FERNANDO LÓPEZ fue obligado a asumir a una esposa que no quería, por imposición de la “organización” y de su abuela, la matriarca de la familia López. Su corazón ya tenía dueña, y esa imposición lo transformó en un Don despiadado y sin sentimientos.
ELENA GUTIÉRREZ, antes de cumplir diez años, ya sabía que sería la esposa del hombre más hermoso que había visto, su príncipe encantado… Fue entrenada, educada y preparada durante años para asumir el papel de esposa. Pero descubrió que la vida real no era un cuento de hadas, que el príncipe podía convertirse en un monstruo…
Dos personas completamente diferentes, unidas por una imposición.
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Capítulo 15
El día apenas había comenzado, pero Fernando sabía que tendría que tomar decisiones. No solo sobre negocios, sino sobre su vida personal. Elena merecía más que silencio y tarjetas ilimitadas. Merecía más que dividir el espacio con fantasmas.
Aun así, no conseguía imaginarse tocándola, besándola, renunciando a la muralla que había construido en torno a sí desde la partida de Valéria García.
Se sentó finalmente a la mesa, abrió el laptop y comenzó a revisar los informes. Pero incluso los números, las estrategias y los contratos no conseguían callar la voz que resonaba en su mente: la de su propia conciencia, recordándole la mirada serena de Elena y la promesa silenciosa que ella cargaba.
Cerró los ojos por un instante, después, con el peso de un hombre que cargaba muchas responsabilidades, comenzó el día de trabajo.
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El sol ya atravesaba las cortinas pesadas del cuarto principal, despertando a Elena despacio, que extrañó el silencio absoluto alrededor.
En los primeros segundos, creyó que Fernando estaría acostado a su lado, pero al extender la mano encontró solo el vacío frío de las sábanas. El perfume de él, una mezcla de madera y whisky, permanecía impregnado, pero su presencia ya se había disipado.
Elena se quedó allí por algunos instantes, observando el techo alto, intentando organizar sus pensamientos. Era su primera mañana como señora López en aquel apartamento y ya sentía el peso de la soledad.
Un apretón en el pecho le recordó que estaba en territorio enemigo: todo a su alrededor cargaba la marca de Valéria Garcia.
Se sentó en la cama, aún en camisón y dejó que los pies tocaran el suelo frío de mármol. Fue en ese instante que tomó la decisión. No podría pasar los próximos años compitiendo con los fantasmas de una mujer que siquiera estaba presente. Si quería construir algo con Fernando, incluso que fuese solo una sombra de matrimonio, necesitaba pagar Valéria de aquellas paredes.
Suspiró hondo, levantándose con determinación.
—Este lugar será mío.— dijo en voz baja, casi como un juicio.
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Elena comenzó por el cuarto.
Abrió las cortinas pesadas de terciopelo que oscurecían el ambiente y dejó que la claridad inundara el espacio.
La luz trajo vida nueva, revelando cada detalle de la decoración que antes parecía sofocante.
Llamó a Carmem, que estaba en la cocina organizando el desayuno. La gobernanta apareció en la puerta, sorprendida de ver a la joven ya de pie y decidida.
—¿Doña Elena?— dijo con cautela — ¿Desea algo?
Ella respiró hondo y habló con firmeza:
—Necesito que me ayude a cambiar todo aquí. La cama, las cortinas, los muebles...todo. No quiero nada que haya pertenecido a Valéria en este cuarto.
Carmem arqueó las cejas, pero contuvo cualquier comentario. Había respeto y admiración por el tono resoluto de la joven esposa de Fernando.
—Va a ser un trabajo enorme, señora.— ponderó— Pero puedo llamar a Raúl y él mandará a alguien, llamar también a algunas tiendas y pedir que traigan opciones.
—Haga eso. Quiero ese cuarto listo antes del anochecer. — decretó Elena.
Las horas siguientes fueron intensas.
Elena no se limitó a dar órdenes: participó activamente de cada elección, de cada detalle. Retiró con sus propias manos las almohadas bordadas que cargaban el perfume antiguo de Valéria. Caminó hasta el tocador y pasó los dedos por las marcas de lápiz labial que aún manchaban el espejo. Una puntada de amargura le atravesó el corazón, pero también sirvió de combustible.
—Nunca más.— murmuró, pidiendo que retiraran el mueble inmediatamente.
En el lugar, escogió un tocador claro con detalles dorados que reflejaban su propia feminidad. Las cortinas pesadas fueron sustituidas por tejidos ligeros en tono marfil, que dejaban entrar la luz sin perder la sofisticación.
"Ahora, si él se acuesta a mi lado, será en una cama que nos pertenece a nosotros, no a ella."
El impulso de transformación no paró en el cuarto. Ya que Fernando le había dado la tarjeta, ella no se sentiría constreñida en usarla...
Helena recorrió cada estancia de la cobertura como una conquistadora en territorio enemigo. El clóset fue reorganizado, y cualquier recuerdo dejado por Valéria, fue ordenado que lo llevaran al basurero del edificio.
En la sala de estar ella mandó retirar todo. La empresa contratada no midió esfuerzos, y luego todo fue sustituido.
Dándose por satisfecha, resolvió dejar el restante para el día siguiente. Arregló personalmente el jarrón de rosas blancas sobre la mesa.
Al final del día, el apartamento ya estaba irreconocible. El clima pesado había cedido espacio para un ambiente luminoso, aireado, con muebles nuevos y toques personales escogidos por Elena.
Exhausta, pero satisfecha, ella se sentó en el nuevo sofá de la sala. Por primera vez, se sintió dueña de aquel espacio. No era más una visitante perdida en medio de los recuerdos de otra mujer.
Sabía que Fernando podría extrañarse al llegar, tal vez hasta irritarse. Pero también sabía que necesitaba marcar su lugar.
"Si él no quiere amarme, está bien." pensó. "Pero tendrá que respetarme."
A medida que la noche se aproximaba, Elena quedó más aprehensiva. Fernando no tenía idea de la revolución que ella había promovido.
Aun que tuviese el derecho de redecorar su hogar, tenía miedo de provocar una reacción fría o hasta explosiva.
Ella se arregló cuidadosamente, escogiendo un vestido simple, pero elegante. Soltó los cabellos, los dejó caer sobre los hombros y se perfumó con fragancia suave.
Quería estar lista cuando él llegase, para mostrar estar allí de cuerpo entero, dispuesta a ocupar el lugar de esposa y señora de aquella casa.
Al caminar por la sala redecorada, se sentó extrañamente confiante.
—Hoy, él va a percibir que Elena Gutiérrez no es sombra de nadie.— dijo para sí misma.
Mientras aguardaba, sentada delante de la mesa de jantar, ahora renovada, Elena dejó sus pensamientos vagar.
Recordó los años de espera, de las noches en que soñaba con el casamiento, de las historias que creaba en su mente sobre el futuro al lado de Fernando López.
La realidad era dura, fría y muy diferente de lo que imaginara. Pero aun así, en el fondo de su corazón, había una llama. No era ingenuidad, era determinación.
"Él puede rechazarme hoy, mañana o en el próximo mes," reflexionó. "Pero yo no voy a desistir. Seré su esposa, un día él me verá. "