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Esencia De Oso

Esencia De Oso

Status: En proceso
Genre:Vampiro / Hombre lobo / Apoyo mutuo
Popularitas:1.7k
Nilai: 5
nombre de autor: IdyHistorias

Un chico se queda solo en un pueblo desconocido después de perder a su madre. Y de repente, se despierta siendo un osezno. ¡Literalmente! Días de andar perdido en el bosque, sin saber cómo cazar ni sobrevivir. Justo cuando piensa que no puede estar más perdido, un lince emerge de las sombras... y se transforma en un hombre justo delante de él. ¡¿Qué?! ¿Cómo es posible? El osezno se queda con la boca abierta y emite un sonido desesperado: 'Enseñame', piensa pero solo sale un ronco gruñido de su garganta.

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Mi abejita

Cuando llegamos a mi cabaña, el aire frío de la noche nos recibió, pero lo único que sentía era el calor que Ámbar irradiaba, incluso desde el asiento del copiloto. Bajó de la camioneta con su bolso y el termo en la mano, y me esperó en silencio mientras yo abría la puerta. El sonido de nuestras pisadas sobre la grava fue el único testigo de esos momentos. No necesitábamos palabras; algo en el aire entre nosotros las había reemplazado.

Entramos, y ella dejó su bolso sobre la mesa de la sala, su mirada recorriendo el espacio como si estuviera memorizándolo de nuevo. Su presencia llenaba la habitación de una manera que no podía ignorar. Ámbar siempre había estado en mi vida de forma intermitente, como una chispa que iluminaba mis días, pero esta vez era diferente. Esta vez, era como si la casa cobrara vida solo porque ella estaba dentro.

Ella tomó el libro que me había regalado cuando me mudé, el mismo que siempre estaba cerca de mi cama. Me preguntó si lo había leído, y aunque respondí que sí, lo que no le dije es que lo había leído tantas veces que podría recitar sus páginas. Ese libro era más que palabras; era un vínculo con ella.

El silencio no era incómodo, pero el peso de lo que estaba sucediendo entre nosotros lo hacía palpable. Me acerqué lentamente y, sin pensarlo demasiado, la rodeé con mis brazos desde atrás. Su cuerpo se relajó contra el mío, y el mundo desapareció en ese momento. Solo estábamos ella y yo. Apoyé mi mentón en su cabello y respiré su aroma, una mezcla dulce y cálida que siempre me tranquilizaba.

—Me gustas —dije, y el peso de esas palabras se liberó de mi pecho.

Ella se giró en mis brazos, sus ojos buscándome con una intensidad que me dejó sin aliento. —Dímelo otra vez —susurró, como si quisiera asegurarse de que era real.

—Me gustas —repetí, más seguro esta vez. Y antes de que pudiera responder, me incliné y la besé. Sus labios eran suaves, como siempre los había imaginado, y su respuesta fue inmediata, como si también hubiera estado esperando este momento.

—Me gustas mucho —confesó cuando nos separamos, con las mejillas encendidas—. Más de lo que debería.

—Entonces estamos igual —dije, sonriendo antes de besarla otra vez.

El beso se profundizó, y cuando sus brazos se aferraron a mi cuello, algo en mi interior se desbordó. La levanté con cuidado, asegurándome de no ser demasiado brusco, y ella envolvió sus piernas alrededor de mi cintura. La sensación de tenerla tan cerca, de sentir cómo se entregaba sin reservas, hizo que todo dentro de mí gritara por más. La llevé a mi habitación, nuestras respiraciones entrecortadas llenando el espacio, los besos dejando un rastro ardiente entre nosotros.

La deposité suavemente en la cama, su cabello cayendo en ondas sobre las sábanas. La forma en que me miraba, con los labios hinchados y los ojos brillantes, me dejó completamente expuesto. Mis manos recorrieron su cintura con cuidado, tratando de memorizar cada curva, cada detalle. Me incliné para besarla de nuevo, esta vez más lento, dejando que mis labios exploraran su cuello y bajaran hacia el escote de su camiseta. Cada vez que su cuerpo respondía a mi toque, me sentía más conectado con ella, como si estuviéramos hechos para esto.

