El Alfa Y Su Luna Prohibida

Minutos después del brindis la música cambió a un ritmo más animado, con una mezcla de sonidos electrónicos y pop que invitaba a la diversión. Las risas llenaban el aire mientras la pista de baile se llenaba de gente, algunos moviéndose con entusiasmo, otros más reservados pero igualmente disfrutando de la atmósfera. Algunos de los presentes, que hasta hacía poco habían estado inmóviles, ahora se dispersaban, acompañados por sus parejas, los hombres y mujeres con los cuáles la diosa los había unido esa noche y otros que no habían corrido con la misma suerte no se desanimaban. Sabían que tendrían una nueva oportunidad, porque la bendición de encontrar a sus compañeros siempre llegaba.

Marcus salió del salón con Carla, iban tomados de las manos, ambos inmersos en una conversación animada, y los dos alfas invitados hicieron lo mismo, en compañía de sus respectivas parejas. Porque al parecer la Diosa había decidido que ellos también encontraran a sus compañeras.

Damián los observó por un momento, sonriendo satisfecho por ellos. No era raro ver a los demás tan felices, especialmente en una noche como esta, cuando todos esperaban encontrar algo tan fundamental como era a quien los acompañaría por el resto de sus vidas.

Pero, a pesar de la alegría en el ambiente, un sentimiento inquietante no lo dejaba. Con una pequeña sonrisa en los labios, Damián sintió la necesidad de salir a tomar aire. Se dirigió hacia la salida, atravesando el salón con pasos decididos, sin prisa, aunque con el rostro serio, como si algo estuviera en su mente. Con él no había pasado nada, no había sentido el llamado, y eso significaba que su compatanto,no estaba allí, por lo tanto debería seguir lidiando con esa atracción que sentía por Selene. Así que aprovechando la distracción decidió marcharse.

Cuando cruzó la puerta para dirigirse a su automóvil la brisa de la noche lo envolvió, y algo detuvo sus pasos. Un aroma peculiar, dulce, pero con una mezcla de maderas y algo floral, llegó a sus fosas nasales. Una combinación que nunca antes había percibido con tanta claridad. Sándalo, mirra... y fresas.

Damián se giró instintivamente, buscando de dónde provenía el aroma, ingresó nuevamente al salón recorríendo el lugar con su mirada, esperando identificar a la persona dueña de ese aroma tan peculiar. Pero antes de que pudiera hacer algo más, vio a un grupo de mujeres bailando en la pista, se movían con gracia, y el olor parecía venir de entre ellas, una fragancia tan única que le hizo detenerse en seco y volver a caminar de manera cautelosa, pero sin intención de detenerse.

Con cada paso que daba, el aroma se intensificaba. El lobo dentro de él comenzó a inquietarse, como si ya supiera lo que estaba por ocurrir. Damián avanzó, casi sin darse cuenta, siendo guiado por una fuerza invisible.

El grupo de mujeres comenzó a dispersarse mientras él se acercaba, pero su mirada no se apartaba de la pista. Estaba buscando, algo le decía que debía seguir buscando. Y cuando las últimas mujeres se movieron hacia los lados, debido al cambio de la música que pasó de ser rápida a una más suave, su vista se centró en la única figura femenina que quedó allí.

Selene.

El lobo de Damián se alborotó dentro de él, un gruñido bajo se formó en su pecho, aunque él se obligó a mantenerse en silencio.

*Compañera* —murmuró la voz del lobo con una seguridad inquebrantable, tan clara como una orden.

Damián no pudo apartar la vista de ella. Ahí estaba, en el centro de su mundo, la mujer que su lobo había identificado como su compañera. Cada fibra de su ser lo instaba a acercarse, a reclamarla, pero algo lo mantenía inmóvil.

*¿Ves? Te dije que era nuestra* —le dijo su lobo con una mezcla de satisfacción y paciencia. Era como si todo lo que había ocurrido entre Damián y Selene se hubiera construido para este momento. Haciendo que la fiesta, el aroma, la música, la luz, todo hubiera sido preparado para finalmente revelar lo que él había tratado de ignorar.

