"Infancia Robada, Poder Sellado"

As enormes puertas de hierro del castillo de Belfast se abrieron con un chirrido profundo y ominoso, como si el propio edificio se negara a presenciar lo que estaba por suceder.

El rey Carlos, sentado en su trono de obsidiana negra, mantenía el ceño fruncido, la mandíbula apretada, y el brazo derecho aferrado con fuerza al respaldo de su trono. Los sirvientes sabían que cuando el rey estaba en silencio por más de tres minutos, el castillo entero debía temblar.

—¿Cómo demonios pudo escapar? —gruñó, su voz era grave, pesada como un trueno contenido—. ¡Un niño! ¡Un maldito mocoso!

Frente a él, de rodillas, un comandante temblaba con la cabeza agachada.

—S-señor… hubo una confusión en el cambio de guardia… creemos que alguien de dentro facilitó su huida.

Un silencio cortó el aire como una navaja.

Vanessa, de pie junto al trono, entrecerró los ojos. Su vestido escarlata ondeaba levemente con la brisa de las antorchas, y su sonrisa estaba tan afilada como sus palabras.

—¿Crees que alguien traicionó a la corona? ¿Por ese engendro de seis años? —ella escupió la palabra como si le quemara la lengua—. No. Ese niño… esa cosa… nunca debió haber respirado nuestro aire.

Carlos se puso de pie.

—¡Quiero su cabeza!

El eco resonó por las paredes de piedra como un grito de guerra.

—Redacten un decreto. Uno que todo rincón del reino escuche. Uno que grabe en la piel de cada campesino, mercenario y cazador esta orden…

El rey levantó el brazo, y uno de los escribas se acercó de inmediato, temblando, con la pluma lista.

—Nombre: Víctor. Edad aproximada: nueve años. Cabello negro, ojos oscuros. Especie: humano indeseable.

Delito: fuga del castillo real, desobediencia a la corona, traición al trono de Belfast.

Recompensa: 100 piezas de oro y un título de favor real a quien lo entregue vivo o muerto.

Vanessa chasqueó los dedos. Dos sirvientas aparecieron y desplegaron rollos de papel grueso, mientras varios escribas comenzaban a copiar las órdenes. Pronto, los pasillos del castillo se llenaron de soldados armando paquetes de proclamas.

Lilith, desde una esquina del salón, observaba en silencio. Sus ojos brillaban con una mezcla peligrosa de curiosidad y crueldad.

—¿Y si lo traen vivo? —preguntó con un tono dulce, ladeando la cabeza como una muñeca de porcelana rota.

Carlos soltó una risa seca.

—Entonces que lo traigan… y lo arrastren encadenado por las calles hasta mi trono. Que todos vean lo que pasa con los perros que escapan de su correa.

—¿Y si se esconde entre las bestias del bosque? —agregó Vanessa.

—Entonces mataremos al bosque también —respondió el rey sin dudar—. Que preparen exploradores, rastreadores, hechiceros. Que los vientos, los ríos y los árboles sean nuestros ojos. Quiero a ese niño... o su cadáver.

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Esa misma noche, bajo la lluvia fría que golpeaba los tejados de Belfast, los primeros carteles fueron clavados en los muros de piedra.

WANTED

SE BUSCA

VÍCTOR – 100 MONEDAS DE ORO

VIVO O MUERTO

Y así, el niño que había sido olvidado, humillado, golpeado y odiado…

Ahora era el más buscado del reino.

Sin saberlo aún, Víctor había cruzado un umbral sin retorno.

Capítulo 15 – El Decreto del Rey (Parte 2)

El sonido de martillos clavando los carteles se extendió como un murmullo siniestro por todas las aldeas del reino. Los rostros de los viajeros se detenían frente a los avisos con asombro, curiosidad… y ambición.

“SE BUSCA – VÍCTOR”

“Recompensa: 100 monedas de oro. Vivo o muerto.”

El nombre era nuevo para muchos, desconocido para la mayoría, pero el oro no lo era. El reino entero comenzaba a moverse como una bestia despierta, hambrienta de recompensa.

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En lo alto de una torre oscura, la reina Vanessa contemplaba el cielo plomizo desde el balcón, con los brazos cruzados. El viento agitaba su cabello rojizo, y sus ojos, fríos como cuchillas de hielo, se perdían en la distancia.

—El niño ya no es un simple sirviente, mi rey… ahora es una amenaza. Si ha sobrevivido en el bosque, si logró escapar de aquí, es porque hay algo más en él.