Me detuve un momento, mirándola. Mi respiración era pesada, y el deseo me quemaba por dentro, pero el pensamiento de mi tamaño y mi fuerza volvió a cruzar mi mente. No podía permitirme un error. —Ámbar… si en algún momento quieres que me detenga, solo dímelo. No quiero hacerte daño —le dije, mi voz ronca y cargada de emoción.

Ella negó suavemente con la cabeza, llevando una mano a mi mejilla. —Confío en ti, Derek —susurró, y esas palabras disiparon mis dudas.

Sus manos se deslizaron bajo mi camiseta, explorando mi piel, y me quité la prenda de un solo movimiento. La forma en que sus ojos recorrían mi torso hizo que mi corazón latiera con fuerza. Ella se inclinó hacia adelante y comenzó a besarme desde el cuello hasta el abdomen, cada beso dejando un rastro de calor que me hacía perder el aliento.

El resto del mundo dejó de importar. Cada toque, cada susurro, cada mirada nos envolvía en un universo donde solo existíamos ella y yo. Nos movíamos con cuidado, pero también con urgencia, como si estuviéramos desatando algo que había estado contenido durante demasiado tiempo.

Cuando sus colmillos asomaron ligeramente, y vi el conflicto en su mirada, supe lo que estaba pensando. Incliné la cabeza hacia un lado, ofreciéndole mi cuello sin dudarlo. —Puedes morderme, Ámbar. No tienes que contenerte conmigo.

Ella me miró, sus labios rozando mi piel, y confesó con un susurro: —Si hago esto… no podré detenerme. Podría vincularnos.

—Entonces hazlo —le respondí, sin una pizca de duda en mi voz—. Quiero ser tuyo, como tú ya eres mía.

Ella tembló un instante antes de ceder. Cuando sus colmillos se hundieron suavemente en mi piel, una ola de sensaciones me invadió: placer, conexión, un sentimiento de pertenencia que nunca antes había conocido. Y supe, con certeza, que no había marcha atrás, y que no quería que la hubiera.

Cuando sus colmillos se hundieron en mi cuello, una ola de calor recorrió todo mi cuerpo, quemándome desde adentro. Mi autocontrol, cuidadosamente construido, se desmoronó en segundos. Moví mi cuerpo contra el de ella, desesperado, como si temiera que esta conexión se desvaneciera. El deseo me consumía, pero una voz dentro de mí me recordó algo primordial: no podía perderme por completo sin asegurarme de que ella estuviera conmigo, de verdad.

Mis ojos se posaron en el lugar donde mi marca debería estar, en esa unión perfecta entre su cuello y su hombro. Una necesidad arrolladora de reclamarla, de sellar este momento para siempre, me hizo contener la respiración. Pero también dudé. ¿Y si ella no quería? La idea de marcarla sin su permiso me pareció insoportable.

—Ámbar… —comencé, con la voz rota y entrecortada—. ¿Puedo...?

Su respuesta llegó antes de que pudiera completar la frase. Con una mirada llena de confianza y algo más, inclinó la cabeza hacia un lado, ofreciéndose.

—Hazlo —susurró.

Sentir esas palabras, su permiso, su deseo tan claro, me golpeó con fuerza. Incliné la cabeza y besé la piel suave donde dejaría mi marca, saboreando el momento. Ella se estremeció bajo mi toque, y un leve gemido escapó de sus labios.

—Por favor, Derek… —dijo, con urgencia.

Ese ruego fue mi perdición. Cerré los ojos y dejé mi marca, con cuidado, con reverencia, mientras sentía cómo nuestras esencias se entrelazaban. La intensidad del momento nos llevó a un clímax compartido, abrumador.

Nos quedamos abrazados, piel contra piel, mientras nuestras respiraciones se calmaban. Pero cuando ella comenzó a moverse sobre mí, algo cambió. Su toque, sus movimientos, se volvieron más lentos, más suaves. Sus manos recorrieron mi rostro como si quisiera memorizar cada detalle, sus ojos nunca dejaron los míos.

Esta vez no era hambre ni necesidad. Era algo diferente. Quería demostrarme algo que iba más allá del deseo físico, algo tierno y sincero. Sentí su amor en cada caricia, en cada beso lento que depositó en mi piel. Y yo correspondí, siguiéndola con delicadeza, sin prisa, perdido en su mirada. En esos momentos, solo existíamos nosotros, envueltos en una conexión pura.

