Para Maximiliano Santos la idea de tener una madrastra después de tantos años era absurdo , el dolor por la perdida de su madre seguía en su pecho como el primer día , aquella idea que tenía su padre de casarse otra vez marcaría algo de distancia entre ellos , el estaba convencido de que la mujer que se convertiría en la nueva señora Santos era una cazafortunas sinvergüenza por ello se había planteado hacer lo posible para sacarla de sus vidas en cuánto la mujer llegará a la vida de su padre como su señora .
Pero todo cambio cuando la vio por primera vez , unos enormes ojos color miel con una mirada tan profunda hizo despertar en el una pasión que no había sentido antes , desde ese momento una lucha de atracción , tentación , deseo , desconfianza y orgullo crecía dentro de el .
Para la dulce chica el tener que casarse con alguien que no conocía representaba un gran reto pero en su interior prefería eso a pasar otra vez por el maltrato que recibió por parte de su padre alcohólico.
NovelToon tiene autorización de Dane Benitez para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
CAPITULO 18
—¿Por qué no estás de humor? — pregunta con un deje de preocupación, mientras sus ojos intentan desentrañar el misterio que pesa en mi rostro.
—Quizás pueda ayudarte con eso y...
—Si quiero, te busco. Ahora, largarte.
Dos días han pasado desde que se fueron, y nada logra despejar mi mente de la incertidumbre sobre lo que sucede en aquella maldita ciudad.
Intento hundirme en el trabajo de la obra, pero mi concentración es una farsa; esos ojos, esa mirada que parecía atravesar mi alma, no se apartan ni un instante.
¿Estoy perdiendo la razón? En la madrugada, sin poder resistir más, terminé entrando en la habitación de Eda para robar unas prendas suyas, buscando calmar ese fuego que me devora por dentro.
Me llevo la taza de café a los labios y, por el borde, veo la figura de mi hermano entrar con esa sonrisa estúpida de siempre. “Ya olvidé cuándo fue la última vez que yo sonreí”.
—¡Buenos días, hermano! — suelta, tomando asiento con aire despreocupado.
—Buen día — respondo cortante.
—¿Has hablado con papá? — pregunta mientras desliza el dedo por su móvil.
—No. Lo último que quiero ahora mismo es enfrentarme a papá.
—¡Por lo que veo, se la están pasando bastante bien! — exclama con sorna.
—No creo que la ciudad ofrezca grandes cosas — intento quitarle importancia, aunque sé que esa es solo una mentira para calmar el sabor amargo que llena mi boca.
—¿Ciudad? — levanta una ceja— Están en París.
Me pongo rígido en mi asiento. El peso en mi pecho se vuelve insoportable al confirmar lo que ya sospechaba: papá se ha llevado a Eda a París. Mi hermano me muestra la pantalla de su teléfono.
Siento ganas de devolver el desayuno cuando veo la foto que envió mi padre: Eda en primera plana, posando frente a la Torre Eiffel. La sonrisa ilumina su rostro, y sus mejillas sonrojadas delatan el frío. Una punzada me estruja el alma.
En la siguiente imagen, papá y ella cenan en un restaurante elegante. El deseo de romper todo lo que tengo delante me consume.
—Aparta — ordeno, arrebatándole el celular.
No me interesa ver nada de eso.
Me pongo de pie sin decir más. La brisa fría de la mañana me golpea el rostro.
Ajusto el sombrero y me dirijo con paso firme hacia los establos.
El relincho de los caballos me transporta al recuerdo del día en que Eda ayudó a nacer al potrillo, una imagen que trato de enterrar sin éxito.
Ordeno que ensillen a Sultan, y rápidamente me subo sobre él para galopar lejos, hacia los terrenos más alejados del rancho.
El animal, de alma tan salvaje como la mía, parece compartir mi tormento. La tierra bajo sus cascos tiembla, la brisa se torna más fría, y el canto de los pájaros se extingue.
Al llegar a la orilla del río, ato las riendas a un tronco viejo, dejando que el silencio abrume el espacio.
__Tienes que controlarte, Maximiliano — me regaño— estás dejando que esto te afecte más de lo normal.
De momento me encuentro recordando todo lo que hicimos en la cabaña, en el baño de su habitación y joder mi cuerpo reacciona de inmediato.
Me deshago de la ropa y me lanzo al agua, hundiéndome en su abrazo fresco y envolvente. Dejo que todo lo demás se disuelva en la inmensidad del líquido, pero desgraciadamente, sus ojos color café, su cabello negro como la noche y su maldita inocencia no se desvanecen de mi mente, como un eco persistente que me atormenta.
Salgo a la superficie, dejando que los escasos rayos del sol me acaricien la piel, que anhela sus jodidas caricias, esas que me llenaban de vida y me hacían sentir completo.
En mi puta vida llegué a pensar que me encontraría en esta situación, atrapado entre el deseo y la desesperación, como un náufrago en un mar de emociones.
Pierdo la noción del tiempo que paso en el agua, sumergido en mis pensamientos, y finalmente me obligo a salir, sabiendo que debo atender la maldita obra que ya deseo acabar.
Quiero marcharme, intentar despejar mi mente de la tortura a la que me ha condenado su existencia.
El sol se oculta lentamente en el horizonte, y ansío que así de rápido pasen los días que vienen. Sé que esto no está bien, soy consciente de ello, pero no puedo evitar que su imagen se repita en mi mente, como un mantra que no puedo silenciar.
