Camila tiene una regla: no mezclar negocios con emociones. Pero Gael no es fácil de ignorar. Es arrogante, brillante y está decidido a ganarle. En los proyectos, en las reuniones… y también en el juego de miradas que ninguno de los dos admite estar jugando.
Lo que empezó como una guerra silenciosa de egos pronto se convierte en una batalla más peligrosa: la de resistirse a lo prohibido.
¿Hasta dónde están dispuestos a llegar por ser los mejores… sin perderse el uno al otro?
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Extrañamente incomoda
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Había algo profundamente irritante en ver a otra mujer reírse de los chistes de Gael.
Sobre todo si la risa era seductora, musical, y con una mano sutilmente tocándole el brazo cada vez que se reía.
Estábamos en la sala de juntas. Gael, yo, Lucy que no paraba de mirarme como diciendo "te lo dije" y Anika, la enviada especial de Spark, que además de ser una profesional brillante... también parecía salida de un comercial de lencería de lujo.
—Creo que si combinamos el concepto de eco-innovación con un enfoque emocional, podríamos conectar mejor con el consumidor final —dijo Anika, mientras pasaba la presentación en su tablet de última generación. Toda ella parecía un comercial de Apple.
—Totalmente de acuerdo —dijo Gael, con esa sonrisa que antes me daba a mí.
A mí.
No a Anika la encantadora, piernas kilométricas, piel perfecta, labios de mamadora luxury y sonrisa blanca nivel diseño de sonrisa color tapa de baño.
—Yo propongo algo más disruptivo —intervine, casi escupiendo las palabras—. Algo con humor. Que rompa el molde. Spark necesita algo que se viralice, fresco, no que se vea bonito.
Anika me sonrió. Con amabilidad. Condescendiente. Con esa expresión que te acaricia y te apuñala a la vez.
—Claro, algo con humor suena bien... aunque hay que tener cuidado de no trivializar la causa. La sustentabilidad es un tema sensible.
—Puedo manejarlo —dije, como si me estuviera jugando un Óscar.
—Por supuesto, no lo dudo —respondió rodando los ojos.
¡Esa perra elegante me está subestimando!
Ahí estaba Gael, mirándonos a ambas sin saber si querer quedarse ahí o correr por su vida.
—Podríamos probar los dos enfoques y luego ver cuál funciona mejor con un grupo test —propuso él, en modo pacificador.
Me crucé de brazos.
—Perfecto.
El ambiente estaba tan tenso que si alguien tiraba un clip al piso, explotaba.
Una hora después, salimos de la sala. Lucy me alcanzó en el pasillo con su típica cara de cálmate, amiga.
—Camila... estás a un comentario pasivo-agresivo más de lanzarle tu computador a la cabeza.
—No la soporto.
—No es tan terrible.
—Es hermosa, es lista, es amable y lo conoce mejor. ¡Todo en uno, Lucy! ¡Es como un pack ejecutivo diseñado para arruinarme la semana!
Lucy se rió.
—¿Estás celosa?
—¡No estoy celosa!
—Mmm... Me preocupa que no lo aceptes mi querida amiga. Estás en esa situación donde juras que no te importa, pero luego lo ves sonriendo con otra y la cabeza te explota en celos.
—Lucy, cállate.
Más tarde, mientras caminaba hacia mi escritorio, vi a Anika apoyada contra el escritorio de Gael, riendo bajito por algo que él decía. Él sonreía, relajado. Cómodo.
Y entonces, él giró, me miró... y descaradamente me guiñó un ojo.
¡Ese idiota!
El mismo que hace dos noches me tenía contra la pared de mi cocina. El que me dió tan duro que hizo que mis piernas temblaran, el que me dijo que no quería complicarse la vida con nadie de la oficina.
¿Y ahora? Coqueteando con su ex que además estará seis meses en nuestro mismo proyecto.
Seis putos meses.
Voy a necesitar vino. Terapia. O ambas.
Llegué al apartamento con una sola misión: olvidarme de todo lo que acababa de pasar.
De Anika, su risita delicada, su perfume caro, y de ese maldito guiño de Gael que me hizo hervir por dentro. Iba a desconectarme, a relajarme, a servirme una copa de vino y recordar que yo también soy increíble, que no necesito demostrarle nada a nadie. Que...
Toc, toc. —se escucharon golpeteos en la puerta era principal.
—No puede ser —murmuré, con la copa en la mano—. Si es Lucy, la amo, pero no tengo fuerzas para hablar de Anika y sus dientes perfectos.
Me acerqué a la puerta, miré por la mirilla... y ahí estaba él.
Gael.
Abrí la puerta apenas una rendija.
—¿Qué quieres?
—Hola, Duval. Me quedé sin vino.
—¿Y eso te obliga a tocarme la puerta?
—No —sonrió—, pero pensé... que si ya me viste hablando con Anika y apostaría mi moto, a que piensas que ando coqueteando con ella, al menos podía compensarlo compartiendo una botella contigo.
—¿No te da vergüenza?
—Un poco. Pero tengo cara bonita, eso compensa —y me guiñó el mismo ojo que horas antes me había enfurecido en la oficina.
Respiré hondo. Cerré los ojos.
No. No. No. No va a entrar. Camila, tienes dignidad. Tu puedes. Dile que se vaya, cierra la puerta y vete a dormir como una adulta funcional.