Así, la noche se convirtió en un baile interminable de pasión y ternura, donde lo único que importaba era estar juntos, completamente entregados el uno al otro.

Cuando desperté y no la encontré a mi lado, el frío vacío que dejó su ausencia fue como un golpe directo al pecho. Me incorporé de golpe, con el corazón acelerado y el miedo en la garganta. El pánico se apoderó de mí antes de que pudiera pensar con claridad. ¿Se había arrepentido? ¿Había decidido que no quería estar conmigo?

El espacio vacío a mi lado me pareció un abismo. En mi estado de terror, no noté de inmediato el olor persistente de su presencia. Ni siquiera vi su ropa dispersa por el suelo hasta que tropecé con sus pantalones.

Mi respiración se detuvo un segundo, y después, un alivio intenso se apoderó de mí. Ella seguía aquí. Ella no se había ido.

Aspire su aroma, más fuerte ahora, y la seguí hasta la sala. La encontré allí, sentada en el sillón, abrazando sus piernas, con lágrimas rodando por sus mejillas. Mi pecho se contrajo al verla así, frágil y dolida. Por un momento, olvidé mi propio miedo.

—Ámbar… —mi voz fue apenas un susurro.

Ella levantó la mirada al oírme. Sus ojos brillaban, llenos de emociones, y al verme, un rubor cubrió sus mejillas. Fue entonces cuando me di cuenta de que estaba desnudo. Sin pensar, tomé un cojín del sofá y me cubrí, sintiéndome un poco ridículo.

—¿Qué haces aquí? —pregunté, tratando de sonar tranquilo, pero mi voz salió tensa.

Ella apartó la mirada, mordiéndose el labio.

—Lo siento… —dijo en un hilo de voz—. Es que…

No terminó la frase. Me acerqué lentamente, todavía con el pecho apretado por el miedo.

—¿Te arrepentiste? —pregunté, con más vulnerabilidad de la que hubiera querido mostrar.

Ella levantó la cabeza de golpe, negando con desesperación.

—¡No! —exclamó, su voz quebrada—. Ayer fue… fue lo más increíble que he vivido. Pero…

Su voz se quebró, y vi que sus lágrimas volvían a caer. No lo pensé más. Me acerqué a ella, arrodillándome frente al sillón. Tomé su rostro entre mis manos, obligándola a mirarme.

—Dime qué pasa —le pedí, con un susurro urgente—. Por favor. No quiero que te alejes de mí.

Ella se lanzó a mis brazos de repente, abrazándome con fuerza. Su cuerpo temblaba contra el mío, y la sostuve con todas mis fuerzas, como si con mi abrazo pudiera protegerla de cualquier cosa.

—No quiero que me odies… —susurró, escondiendo el rostro en mi cuello.

La estreché más contra mí, acariciando su cabello.

—Nunca podría odiarte —le respondí, y en ese momento lo supe con certeza.

Ella se apartó solo lo suficiente para mirarme. Sus ojos estaban llenos de inseguridad, con un rubor intenso cubriendo sus mejillas, mientras balbuceaba:

—Me desperté… y me sentí tan feliz y segura a tu lado. Pero entonces… te miré. Eras tan… atractivo, tan lindo. Sin darme cuenta… bebí un poco de ti.

Su voz fue apagándose al final, y antes de que pudiera reaccionar, se tapó el rostro con las manos, claramente avergonzada.

La sonrisa que me salió fue de puro alivio. Ahora todo tenía sentido, y la ternura que me inspiró fue abrumadora. Tomé sus manos, apartándolas con suavidad de su cara para besar sus mejillas.

—Eres como una abejita entonces —murmuré, dejando un beso ligero en su frente—. Pero eso está bien. Es normal, ¿de acuerdo?

—¿En serio? —susurró, con el ceño todavía fruncido.

Asentí, inclinándome hacia su cuello para besar la marca que yo mismo había dejado en ella. Su cuerpo se estremeció ante el contacto, pero no se apartó.

—Sí, abejita. Este vínculo… funciona en ambas direcciones. Yo absorbo tu esencia a través de la marca, y tú la tomas de mí. Así que no hay nada de qué preocuparse. Somos compañeros. Esto es nuestro.

Su respiración se calmó, pero podía sentir que una parte de su tensión seguía ahí. Quise aliviarla, así que decidí cambiar el tono a algo más ligero.

