Con Miedo Amar

Me encontraba entre los brazos de Morfeo cuando, de un momento a otro, escuché la voz de mi mamá. Abrí los ojos lentamente.

Miranda: Ann, hija… te buscan.

Ann: ¿Quién es mamá? —respondo soñolienta—Dile que me morí.

Miranda: Anda hija, creo que se llama Tiago.

Abrí los ojos de golpe, ahora sí completamente despierta.

Ann: Mamá, le hubieras dicho que no estaba.

Miranda: Me insistió mucho para que te buscara.

Suspiré.

Ann: Está bien...

Me levanté de mala gana, me recogí el cabello en una coleta improvisada y salí al balcón. Y ahí estaba Tiago, como si nada hubiera pasado, como si no me hubiera dejado hecha un desastre anoche.

Ann: Hola Tiago ¿Me buscabas?

Tiago: Hola reina… disculpa si te desperté, es que necesitaba hablar contigo.

Ann: Ya no te preocupes —respondí seca, demasiado seca— ¿Qué me tienes que decir?

Tiago: Quería que habláramos de lo que pasó ayer, te juro que no sabía que Isa iba a aparecer y…

Ann: Tiago —lo interrumpí—, no me interesa lo que pase entre tú e Isabella.

Tiago: Lo entiendo, solo quería pedirte disculpas si ella te hizo sentir incómoda.

Reí sin humor.

Ann: No me sentí incómoda, estuve tan cómoda como tú en sus brazos —hablo con un tono que arde— Y me divertí mucho con los chicos.

Vi cómo sus manos se cerraron en puños, le hervía la sangre.

Tiago: Sí… eso vi, cuando estabas bailando con ese chico.

Lo dijo con veneno.

Tiene HUEVOS.

Ann: Ajá, me cayó muy bien —sonrío con descaro—. Y baila espectacular.

Tiago: Jummm… se notaba que disfrutaste más con él que con nosotros.

Ah no.

Esto sí es el colmo.

Ann: ¿Cómo te atreves a decir eso? Tú nos dejaste por irte a besar con Isabella… y quién sabe a qué más.

La expresión se le derrumbó, su mandíbula seguía tensa, pero sus ojos… sus ojos tenían algo que no quería ver: dolor.

Tiago: Ann… yo no quería lastimarte.

Lo dijo bajito, casi quebrado.

Ojalá no lo hubiera escuchado.

Yo crucé los brazos, queriendo verme fuerte, aunque por dentro… temblaba un poco.

Ann: Para lastimarme, tú y yo tendríamos que ser algo, Tiago —le digo firme—. Algo más que simples amigos.

Y fue como si mis palabras lo golpearan, su mirada dolía.

Tiago: Ann… tú me—

Su celular empezó a sonar.

Tiago: Hola, Isa —me miró y yo puse los ojos en blanco— Estoy ocupado, hablamos luego.

Colgó.

Ann: Es mejor que te vayas Tiago, no vaya a ser que aparezca Isabella aquí en mi casa.

Tiago: No, tú y yo estamos hablando.

El celular SONÓ otra vez.

Ann: Pues... parece que tu novia no va a dejar que esta conversación termine.

Tiago: Isabella no es mi novia. Déjame explicarte, Ann… no te quiero perder.

El celular no dejaba de vibrar.

Ann: Mira, Tiago ya vete, ella te espera.

Me di la vuelta para entrar a la casa, pero sentí cómo él agarró mi brazo.

Tiago: Esto no se va a quedar así, te buscaré después cuando estemos más tranquilos.

Me safé.

Ann: Sí claro, como digas.

Entré sin mirar atrás.

Escuché su moto encenderse y supe inmediatamente hacia dónde iba.

Dónde más.

Con Isabella.

Subí las escaleras rápido, sin mirar a mi mamá para que no me preguntara nada, llegué a mi cuarto, cerré la puerta y me dejé caer sobre la cama boca arriba mirando el techo como si ahí estuviera la respuesta a todo lo que no entiendo.

Porque no entiendo nada.

¿Por qué me duele tanto?

¿Por qué se me hace un nudo en el pecho cuando escucho el nombre de Isabella?

¿Por qué su mirada me desarma?

¿Y por qué, aunque lo niego, sé que lo que vi anoche sí me dolió?

Me giré de lado, abrazando una almohada como si pudiera contenerme, en cuanto cerré los ojos, su imagen volvió: Tiago mirándome con esa mezcla de celos y preocupación, como si de verdad le importara.

Y lo odio por eso, lo odio porque no lo suelta a él… pero tampoco puedo soltarlo yo.

Una lágrima caliente se me escapó, luego otra… y después ya no pude controlarlo, me tapé la cara con las manos mientras un sollozo se me escapaba.

Ann: Qué estúpida eres… —me dije en voz baja.

Pero no era estúpida solo estaba enamorada de la peor persona, en el peor momento, y de la manera más dolorosa.

Cada vez que Isabella aparecía era como una sombra que él nunca terminaba de dejar atrás, y yo no quería ser “la otra”, ni la segunda opción, ni la que él busca solo cuando la otra no contesta.

Me limpié las lágrimas con la manga de la sudadera y respiré profundo, intentando obligarme a calmarme.

Pero seguía ardiendo por dentro.

Ann: No voy a llorar por él otra vez, me dije… aunque claramente ya había fallado.

Me senté al borde de la cama, aún con la mirada nublada, y apreté los puños, no podía dejar que me viera débil.

Ese día entendí que uno puede estar roto sin que nadie lo note, y que a veces, enamorarse de la persona equivocada… también es una forma de perderse, aunque esa era una verdad que no quería aceptar.