Eda...
Días después...
—Llegaremos al anochecer— me informa el hombre a quien ha dejado encargado Máximo, su voz grave resonando en la cabina del jet.
—De acuerdo— respondo, mientras me recuesto en el asiento, cerrando los ojos y dejando que los recuerdos fluyan como un río desbordado, recordando todo lo que ha pasado en los últimos días.
Inicialmente, el plan era ir a la ciudad, pero estando allí, Máximo recibió una llamada de negocios que lo llevó a viajar a Francia, y fui con él. Aunque en el fondo me habría gustado regresar al rancho, no puedo negar que fue un viaje lleno de momentos hermosos, de paisajes que me dejaron sin aliento y de experiencias que jamás pensé vivir.
Máximo se comportó como todo un caballero, siempre atento y considerado, y una vez más me recordó el propósito que tenía todo esto que habíamos hecho, un propósito que aún está lejos de cumplirse.
Me asomo desde la ventanilla y veo las luces de la propiedad Santos alzarse y resaltar en el paisaje oscuro de la noche, como estrellas que han decidido descender a la tierra.
Desde el momento en que comenzamos a aterrizar, siento un cosquilleo recorrer mi cuerpo, y estoy segura de que son los nervios que me invaden al saber que lo veré a él, el mismo hombre que ha ocupado mis pensamientos y mis sueños en los últimos días.
Intento relajarme en el asiento, pero la ansiedad se aferra a mí como una sombra, y solo me queda elevar una silenciosa súplica al cielo, pidiéndole que me ayude a llevar esta tentación prohibida que me carcome el pecho al pensar en Maximiliano.
Al fin, mis pies tocan otra vez la tierra que ha sido testigo de lo que ha surgido entre ese hombre de hermosos ojos y yo. Reconozco a Mike de pie al lado de la camioneta, su figura robusta iluminada por la tenue luz de la luna.
—Bienvenida, señora— dice con respeto, mientras se quita el sombrero y lo apoya en su pecho, un gesto que me hace sentir un poco más en casa.
—No es necesario llamarme así, Mike— le recuerdo con una sonrisa—. Con Eda, es suficiente.
Asiente, aunque no muy convencido, y se acerca a tomar el equipaje, subiéndolo a la camioneta antes de abrirme la puerta para que suba. El motor arranca con un suave ronroneo, y con cada metro recorrido, nos acercamos más a la propiedad que he echado de menos en los últimos días, un lugar que guarda tantos recuerdos y secretos.
—¡Qué gusto volverte a ver, Eda!— exclama Joseph, que está de pie en el porche, su rostro iluminado por la luz cálida que emana de la casa.
—Lo mismo digo, Joseph— me acerco hasta él y le doy un cálido abrazo, sintiendo su energía reconfortante.
—Parece que el viaje te ha sentado de maravilla— dice con una sonrisa, y me obligo a asentir, aunque en el fondo sé que mí mente está en otro lugar—. Pero sé nota que estás cansada.
—Estás en lo cierto— respondo, sintiendo el peso de la fatiga en mis hombros.
—Ve a descansar, ya mañana hablaremos y podrás contarme cómo te ha ido.
—Me parece perfecto— Joseph me regala una sonrisa dulce, tan propia de él, y me siento agradecida por su calidez.
Se aparta y termino de subir los escalones. Las puertas se abren ante mí y, desde ese mismo instante, la presión que siento en el pecho aumenta, como si la casa misma estuviera conteniendo la respiración.
Estúpidamente, mis ojos recorren con disimulo todo el salón, buscando no sé qué o a quién, como si la casa pudiera ofrecerme respuestas.
—No está en casa— dice el rubio en un susurro, pasando por mí lado.
Su mano se posa sobre mí hombro y, con ligereza, me aprieta.
Tardo unos segundos en procesar sus palabras, y cuando voy a responder, él ya se ha perdido camino a la cocina, dejándome con el corazón latiendo a mil y el mal sabor que me ha provocado su comentario.
Con el pecho apretado, subo las escaleras hasta la habitación, cada paso resonando en mi mente como un eco de mis dudas.
El interior oscuro se cierne sobre mí, y con la poca luz que se cuela por la luz encendida del baño, comienzo a deshacer mi equipaje.
Para cuando termino, ya es pasada la medianoche. Pude haberme esperado hasta la mañana, pero la inquietud que hay dentro de mí me pide que haga algo, que no me quede quieta.
Dejando todo en su lugar, prosigo a quitarme la ropa e ir a la ducha, buscando en el agua tibia un refugio temporal.
Pierdo la noción del tiempo que paso metida en la tina, dejando que el agua tibia cale en cada uno de mis poros, como si pudiera lavar mis preocupaciones. La esencia de rosas se mezcla con el olor peculiar que tiene esta noche: soledad e inquietud, creando una atmósfera casi mágica.
...
Doy tres vueltas entre las sábanas intentando dormirme, pero la acción queda a medias, más cuando una sed inmensurable se apodera de mí, como un fuego que no se apaga. Intento ignorarla para no ir por agua, pero es absurdo, ya que no cede.
Rendida, me pongo de pie y salgo de la habitación, echándome solo el albornoz sobre el vestido de pijama, sintiendo el roce suave de la tela contra mi piel mientras me adentro en la oscuridad de la casa.