—A ver… —dije con una sonrisa traviesa—, ¿soy atractivo o lindo? Porque "lindo" suena a algo que se dice de un peluche.

La miré con fingida incredulidad, y por un segundo, su expresión sorprendida dio paso a una risa suave.

—Eres ambos, tonto —respondió finalmente, con una chispa de picardía en sus ojos.

—No, no, no. Yo no soy ni atractivo ni lindo —negué, encogiéndome de hombros como si no me importara—. Solo soy un tipo grande, nada más.

Ella me miró fijamente, su ceño fruncido con una determinación que me tomó por sorpresa. De repente, apartó el cojín que había entre nosotros y, antes de que pudiera reaccionar, se deslizó sobre mi regazo. El calor de su cuerpo envolvió el mío, y mi corazón comenzó a latir más rápido.

—Es cierto, eres grande… —murmuró, llevando sus manos a mi rostro con una ternura que me desarmó—. Pero eres hermoso, Derek.

No tuve tiempo de responder. Sus labios buscaron los míos con un ímpetu que no esperaba, pero que tampoco iba a rechazar. Sus besos, suaves y profundos, hablaban más que sus palabras. Sus manos se deslizaron por mi cuello, bajando lentamente por mis hombros, mientras mi propio cuerpo respondía, guiándola con un cuidado casi reverencial.

—Me gusta cada parte de ti —susurró, con una convicción que hizo que todo en mí se encendiera.

La ayudé a moverse sobre mí, nuestras respiraciones mezclándose en el aire cálido de la habitación. El deseo seguía ahí, pero se sentía como algo más: una conexión profunda que iba más allá de lo físico.

Cuando finalmente alcanzamos el clímax, fue como si el mundo se detuviera por un instante. Exhaustos, ella se dejó caer sobre mi pecho, con su cabello esparcido sobre nosotros.

—Creo que decir "me gustas" no abarca todo lo que siento por ti —murmuró, alzando la vista para mirarme con sus ojos llenos de una emoción que me dejó sin palabras—. Te amo, Derek.

El mundo se volvió más brillante con esas palabras. Una sonrisa genuina, probablemente la más grande que jamás había tenido, se formó en mis labios mientras la abrazaba más fuerte.

—Yo también te amo, Ámbar —susurré, besando su frente.

Nos quedamos así por un rato, simplemente disfrutando del momento. Cuando finalmente nos levantamos, decidimos darnos una ducha. Mientras el agua caliente corría por nuestros cuerpos, intenté encontrar alguna comparación con lo que acabábamos de vivir, pero no había nada.

Me acerqué para ayudarla a enjuagar su cabello, mis dedos desenredando las hebras con cuidado. Ella sonreía, robándome besos entre risas. Después, mientras nos secábamos, le pasé una de mis camisetas. Era demasiado grande para ella, pero al verla con esa prenda, sentí que no había nada más adorable en el mundo.

Entramos a la cocina, y entre risas y canciones inventadas que solo ella parecía escuchar, preparamos el desayuno. No pude evitar preguntar, mientras la observaba bailar, si realmente entendía lo que significaba estar vinculados.

—¿Sabes lo que implica esto? —le dije, intentando no sonreír demasiado.

—Claro que sí —respondió, dándome una sonrisa traviesa—. Es como casarnos, pero sin tanto trámite y ahorrándonos la fiesta.

Solté una carcajada, negando con la cabeza. Me encantaba su forma de verlo.

—Bueno, creo que tienes el concepto, más o menos —admití, atrapándola entre mis brazos mientras la levantaba ligeramente.

Ella pasó sus brazos por mi cuello, acercándose más a mí.

—Además, ¿qué puede ser más romántico que una luna de miel con un osito tan dulce? —susurró, dándome un beso rápido en los labios.

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Martha Martina
x favor escritora continúa con la historia xq es brillante y muy hermosa 😭x favor 👏
Martha Martina
increíblemente hermoso espero que la autora siga contando la historia xq es taaaan buena muchacha felicidades hermosísima historia 😢😘❤️♦️❤️
IdyHistorias: La autora se fue de vacaciones pero ya volvió … 🫣
total 1 replies
~§~*NAY*~§~
llore😭
Greiselyn lisbeth
se ve interesante 😉
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