+18 años.
susana una joven estudiante de enfermería, se verá envuelta en una lucha de poder entre la familia de su difunto padre y el amor entre Mario de La Fuente, uno de los más grandes mafiosos de Toda Colombia.
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15
El campus de la universidad, bullicioso y lleno de vida, se había convertido en el nuevo coto de caza de Santiago Montenegro. Tras su llegada a Bogotá, y siguiendo las instrucciones de su abuela, había comenzado a rastrear a Susana. No le había resultado difícil localizarla; su belleza discreta pero innegable la hacía destacar entre la multitud de estudiantes.
Santiago, con su encanto europeo y su estudiada apariencia de chico sencillo y sensible, se había matriculado en algunas clases electivas afines a la carrera de Susana, ocultando su verdadera identidad y sus oscuras intenciones bajo una fachada de estudiante extranjero interesado en la cultura local. Se había presentado como "Andrés Vargas", un recién llegado de España, ansioso por hacer amigos y conocer la ciudad.
Su primer encuentro con Susana fue cuidadosamente orquestado cerca de la biblioteca. La vio luchando con una pila de libros que amenazaban con derrumbarse, y se apresuró a ofrecerle su ayuda con una sonrisa amable y acento marcado.
"Permíteme," dijo Santiago, recogiendo los libros que se habían deslizado de sus manos. "Parecen un poco... rebeldes."
Susana lo miró con sorpresa, un ligero rubor coloreando sus mejillas. "Oh, gracias. Estaba un poco distraída."
"No te preocupes, a todos nos pasa," respondió Santiago, entregándole los libros con una mirada que buscaba conectar. "Soy Andrés, por cierto. Nuevo por aquí."
"Susana," respondió ella con una sonrisa tímida. "Un placer."
A partir de ese primer encuentro, Santiago comenzó a "coincidir" con Susana en los pasillos, en la cafetería, incluso en algunos eventos universitarios. Siempre tenía una palabra amable, una sonrisa oportuna, ofreciéndose a ayudarla con sus estudios o simplemente entablando conversaciones ligeras sobre temas triviales.
Susana, aunque inicialmente reservada, comenzó a bajar la guardia ante el encanto aparentemente genuino de Andrés. Su acento español le resultaba exótico, y su interés en ella, aunque sutil, la hacía sentirse halagada. Además, en medio de la preocupación por su madre y la incipiente responsabilidad de su trabajo, la presencia amable de Andrés se había convertido en un soplo de aire fresco.
Sus amigas, Ana Lucía y Karina, no tardaron en notar el creciente interés de "Andrés" por Susana. Sus opiniones estaban divididas. Ana Lucía lo encontraba "guapo y misterioso", mientras que Karina mantenía una actitud más escéptica.
"Hay algo en ese chico que no me termina de convencer," comentó Karina un día mientras observaban a Santiago conversar animadamente con Susana en la cafetería. "Demasiado perfecto, demasiado atento."
"Ay, Karina, siempre tan desconfiada," replicó Ana Lucía con un suspiro. "Déjala que disfrute un poco.
Después de todo lo que ha pasado, se merece un poco de atención."
Susana, por su parte, intentaba no darle demasiada importancia a sus encuentros con Andrés.
Lo veía como un amigo agradable, alguien con quien podía conversar y distraerse de sus preocupaciones. Sin embargo, la persistencia de él y la forma en que sus ojos se posaban en ella a veces la hacían sentir un ligero escalofrío, una sensación extraña que no lograba descifrar.
Santiago, mientras tanto, seguía al pie de la letra el plan trazado por su abuela. Su objetivo era ganarse la confianza de Susana, enamorarla si era necesario, para luego utilizar su cercanía y vulnerabilidad como una ventaja para deshacerse de ella y de su madre. Su encanto era un arma cuidadosamente afilada, y cada sonrisa, cada palabra amable, era una pieza más en su maquiavélico juego.
En sus encuentros con Susana, Santiago evitaba hablar de su familia o de su pasado, manteniendo un aura de misterio que, paradójicamente, parecía atraerla aún más.
Se mostraba interesado en sus estudios, en sus sueños, en las pequeñas cosas que le apasionaban, cultivando una imagen de hombre sensible y comprensivo.
Un día, mientras paseaban por los jardines de la universidad, Santiago se detuvo y tomó suavemente la mano de Susana.
"Susana," dijo con una voz cargada de una falsa sinceridad. "Desde que te conocí, siento algo especial. Algo que nunca antes había experimentado."
Susana se sonrojó, sintiendo su corazón latir más rápido. La cercanía de Andrés la perturbaba de una manera que no podía explicar. Había algo en él que la atraía y a la vez la inquietaba.
"Andrés, yo..." comenzó a decir, sin saber cómo responder.
"No tienes que decir nada ahora," la interrumpió Santiago con una sonrisa dulce pero calculada. "Solo quería que lo supieras."
En ese momento, el teléfono de Susana vibró en su bolsillo, interrumpiendo el tenso momento. Era un mensaje de Mario, preguntándole cómo le había ido con Marina.
Susana se disculpó con Andrés y leyó el mensaje, respondiendo brevemente.
La mención de Mario pareció ensombrecer ligeramente la expresión de Santiago, aunque lo disimuló rápidamente con una sonrisa comprensiva.
"¿Todo bien?" preguntó Santiago con falsa preocupación.
"Sí, solo mi... jefe," respondió Susana, sintiendo una punzada de culpa por la creciente atracción que sentía hacia Andrés.
"Entiendo," dijo Santiago, aunque sus ojos reflejaban un brillo frío. "Tienes responsabilidades. Pero espero que podamos seguir conociéndonos, Susana. Realmente disfruto pasar tiempo contigo."
Susana asintió, sintiéndose confundida por sus propios sentimientos. La amabilidad y la atención de Andrés eran reconfortantes, pero la sombra de su creciente conexión con Mario y la extraña sensación que a veces emanaba del español la mantenían en alerta.