Carlos no respondió de inmediato. Estaba de pie junto al fuego, mirando las llamas con la mirada perdida, como si intentara descifrar un presagio entre las brasas.

—Ese mocoso… tiene una mirada que detesto —murmuró con desprecio—. Como si me desafiara en silencio. Como si supiera algo que yo no.

—¿Tienes miedo? —Vanessa ladeó la cabeza, con una sonrisa venenosa.

—No —replicó él, girándose—. Tengo odio. El miedo es para los débiles. Y ese niño… morirá.

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Los preparativos no tardaron. Grupos de mercenarios, cazadores de recompensas y asesinos comenzaron a marchar desde Belfast hacia los bosques del este. En las tabernas se susurraban historias, exageradas, distorsionadas, llenas de rumores.

—Dicen que escapó por los muros como una sombra…

—Que tiene sangre maldita…

—Que fue criado por demonios…

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Lilith, la princesa de sonrisa perversa y mente astuta, correteaba por los pasillos, arrancando los pétalos de una flor mientras cantaba en voz baja:

—Uno por la espada… uno por el fuego…

Dos por la sangre… y tres por su cuello…

Se detuvo frente a una ventana y miró el cartel de su “hermanito”.

—Corre, Víctor… corre lejos. Porque cuando te atrape… —susurró con malicia— yo seré quien decida cómo vas a suplicar.

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Desde el trono de sombras del castillo, Carlos dio su última orden aquella noche:

—Que la cacería comience.

Y así, la persecución empezó. No con tambores de guerra ni estandartes flameando, sino con cuchillos en la oscuridad, ojos acechantes entre los árboles, y promesas de muerte escritas con tinta negra en los muros del reino.

La bestia del odio había despertado…

Y su presa era solo un niño.

Capítulo 15 – El Decreto del Rey (Parte Final)

El salón del trono estaba casi en penumbra, iluminado solo por las antorchas que chispeaban contra los muros de piedra. El ambiente era pesado, lleno de odio contenido. Los nobles y comandantes, reunidos ante el rey, apenas se atrevían a respirar.

El rey Carlos se puso de pie frente al trono, con su armadura negra adornada con relieves de espadas y serpientes. Su voz retumbó como una sentencia divina.

—Durante años buscamos un heredero varón. Y cuando al fin lo tuvimos… era una decepción. Una maldita mancha. Un ser... inferior.

Vanessa, sentada en su trono menor, lo observaba con una sonrisa torcida.

—Y ahora esa mancha camina libre —añadió con un deje de burla en la voz—. Como si el mundo le debiera algo. Como si su existencia no fuera un error.

Carlos alzó la mano y señaló un enorme mapa del reino clavado en la pared. Un sirviente se apresuró a colocar una gran ficha roja sobre la región del bosque oriental.

—Esta es la última zona donde pudo haber llegado —dijo Carlos—. Lo quiero rastreado, cazado, capturado. Si algún pueblo lo protege… lo arrasaremos. Si alguna criatura lo esconde… la exterminaremos.

Uno de los generales se inclinó.

—¿Y si el niño ya ha muerto en el bosque?

El rey clavó su mirada helada sobre él.

—Entonces traigan su cadáver. Quiero poner su cabeza sobre una pica. Que todos vean el precio de la desobediencia.

Los heraldos salieron esa misma noche a caballo. El rugido de los cascos golpeando las piedras se mezcló con el sonido del cuerno real, que anunció a todos los rincones del reino:

“¡Víctor ha sido declarado enemigo de la corona!”

“Cien monedas de oro por su cabeza, y un título para quien lo traiga vivo o muerto.”

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Mientras tanto, los pasillos del castillo comenzaron a llenarse de rumores.

—¿Viste los ojos del rey? —susurraba una sirvienta—. Parecía poseído.

—¿Y la reina? Estaba… disfrutándolo —decía otra, temblando.

Y en lo alto de la torre más oscura, Lilith jugaba con una pequeña figura de trapo con cabello negro cosido.

—Te haré mil bromas cuando vuelvas, Víctor… —susurró con una carcajada aguda—. Pero la última será la más divertida.

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Y así, el castillo de Belfast se convirtió en una máquina de persecución. Se sellaron caminos, se enviaron exploradores, se ofrecieron armas y mapas a mercenarios y cazadores.

Una cacería había comenzado.

Y su objetivo… era un niño de nueve años.