—Entrá rápido antes de que me arrepienta.
Fue lo único que dije.
Tarada
Estábamos en el sofá. Él con su copa, yo con la mía. Había puesto algo de música suave, más por costumbre. El ambiente era... cálido. Cómodo.
Demasiado cómodo.
—¿Y entonces? —pregunté, haciéndome la indiferente—. ¿Qué fue todo eso con Anika?
—¿Qué cosa?
—No te hagas el idiota, Moretti.
—Nada. Fue una reunión. Trabajamos y hablamos.
—¿Te ríes así con todo el mundo? ¿O solo con tus ex's?
Gael levantó una ceja, divertido.
—¿Estás celosa?
—No.
—¿Segura?
—¡Sí! No me importa lo que hagas con ella. Es más, haz lo que quieras. Besala, vuelve con ella, casate si te pinta. Total, no somos nada.
Ups.
Él apoyó el vaso en la mesa, se inclinó hacia mí, la mirada seria de repente.
– Se nota que no estás celosa—Soltó sarcásticamente.
–Enserio, puedes hacer lo que quieras con ella, no me importa.
—¿Y qué pasa si no quiero hacer nada con ella?
—Entonces tienes muy mal gusto. Porque Anika es perfecta.
—No es perfecta —respondió bajito—. Me gusta lo que pasa cuando te enojas. Eres más linda.
—Dejá de decir esas cosas. Ya sabemos a qué llevan.
—¿Y a dónde llevan?
—A mi cama. A tu boca en mi cuello. A tus manos por todos lados y no estoy de humor para eso.
Gael se acercó más.
—¿Y si quiero repetir?
El ambiente se volvió eléctrico. Sus ojos, su voz... todo me estaba arrastrando de nuevo.
—Eres un maldito—susurré.
—Sí. Lo soy.
Y me besó.
Lento.
Seguro.
Con esa maldita arrogancia suya que me enciende como un fósforo.
Me dejé llevar. Mi cuerpo lo eligió antes que mi cabeza y cuando me di cuenta, ya no estábamos sentados.
No sé en qué momento su boca bajó a mi cuello como si ya le perteneciera.
Lo único que supe fue que su lengua hizo contacto con mi piel y yo dejé de pensar.
Su aliento estaba caliente, su mirada fija en la mía, y sus manos, joder... sus manos sabían a dónde ir.
Sabían cómo tocarme.
Como si me hubiese estudiado.
Maldito perfeccionista.
—Camila —murmuró contra mi clavícula—, dime que no quieres esto y me detengo.
Lo odié. Por ser tan correcto, incluso mientras me empujaba al infierno.
—Si te detienes, te mato.
Y ahí se rompió todo.
Nos besamos como si hubiésemos estado años conteniéndonos. Como si el roce del otro calmara una sed que veníamos negando desde el primer "buenos días" en la oficina.
Mi espalda chocó contra la pared.
Mis piernas lo rodearon.
Mis manos tiraron de su camisa como si me ardieran las palmas.
Él me alzó con una facilidad absurda, como si supiera exactamente cómo y dónde sostenerme, y me llevó hacía la isla de la cocina sin perder el ritmo.
Yo me reía entre jadeos.
Él murmuraba cosas que...Dios, me hacían temblar más de lo que debería.
—Eres un problema —le dije.
—Y tu, mi adicción, nena.
Nos desnudamos a medias, solo lo necesario, como si el tiempo apremiara, como si el cuerpo del otro se nos fuera a escapar.
Y cuando por fin estuvo dentro de mí, sentí que el mundo se detenía.
No sé si fue el vino, la rabia, el que me haya agarrado el cabello, el deseo que conteníamos, o todo junto, pero esa primera embestida me sacó el aire del cuerpo.
Gael se movía con ritmo, con fuerza, con una precisión que me hizo olvidar que estaba algo enojada con el.
–Gael...no pares—gemí
Mis uñas dejaron marcas.
Mi boca soltó gemidos que no sabía que podía emitir.
– Dios...Camila —gimió Gael— Me encanta cuando gimes así, preciosa.
Su voz, ronca, susurrándome que tengo una voz linda, mientras me decía que siguiera gimiendo así, fue el detonante de todo.
Grité al final cuando el orgasmo me explotó adentro.
El se dejó caer sobre mí segundos después.
Nos quedamos así, respirando en silencio. Pegados. Sudorosos. Semi desnudos. Otra vez en la cocina.
—Esto no va a terminar bien —dije, mirando el techo.
—Ya empezó mal —respondió él, sonriendo con la voz gastada.
Me reí. A carcajadas.
Y luego me quedé callada, porque sabía que tenía razón.
Cuando me bajé de la isla para buscar algo para cubrirme, él ya se estaba vistiendo de nuevo.
—¿Te vas?
—No quiero que parezca que me estoy quedando. Es tu espacio.
Me mordí el labio.
—Puedes quedarte si quieres... Pero solo a dormir.
Gael soltó una carcajada mientras volvía a la isla, enredándose conmigo otra vez.
—¿Solo dormir, dices?
—Sí, idiota. No quiero que te me pongás romántico.
—Tranquila, jefa. Me reservás la parte fría de la cama y te prometo no enamorarme...
Rodé los ojos.
Ese idiota sabe cómo ganarse otra noche.
x ahora muy lenta y pesada