —aunque no muy marcado— me dice que tal vez eres de Italia —ella sonríe, poniéndose el cabello detrás de la oreja.
—Eso es cierto. Soy de allí… Vine a trabajar —él comienza a preguntar por su familia y ella le habla de Rogelia, la única que le queda.
—Vaya, qué interesante. Sabía que había alguien nuevo, pero no sabía que eras tú. Lo que sí sabía es que eres muy buena en lo que haces. Y mi empresa necesita una muy buena barrida —la mujer asiente, con una sonrisa tímida, manteniendo su papel de indefensa.
El auto se detiene frente a una empresa parecida a la de Orlov. Inmensa, recubierta de cristales, con el nombre en la entrada en letras doradas. El mismo logo que vio en su lugar de trabajo, aunque más pequeño: la figura de un león con el nombre de la empresa.
Vladimir baja del auto y le abre la puerta. Ella le agradece con una sonrisa, pero el motor de otro vehículo acercándose la hace girarse. Es un deportivo negro. Un Marussia B2.
Frunce el ceño. No puede creer que sea Aleksei. ¿Cómo ha llegado tan rápido?
Abre los ojos al ver al hombre bajarse del deportivo. Suspira con disimulo al observar al último de las bestias.
El hombre frente a ella parece esculpido con paciencia, como si alguien hubiera dedicado horas a perfeccionar cada línea de su rostro. Tiene el cabello castaño oscuro, cuidadosamente peinado hacia atrás con volumen, dejando ver una frente amplia y firme. Su barba recortada enmarca con precisión una mandíbula fuerte, lo que le otorga un aire de autoridad incluso en silencio.
Sus ojos, de un azul profundo, poseen esa cualidad inquietante de los que observan más de lo que dejan ver. No son fríos, pero sí intensos, confiados. Su nariz recta y sus labios definidos completan un rostro simétrico, atractivo y claramente acostumbrado a provocar reacciones sin esforzarse.
trae una camisa negra ligeramente abierta, revela sus músculos definidos y tensos bajo una piel bronceada con naturalidad. El vello en el pecho es escaso, pero suficiente para darle un toque viril, sin restar pulcritud. La línea de sus hombros anchos y su cuello grueso lo hacen ver poderoso, como un hombre que puede cargar tanto el peso físico como el de cualquier cosa.
Una cadena discreta cuelga de su cuello, un detalle casi invisible, pero que dice mucho: no es un adorno cualquiera, es parte de su personalidad, demuestra su confianza y seguridad.
Los ojos del hombre también la detallan a ella y una sonrisa de lado cierra elntrato en su mente.
Dimitri Belov.
Muchas bendiciones y sobre todo sanación a la nena.
Gracias por este capítulo a pesar de la situación actual de salud.
Abrazos
La familia es la prioridad.
Eso sí está novela es para mentes abiertas por algo la escritora lo resalta en el inicio, si no le gusta lo que está leyendo puede pasar de largo no es necesario que escriba algo que ya está albertido.
De resto como me gustan estos 4 Adonis