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Capitulo 14:
—Creo que ya tienes la edad suficiente para haber visto siquiera el torso de un hombre —
dije en tono de broma, intentando aligerar el ambiente.
Ella giró el rostro de inmediato; la vergüenza se transformó en ira, y sus ojos tenían un brillo casi asesino.
—¡Usted no sabe nada! Así que no asuma cosas que no sabe, profesor —
dijo con firmeza.
Caí en cuenta de inmediato de mi error y levanté las manos, en señal de disculpa, mientras trataba de recomponerme.
—Lo siento… fue un mal comentario —
dije, y casi de inmediato me percaté de que podía empeorar las cosas si me demoraba.
—¿Y no se piensa vestir? —
me preguntó con el ceño fruncido, la voz entremezclada de incredulidad y molestia.
Antes de que pudiera responder, escuchamos pasos apresurados en el pasillo.
El sonido de botas resonando sobre el suelo nos alertó; alguien se acercaba.
Valeria palideció al instante, su mirada buscaba una salida que no existía.
Sin pensarlo, me acerqué a ella.
Mi instinto de protección se activó, y tomé suavemente su mano.
Ella tensó los dedos por un segundo antes de relajarse apenas, como si inconscientemente confiara en mí.
—Sígueme —
susurré, guiándola hacia el baño más cercano.
La puerta se cerró tras nosotros y el sonido de los pasos se desvaneció lentamente en el corredor.
Dentro, ella respiraba con fuerza, intentando calmarse, mientras yo la observaba sin pronunciar palabra, evaluando su estado.
Su rostro todavía estaba rojo, mezcla de vergüenza y enojo, y su respiración era entrecortada.
—Tranquila, nadie nos escuchará aquí —
le dije, tratando de que mi voz fuera firme pero serena, sin querer aumentar su tensión.
Mientras ella asentía levemente, mi mente corría a mil por hora.
Es imposible no notar su vulnerabilidad, pero tampoco puedo dejar que piense que esto es algo…
más que un refugio momentáneo.
Debo ser cuidadoso.
Valeria bajó la mirada, jugueteando con los bordes de su blusa, claramente incómoda.
Yo respiré profundo, intentando controlar la mezcla de preocupación y curiosidad que me provocaba.
En ese instante entendí que había algo más en ella que no podía ignorar:
fuerza y fragilidad, ira contenida y delicadeza, todo en una misma persona que me intrigaba profundamente.
Mi respiración se agitó fuertemente.
El baño era demasiado pequeño, estaba diseñado para una sola persona, y nosotros dos apenas cabíamos ahí.
El calor del encierro y la cercanía me hicieron perder la noción de mis movimientos.
Sin darme cuenta, mis manos se apoyaron sobre su torso desnudo.
El contacto de su piel ardiente contra mis dedos me sacudió como un rayo.
Retiré las manos de inmediato, horrorizada de mí misma, pero mi ansiedad ya se había desatado.
Sentía que el aire se me escapaba, como si las paredes se cerraran sobre mí.
—¿Estás bien? —
su voz sonó baja, cautelosa, casi temerosa de quebrarme aún más.
Negué con la cabeza, incapaz de articular palabra.
Mis ojos se inundaron de lágrimas y mi garganta se cerró como un nudo imposible de desatar.
No esperó respuesta.
Me tomó suavemente de la cabeza y la pegó contra su pecho en un abrazo inesperado.
Al principio mi cuerpo se tensó, rígido como una tabla, con la mente gritándome que lo apartara.
Pero entonces escuché sus latidos:
firmes, constantes, cálidos.
Ese ritmo se convirtió en un ancla, un refugio silencioso que poco a poco aplacó la tormenta de mi ansiedad.
Mis manos, temblorosas, quedaron suspendidas en el aire sin saber dónde apoyarse.
No quería abrazarlo de vuelta, no debía…
pero una parte de mí pedía con desesperación aferrarse a esa calma.
Del otro lado de la puerta, dos voces femeninas rompieron el frágil silencio.
—Ay, pero es que está como para comerlo acompañado de un buen vino… —
dijo una de ellas con un tono risueño y atrevido.
Mis mejillas ardieron al instante.
Me estremecí en sus brazos, recordando que ese mismo “manjar griego” me tenía ahora acorralada contra su piel.
—Lo mejor que hizo el Decano Guadalupe fue largarse, porque gracias a eso llegó el Dios griego. —
La otra mujer rió y luego, con voz emocionada, añadió—:
Hagamos una apuesta.
Contuve la respiración, helada.
Si abrían la puerta, si descubrían…
No quise ni imaginarlo.
Él también lo escuchó, pude sentir cómo su pecho se expandió bajo mi mejilla con un suspiro largo, intentando mantener la compostura.
No dijo nada, solo apretó un poco más el abrazo, como si al ocultarme en su pecho pudiera protegerme del juicio del mundo exterior.
Por un instante, la tensión dejó de ser miedo y se transformó en algo distinto, más peligroso.