Damián estaba congelado en el lugar, observando cómo Selene se movía con una gracia tan natural, sin saber que su destino estaba ante ella. Sus ojos recorrían cada línea de su cuerpo, cada gesto, como si estuviera viendo la belleza en su forma más pura.

Ella no lo veía. Estaba inmersa en la música, con los ojos cerrados y disfrutando del momento, ajena a la tormenta que se desataba dentro de Damián. Pero el lobo sabía lo que él no quería aceptar: ella era suya.

*Compañera* —repitió el lobo en su mente, más firme que nunca. Y Damián, aunque resistiéndose, no podía negar la verdad. La atracción, la conexión, todo estaba allí.

Frente a él, en esa pista de baile, estaba su compañera.

Él tragó saliva, sintiendo el peso de sus propios pensamientos. ¿Qué iba a hacer ahora? Frente a él estaba Selene, la mujer que lo desarmaba, la mujer que desataba tanto deseo como confusión, la diosa se la había dado como compañera, y Damián no entendía las razones.

Damián sintió que el aire del salón comenzaba a cerrarse sobre él. Sus sentidos, que solían estar tan controlados, estaban al borde del colapso. El aroma embriagador de Selene aún flotaba en su nariz, provocando un caos imposible de ignorar en su interior.

*Compañera.*

La palabra retumbaba en su mente, pronunciada por su lobo con una certeza casi solemne. Pero Damián no lo aceptaba, no podía aceptarlo. Su mandíbula se tensó mientras sus ojos la seguían en la pista de baile, moviéndose con esa naturalidad que lo enloquecía y lo desarmaba al mismo tiempo.

Haciendo uso de todo su autocontrol, se giró sobre sus talones y se abrió paso entre los asistentes. Apenas escuchó los saludos de cortesía. Salió del salón, cruzó el pasillo con pasos largos y decididos, y empujó la puerta que daba a un balcón del edificio. El aire fresco de la noche le golpeó el rostro como un balde de agua helada.

Apoyó ambas manos en la baranda metálica, con su respiración agitada y su pecho subiendo y bajando con violencia.

—¿Por qué? —gruñó en voz baja, con el ceño fruncido y los ojos cerrados con fuerza— ¿Por qué ella?

Su lobo no respondió. Parecía observar desde su rincón interior, expectante, seguro de que no era necesario decirlo: lo evidente no se discute.

Pero Damián necesitaba respuestas.

—Es humana —escupió con frustración— ¿Sabes lo que eso significa? No está preparada. No entiende este mundo. ¡Ni siquiera sabe que existimos!

*Por eso necesita de nosotros. —La voz de su lobo sonó serena, pero firme. —Porque es frágil, porque necesita protección.*

Damián negó con la cabeza, furioso.

*¡Justamente por eso! Si la acepto, si la reclamo, la convierto en mi debilidad. Todos lo sabrán. Los alfas que me respetan, los que me temen… y los que me odian. Sería una jugada perfecta para atacarme. Usarla en mi contra. ¡Sería un blanco perfecto!! *

Su lobo gruñó desde dentro, molesto.

*Entonces protégela. Haz lo que tienes que hacer. Es nuestra compañera. La diosa nos la dió*

Damián golpeó la baranda con fuerza, un estruendo metálico que rompió el silencio de la noche.

*¡Tú no entiendes! —bramó, sintiendo cómo la rabia se mezclaba con el miedo— Esto no es como con los otros. Yo no puedo permitirme fallar. Si algo le pasa, no lo soportaría. ¡No podría vivir sabiendo que por mi culpa...!*

Se quedó en silencio.

Por primera vez, se dio cuenta de lo profundo que era ese pensamiento. De lo que significaba realmente. No se trataba solo de proteger una debilidad. Era el pánico de perderla.

*¿Y ya la amas?* —preguntó su lobo en un susurro peligroso.

Damián no respondió. Bajó la cabeza, con los ojos perdidos en la oscuridad de la noche. Se negaba a pronunciarlo. Ni siquiera dentro de sus pensamientos se atrevía.

*Es humana* —repitió, como si fuera una oración que pudiera salvarlo de lo inevitable.

*Pero es nuestra.*

Damián cerró los ojos, una presión punzante apretándole el pecho.

Y por primera vez, el Alfa se sintió derrotado.