Renace en la novela que había estado leyendo, dispuesta a salvar al villano..
*El mundo mágico tiene muchas historias*
* Todas las novelas son independientes*
NovelToon tiene autorización de LunaDeMandala para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Fiesta 2
La fiesta continuó sin dificultades.
La música llenaba el salón, las risas se mezclaban con el tintinear de copas y los niños corrían entre los invitados bajo la atenta mirada de la corte. Ginger permanecía serena, impecable, cumpliendo su papel con la naturalidad que había aprendido a perfeccionar con los años.
Pero por dentro, todo estaba revuelto.
Quería preguntarle tantas cosas.
Si había sido feliz.
Si había leído sus cartas.
Si alguna vez pensó en ella como ella había pensado en él.
Solo se permitió una pregunta, dicha con cautela, como quien pisa terreno frágil.
—Te ves… distinto —comentó—. tu apariencia..
James Bristol ladeó apenas la cabeza.
—Magia —respondió—. Cambiar la apariencia es sencillo cuando ya no quieres que el pasado te alcance.
Ginger asintió lentamente.
Había más preguntas formándose en su mente, empujando por salir, pero algo en su postura la detuvo. Su mirada no era fría, pero sí distante, como si hubiera levantado un muro invisible entre ambos. No parecía incómodo… solo decidido a no abrir puertas.
El silencio se extendió entre ellos.
Ginger lo entendió.
—Me alegra verte bien —dijo al fin, con una sonrisa genuina—. De verdad. Eso era lo único que esperaba.
Hizo una pequeña reverencia, elegante, tal como correspondía, y se dispuso a marcharse.
—Que tengas una buena vida, James Bristol.
Él asintió.
No la detuvo.
No dijo nada más.
Ginger caminó hacia la mesa más cercana con la espalda erguida, tomó una copa y conversó con otros invitados como si nada hubiera ocurrido. Rió en el momento adecuado, escuchó con atención, fue la mujer segura y exitosa que todos conocían.
Creyó haberlo disimulado bien.
Pero Alban.. porque en el fondo seguía siendo Alban.. se dio cuenta igual.
Vio cómo sus hombros se tensaron apenas cuando se alejó.
Cómo su sonrisa tardó un segundo de más en volver a ser natural.
Cómo evitó mirar en su dirección después.
Alban lo notó todo.
Ginger era demasiado transparente para alguien que había aprendido a leer a las personas en silencio, en sombras y en peligro. La forma en que alzó la barbilla al despedirse, la sonrisa medida, correcta… y luego ese leve retraso en sus pasos, como si algo le pesara en el pecho.
Por eso no quiso hablarle más de lo necesario en la fiesta.
No allí.
No delante de todos.
Ya tenía un plan para verla después, cuando no hubiera ojos curiosos ni recuerdos peligrosos rondando entre copas y música. Cuando pudiera ser James Bristol sin máscaras… o quizá, por primera vez, ser simplemente Alban.
Aun así, no logró apartar la vista de ella.
Ginger seguía siendo hermosa, pero no era solo eso. Caminaba con seguridad, saludaba con naturalidad, escuchaba con atención. Elegante sin esfuerzo, amable sin fingimiento. Ya no era solo la joven mimada de Mercia.. era una mujer respetada, influyente, luminosa.
Y entonces Alban se dio cuenta de algo que no había querido pensar.
Las miradas.
Había demasiadas.
Nobles jóvenes que la observaban con interés. Comerciantes que sonreían con una admiración que iba más allá de los negocios. Incluso algunos caballeros, con la postura demasiado atenta, como si evaluaran algo más que joyas o prestigio.
Alban apretó la mandíbula.
[¿Alguien ocupara su corazón?]
La idea lo atravesó con una incomodidad inesperada, casi irritante. No tenía derecho a sentir eso. No después de tres años de silencio. No después de haber desaparecido de su vida sin una sola respuesta.
Y, sin embargo, le molestó.
Le molestó imaginarla riendo con otro.
Le molestó pensar que alguien pudiera cuidarla… como ella lo había cuidado a él cuando nadie más lo hacía.
Se recordó a sí mismo por qué estaba allí.
No para reclamar nada.
No para remover el pasado.
Sino para verla una vez más. Para asegurarse de que estaba bien. Para agradecerle por haberle dado una vida nueva.
Alban también notó algo más mientras observaba el salón.. había personas allí que, años atrás, habría matado sin dudarlo. Generales condecorados, duques sonrientes, estrategas del reino. Incluso la mujer que una vez fue llamada santa, la falsa santa caminaba entre risas, y a lo lejos, el propio rey Adrián, rodeado de nobles y música.
Antes, esos nombres habrían encendido su ira.
Ahora… solo eran recuerdos de otra vida.
No los justificaba.
No los perdonaba.
Pero ya no vivía para destruirlos.
Mientras pensaba en ello, se distrajo un instante, hablando con uno de los hombres bajo su mando. Cuando volvió a alzar la vista, Ginger ya no estaba.
El vacío fue inmediato.
—¿Lady Evenhart? —preguntó con aparente indiferencia—. ¿La viste salir?
El joven dudó un segundo antes de responder.
—Sí, señor. Se fue hace un rato.
Alban frunció apenas el ceño.
—¿Sola?
—No —añadió el muchacho—. Salió con un hombre joven. Parecían… cercanos.
La palabra cercanos se le clavó en el pecho.
Alban asintió, fingiendo que no le importaba.
—Bien. Gracias.
Se quedó allí, inmóvil, mientras la música seguía sonando y las risas llenaban el aire. Algo dentro de él se movió, incómodo, inesperado. No era rabia como antes. Tampoco odio.
Era… molestia.
Una punzada sorda, injustificada, que no tenía derecho a sentir.
No es asunto mío, se dijo.
Ginger había sido clara años atrás. Él también. Habían seguido caminos distintos. Ella había prosperado, brillado, construido. Él había sobrevivido, luchado, cambiado de nombre…
Y aun así.
La imagen de Ginger alejándose con otro hombre no lo abandonaba. La forma en que sonreía, cómo inclinaba la cabeza al escuchar, esa elegancia natural que siempre había tenido.
Alban cerró los ojos un instante y respiró hondo. No había vuelto a Mercia por ella. Había venido por trabajo, como jefe de seguridad de la caravana de un viejo conde. Eso era todo.
Pero cuando los abrió, ya sabía la verdad..
Había cambiado de nombre.
Había cambiado de vida.
Había dejado atrás la venganza.
Pero no había dejado atrás a Ginger Evenhart.